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Alberto Gómez
Sábado, 11 de marzo 2017, 00:28
Antes de que Brigitte Bardot paseara descalza por la calle San Miguel y comparara las aguas de la playa de El Bajondillo con Sain-Tropez, mucho antes de la construcción del Pez Espada y de que Torremolinos abriese sus brazos a artistas e intelectuales en plena negrura franquista, una mujer puso la primera piedra de la Costa del Sol como destino turístico. Carlota Alessandri adquirió el Cortijo de Cucazorra, una compra que afrontó con un préstamo de 100.000 pesetas atribuido a un torero, para construir un pequeño parador con siete habitaciones en 1934. Había tomado la decisión de habilitar el terreno, por entonces un erial, un año antes. Lo llamó el parador de Montemar. «Mis hijas me decían que estaba loca», confesó a SUR en una entrevista realizada en enero de 1968.
Para dotar a su cortijo de las comodidades suficientes, con el objetivo de atraer a los pocos visitantes que acudían a la zona, Alessandri tuvo que resolver un alud de problemas, como las dificultades para suministrar agua potable o la falta de urbanización. Esta precursora del turismo, sobre cuyo nacimiento existe poca información más allá de su origen italiano, condujo agua de los manantiales hasta su cortijo y llegó a negociar la financiación de la zona con el Banco de los Países Bajos, cuyos propietarios estaban interesados en poner en marcha las obras de urbanización: «Me dijeron que esto era el paraíso y nos hicieron enviar muestras de tierra».
La Guerra Civil dio al traste con los planes de Alessandri, aunque su labor al frente del parador no cesó. Los primeros turistas eran ingleses. Pese a que Torremolinos se había anexionado a Málaga capital en 1924 tras su primera segregación, las distancias parecían enormes desde Montemar: «Estaba muy lejos. A Málaga íbamos poco. A Torremolinos, más, a hacer compras. Utilizábamos un pequeño coche de caballo que tiraba una mula». Años después del final de la contienda, Ángel Nájera se hizo cargo del parador, primera gran referencia del turismo en la Costa del Sol junto al Castillo de Santa Clara de George Langworthy, conocido como «el inglés de la peseta» por repartir monedas entre los pescadores.
Mecenas y convencida católica, Alessandri promovió la fundación de las Carmelitas de Montemar, congregación a la que cedió varios terrenos para la construcción de una iglesia, una residencia de ancianos, una guardería y una escuela gratuita para empleadas de hotel. Su buena relación con la Madre Maravillas, considerada una de las grandes místicas del siglo pasado y a quien solicitó que viajara a Roma para consultar el proyecto con el Papa Pío XII, que bendijo la propuesta en una audiencia privada, resultó clave para impulsar la primera red solidaria de Torremolinos.
Alessandri se casó con Carlos Rubio-Argüelles, doctor y decano de la Facultad de Medicina de Cádiz, y tuvo dos hijas, María Ángeles y María Rosa. Ángeles revolucionó la escena malagueña con la creación de la compañía que llevaba sus siglas, ARA, por la que pasaron intérpretes como Antonio Banderas, Fiorella Faltoyano o Tito Valverde. Rubio-Argüelles también fue escritora, historiadora, investigadora y dueña de una personalidad tan poderosa como la de su madre. Se casó con Edgar Neville, Premio Nacional tanto de Literatura como de Cinematografía y primer director español de culto. Rubio-Argüelles y Neville acabaron separándose en los años treinta, cuando no era nada habitual, tras una década de matrimonio y dos hijos.
Carlota Alessandri murió en mayo de 1972 y sigue dando nombre a una de las principales avenidas de Torremolinos, un homenaje que recibió en vida, hace ya cerca de medio siglo.
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