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Pablo Aranda
Jueves, 21 de agosto 2014, 01:31
Desde los años 50 Mijas ha atraído a los turistas que aterrizaban en la Costa del Sol. El pueblo blanco, los burros y la plaza de toros. Sin embargo una alemana que lleva 14 años viviendo en el pueblo, a pesar de llamarse Birgit Wolf (wolf significa lobo) no ha visto nunca un toro, al menos en la plaza. «No he visto ni la plaza», confiesa entre risas, «y mira que mi marido es español y aficionado a los toros, pero yo no, en absoluto. Sí voy mucho al parque que hay al lado, el de la muralla, qué bonito. Tengo un amigo torero, Paquito, el del bar Fiesta, que me ha dicho que ahora en esta plaza ya no matan a los toros ni les ponen banderillas, y que sólo se torean no los grandes sino los, ¿cómo se llaman?, los toritos chiquititos». Ana, que trabaja en la plaza de toros, desmiente que no se maten a los toros, «es un bulo que corre por ahí, y alguna vez nos ha dado problemas, pues si en un hotel les aseguran a los turistas que no van a ver sangre y luego ven una corrida como son las corridas pues».
La plaza de toros de Mijas tiene una forma rara, pero es que el municipio de Mijas es raro, geográficamente hablando. Está formado por tres núcleos alejados entre sí: Las Lagunas totalmente mezclado con Fuengirola, La Cala de Mijas en la costa y Mijas Pueblo en la montaña. De los tres el que cuenta con menor población es Mijas Pueblo, donde se encuentra el ayuntamiento (rodeado de burros, y no me malinterpreten: son 61 los burros de las empresas que gestionan el servicio de burrotaxis) y, en la parte alta, se levanta la plaza de toros, con más de 100 años. La plaza de toros de Mijas, además de contar con su forma rara, ovalada, casi rectangular, es muy pequeña (unas 500 localidades, repartidas en las gradas de los dos lados más cortos de la plaza, sol y sombra) y muy bonita. Naranja encendido y blanco; albero y cal. Y el enclave: la sierra, los pinos, las casas blancas, la torre de la iglesia. Y el mar, a lo lejos. Uno de los alicientes de la plaza es que se puede ver sin necesidad de que haya corrida. Un niño de 7 años, inquieto, en el centro del ruedo, mirando de reojo la puerta de los chiqueros, pregunta a su madre: «mami, antes de que salga un toro avisan, ¿no?».
Hace ya muchos años que no se celebra el traslado de los novillos por las calles del pueblo, con los mozos corriendo ante ellos, pero corridas sí que se celebran, en verano hay cada domingo. Los domingos a las 19.30 la plaza se llena, además de por un puñado de españoles, de muchos turistas, que desde los 60 han buscado en la Costa del Sol, además de la playa, el tipismo español y andaluz, con las casas blancas y los toros, y en Mijas Pueblo encontraban ambas cosas. «Aunque saben a lo que vienen», comenta la simpática joven que vende las entradas, Ana, «algunos extranjeros se van antes de que acabe la corrida, llorando. Algunos españoles protestan, pero no lloran», ríe ella. «Para los toreros es una plaza difícil», explica uno de los encargados, tras señalar la enfermería e informarnos de que disponen de dos UVI móviles los días de corrida, «por las dimensiones. Aquí sólo se torean novillos, no hay espacio para los toros. Y si el novillo viene fuerte también es complicado». Junto a la enfermería hay una foto a tamaño natural de un torero al que le falta la cabeza, para que pongamos la nuestra y, en foto, seamos toreros durante un rato en las redes sociales. Al lado hay una minúscula capilla repleta de estampas de Vírgenes, santos y Cristos (qué raro escribir Cristo en plural, aunque lo cierto es que era tres, pero uno, ya hablaremos de esto otro día). Destacan la Virgen de la Peña, de la vecina iglesia, y el Cautivo, de la vecina Málaga. También la Macarena, San José, la Virgen del Rocío, San Pancracio y la Virgen del Carmen. La pared que lleva a la plaza está decorada con azulejos que recuerdan los nombres de quienes han toreado en la plaza, entre ellos destacan Paquirri, Palomo Linares, el Niño de la Capea o Antonio José Galán, que fue propietario de la plaza hasta su muerte en accidente de tráfico en 2001, cuando volvía de una corrida de su hijo en el sur de Francia.
Uno se siente importante sentado en la bancada de la presidencia, con la plaza vacía, contemplando el paisaje de pinos y montañas, de pueblo blanco si mira hacia el otro lado. José Antonio Mesa Toré, director del Centro Cultural del 27, es aficionado a los toros pero no ha visto ninguna corrida en esta plaza, donde sí ha estado en un festival flamenco. «De niño pasaba los veranos en Mijas, y aunque no fui a ninguna corrida sí corrí en los encierros, cuando en las fiestas de septiembre se corrían vaquillas. Qué tiempos», recuerda el poeta Mesa Toré, «éramos niños y nos dejaban correr. Un amigo tuvo que tirarse debajo de un Land Rover para seguir vivo, y un primo mío entró corriendo en una casa que no era la suya». El encierro terminaba en la plaza, un lugar encantador que merece una visita, aunque no gusten las corridas. Como le confirmó la madre al niño de 7 años: «antes de que el toro salga, avisan».
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