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M. A. GONZÁLEZ
Martes, 8 de septiembre 2009, 03:43
«Fue muy duro separarme de mi madre y mis tres hermanas mayores, pero La Misericordia ha sido la base de mi futuro». A sus 60 años, Miguel Castillo recuerda con todo detalle sus primeros días en el Hogar Provincial Nuestra Señora de la Victoria. Reconoce que era un niño rebelde al que no le gustaba la fuerte disciplina de aquellos tiempos, en pleno franquismo, ni la excesiva rigidez de las monjas, pero agradece a su progenitora que tomase la decisión de llevarlo a La Misericordia cuando falleció su padre y él sólo tenía nueve años. «No estábamos muy boyantes de dinero y vio que tenía que enfocar mi futuro por algún sitio». Era el año 1958 y Miguel ni se imaginaba que pasaría media vida en el mismo edificio, primero como alumno y después como profesor y director.
Compartía juegos con más de 700 niños y niñas. «En cada habitación dormíamos treinta», recuerda. Lo peor, «el espíritu casi militar» que reinaba por aquel entonces. «Los horarios eran muy rígidos y la comida no me gustaba. No he pasado hambre, pero sí necesidad», dice. Dos campanas marcaban el ritmo de vida en el hospicio. Había un número de campanadas asignado para cada actividad.
«Una de las monjas se encargaba de la huerta y de la vaquería», apunta Miguel, que el último domingo de cada mes recibía la visita de sus familiares.
Campanadas
Cuando cumplió 14 años y obtuvo el graduado escolar, empezó a trabajar en la Caja de Ahorros Provincial, aunque seguía viviendo en La Misericordia. Después se empleó en un bazar. «Podría haber sido un buen dependiente», afirma. Pero unos sacerdotes de Andújar (Jaén) que visitaron el hogar le invitaron a ingresar en el seminario y en 1962 se fue con ellos.
En 1968 regresó a Málaga, donde se diplomó en Magisterio y con 20 años comenzó a trabajar de becario en el orfanato en el que se crió. «Era educador de los niños los domingos y festivos y hacía sustituciones», recuerda. En 1972 aprobó unas oposiciones y entró en plantilla. En 1982 las monjas abandonaron el centro y Miguel se convirtió en director, pero dos años después, cuando se decidió el cierre del orfanato, dimitió porque no le gustó el modo en que se hizo. Siguió en el Centro Cívico como educador hasta que en 1989 sufrió un infarto y pasó a coordinar los cursos de formación. Hace un año se jubiló.
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