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BARQUERITO
Lunes, 13 de julio 2009, 03:48
Un toro descolgado del encierro estuvo por la mañana a punto de pegar sendas cornadas mortales a dos corredores. Los dos salvaron la vida. Hacía más de veinte años que el encierro de los miuras no resultaba tan encizañado y problemático. Y tan sangriento. El toro, de nombre 'Ermitaño', era ya conocido por todos antes de saltar al ruedo poco después de las siete de la tarde.
Tenía pésimas intenciones. Casi deja fuera de combate a Jesús Millán en el tercer lance de recibo. Se agarró al piso, o se vino andando o al trote, o sin frenos. Se avisó tras un primer puyazo que cobró protestando, se frenó cuando le convino y, cuando no, pegó zarpazos insolentes. Cortó en banderillas, escarbó. Y a la hora de tener delante al torero de Garrapinillos, se puso a medirlo como si fuera el blanco de una diana.
Este miura pensaba. Cuando veía al torero descubierto, se le iba al bulto en oleada, cerrándole el paso y la salida. Lo mismo que los pastores y corredores habían hecho con él en el encierro. Con habilidad, soltando el engaño y tapándole la cara, Millán le metió media estocada de las que ni duelen. Dolería más el trastazo que se llevó el torero en el embroque al choque. Una estocada desprendida puso fin a la batalla. Se tuvo la sensación de que el toro acusó en conducta los resabios del encierro. No fue la agresividad feroz del miura intratable, que los hay. Otra cosa.
De los seis miuras restantes, uno salió de buena ley: el quinto, que embistió con codicia y franqueza. Se torció el remate de faena con la espada. Un metisaca en los bajos dejó cojo al toro y sin apoyo de una mano, y sólo cupo descabellar. Si no es por eso, se va el toro sin las orejas al carnicero. Una o dos. Si llega a ser más corta, y más intensa, la faena de Rafaelillo, dos.
Faena por tramos
Rafaelillo estuvo competente, fácil, dispuesto y seguro. De rodillas y en la vertical, en la distancia y en el agobio inmediato. Midió la faena por tramos, y los tramos por tandas, y las tandas por pases, y no más de tres en la suerte natural pero siempre dos en los remates cosidos. Algunos de los cambiados por alto, con el toro convencido por delante, fueron espléndidos. También el aplomo del torero murciano, que pecó en un momento dado de torear para la galería. El segundo de corrida fue toro bien manejado por Rafaelillo, que le ha cogido a los miuras el aire y el cómo. Y la fortuna de salir ileso de una cogida por la espalda, sólo que cayó de cara la moneda. Sobrado de recursos, hábil para gobernar cuando se puso a torear de rodillas con capa y muleta, Rafaelillo superó tan campante la siempre dura prueba de los miuras de San Fermín. Dio la vuelta al ruedo.
Padilla resolvió con seguridad impecable. Les puso a los dos toros de lote seis pares de banderillas y, salvo uno de ellos, todos fueron de traca. El tercer par, de dentro afuera, fue sensacional. Ese cuarto toro se paró sin remedio. El primero se arrepintió de haber venido a los diez muletazos. Con la espada Padilla dejó patentes su sapiencia y su sitio. Su gente de Pamplona lo recibió como a gladiador olímpico. Antes del paseíllo, mientras la coral innúmera atacaba el 'Te Deum' de Charpentier, Padilla tuvo que desmonterarse para corresponder a tal amor.
El sexto miura se estiró de pronto y hubo que hacer un hueco para que cupiera en la plaza y en el horizonte. Un puyazo durísimo lo dejó listo. Salió de mal carácter: en corto atizó tarascadas. Y se apagó de golpe. Puesto por delante, no dejó a Millán pasar con la espada.
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