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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 23 de enero 2016, 02:04
No tengo hijos, pero he colocado en la ventanilla trasera del coche un adhesivo que dice: Bebé a bordo. Lo puse para que me dejaran tranquilo, no quiero que nadie me agobie mientras voy por la carretera pensando en mis cosas. Cuando paro en un semáforo miro instintivamente hacia el asiento trasero y sonrío al cochecito vacío del bebé. Después sigo adelante sin sobrepasar los ochenta kilómetros por hora. A menudo llevo la ventanilla abierta y siento en la piel la brisa fresca del invierno. Me vienen ideas que anoto en la memoria para después escribirlas. Un día leí que el pensamiento reduce la capacidad de visión y desde entonces procuro dejar la mente en blanco, pero resulta imposible. Las buenas ideas me vienen conduciendo. De vez en cuando adelanto a alguien que circula por la vida aún más lento que yo y enseguida aparece un Audi negro en el espejo retrovisor pisándome los talones. Los hay que no perdonan. Adelanto al carricoche y me instalo de nuevo en el carril derecho. Miro el paisaje, la bahía, las nubes a lo lejos, mientras los vehículos pasan veloces a mi lado, sin pensar en nada.
Sintonizo la radio y oigo la noticia del buitre que impactó contra una avioneta provocando la muerte de todos los ocupantes, una familia entera, los padres y sus dos hijos. Imagino al buitre con las alas extendidas igual que la avioneta. Aprieto el freno, disminuyo la velocidad, observo el asiento vacío. Recuerdo el día que puse el adhesivo en la luna trasera. Una amiga me preguntó extrañada que quién era el bebé. «¿Acaso eres tú?», dijo. Le contesté que sí y me aconsejó que nunca abandonara al niño que llevo dentro. Me dirijo despacio a casa. El secreto de la lentitud es procurar sobrevivir lo mejor posible. Hay que disfrutar del presente, sin prisa. La lentitud prolonga la vida. Nadie podrá multarme por exceso de velocidad. Ahora detengo el coche en un paso cebra en medio de la jungla urbana. Mientras veo pasar los peatones pienso en los padres, los hijos, los otros buitres que se cruzan a ras de tierra. Me viene a la memoria el coche grúa que aparca en el arcén de la curva de La Araña cuando el cielo amenaza lluvia. El conductor detiene el vehículo y espera. Hasta que se produce el accidente.
Soy un parado con horas extras. Me detengo como el coche grúa que arrastra consigo el pasado inmediato y todas sus consecuencias. La vida y sus accidentes cotidianos. Me entretengo imaginando el porvenir que aguarda tras cada curva. Unos quedan atrás, otros adelantan. Cada cual busca su propio ritmo. La música nos acompaña. El bebé duerme.
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