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Alberto Gómez
Viernes, 24 de julio 2015, 00:48
En la larga historia del convento de La Magdalena de Antequera, hoy transformado en un cinco estrellas rural, se mezclan la peste bubónica, el asentamiento de los frailes alcantarinos, la primera desamortización, el culto religioso y el hedonismo turístico. Por eso uno de los socios del complejo, Ramón Jiménez, dice que es «el hotel más atípico del mundo». El templo, construido en el siglo XVI, fue abandonado hasta su conversión en cortijo agrícola. Hace algunos años, Jiménez planteó su compra durante un partido de golf disputado con el propietario de la finca: «Al terminar el noveno hoyo ya habíamos llegado a un acuerdo». Cosas de negocios.
Comenzó entonces el proceso de restauración, que descubrió, bajo numerosas capas de cal, un ciclo pictórico en grisalla que decora todas las paredes y bóvedas de las galerías del claustro, el refectorio y algunas habitaciones. El convento seguía ahí, escondido tras estructuras metálicas y chapas de fibrocemento propias de su etapa como establo para ganado. Cada estancia es distinta, pero la mayoría conserva los muros de las viejas celdas de los frailes, con impresionantes vistas a El Torcal. Alejado del bullicio y en medio de un silencio más conventual que nunca, solo roto por los rebuznos de Magdaleno, el famoso burro que se encarga de dar la bienvenida a los clientes desde el campo colindante, el hotel promete desconexión desde antes de la llegada, ya en la carretera rodeada de olivos centenarios y molinos de agua.
La inversión del grupo Antequera Golf, que ya cuenta con un establecimiento de cuatro estrellas en el municipio, superó los catorce millones de euros. Ramón Jiménez echa la vista atrás y reconoce los riesgos tomados: «Fue un disparate, pero ahora es nuestra debilidad». El proyecto original contemplaba 91 habitaciones, pero la crisis económica paralizó la ampliación. Ahora hay 21 estancias con las que no salen las cuentas: «Si el hotel solo sirviera como alojamiento perderíamos dinero». La conservación de la capilla y las 300 hectáreas de terreno, sin embargo, permiten la celebración de bodas y otros eventos, un filón que compensa el déficit inicial. Eso sí, los enlaces son civiles: «Muchos nos dicen que así tienen contentos a los padres o los suegros, porque aunque no sea por la Iglesia se casan en una antigua capilla».
No menos peculiar es la historia de la familia Jiménez, propietaria de la mayor parte de la sociedad que gestiona el complejo. Procedentes de Loja y de tradición agricultora, advirtieron que el precio de las hortalizas era muy variable durante todo el año, por lo que decidieron lanzar una serie de productos en conserva. La fábrica, bajo la denominación Alsur, comenzó a funcionar hasta convertirse en todo un referente del sector, un éxito que propició la aventura hotelera: «Queríamos construir un local pero sobre todo pensando en el futuro de nuestros padres, para que estuvieran allí, y al final mira en lo que se ha convertido». Antequera Golf, la versión a gran escala del Hotel Convento La Magdalena, abrió hace catorce años y tiene 181 habitaciones que han acogido a una amplia ristra de personajes conocidos, desde Rocío Jurado a Ricky Martín. Aquí caben todos.
El reparto de tareas está perfectamente definido entre los hermanos Jiménez. Bernardo se ocupa de todo lo relacionado con el campo, Pepe lleva Alsur tanto en España como en Perú, donde abrieron mercado hace años, y Ramón se encarga de supervisar la plantilla de casi ochenta trabajadores de los dos hoteles. La ocupación del convento ha subido hasta el 80 por ciento de media este año, un aumento en el que su buena reputación online ha resultado clave. En plena era digital, la valoración de los usuarios de webs como Booking o TripAdvisor acaba siendo fundamental para los establecimientos turísticos.
En cuanto al mantenimiento de las cinco estrellas, en La Magdalena conocen el secreto: «Cuidar los detalles es imprescindible». Ramón se reúne cada miércoles con los jefes de los departamentos de Cocina, Recepción y Economato. Valoran cómo ha ido la semana y planean las próximas llegadas y los eventos que van a organizar. En un hotel pequeño pero de lujo como éste, la luz y el gas salen a unos 18.000 euros mensuales y la factura del agua se aproxima a los 3.000 euros, en buena parte por el servicio de spa nocturno. La crisis y la subida del IVA han obligado a reducir gastos: «No es que antes derrocháramos, pero hemos aprendido a economizar recursos. Si antes esperábamos a que nos trajeran los productos para los restaurantes de los hoteles, ahora somos nosotros los que vamos al mercado, así que nos sale más barato y además vigilamos de primera mano la calidad de las materias primas».
Así, entre escaleras que tienen casi 500 años de antigüedad, La Magdalena reivindica su espacio en el puzzle turístico de Antequera, empeñada desde hace años en demostrar que hay vida más allá de la playa. «Esto es como la Costa del Sol, pero en interior y con piscinas». Y sin medusas ni masificaciones, en pleno campo. Los clientes lo tienen claro: «Uno podría acostumbrarse a esto, ¿verdad?».
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