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Viernes, 10 de abril 2009, 03:56
AYER fue Jueves Santo, ayer fue el primer día de la fiesta de Pésaj, la Pascua judía. Hoy es viernes, Viernes Santo, y cuando el sol se oculte comenzará la jornada del Shabbat, cuando el hombre se reencuentra cada semana con Dios y en ese día santo está prohibido trabajar, realizar labores entre las que se encuentra la de dar sepultura a un cuerpo. Por ello, antes de que la oscuridad llegue, es necesario bajar de la cruz a ese hombre ya muerto y llevar a su sepultura a quien despertará convertido en Dios, ajeno a la sangre y los desgarros. Jerusalén vive esta jornada con invocaciones a un Dios que es sólo uno y del que el crucificado se proclama hijo y que quizás por eso mismo ha sido condenado al tormento supremo.
Que sea Jerusalén y no la aldea de Nazaret el escenario de este misterio se debe a que Pésaj, Pascua, es una de las tres fiestas judías de peregrinación, y el deber de todo hombre piadoso que pueda permitírselo es celebrarla en el lugar en el que se yergue la residencia de ese Dios uno, indivisible e invisible: el Templo de Salomón. El templo será destruido por las legiones de Roma en el año 70, replanteando por el fuego y la muerte, el exilio y la arrogancia, los principios de la fe de Abraham, de Isaac y de Jacob, de forma que a partir de entonces en Pésaj, no será preceptivo acudir a la ciudad tres veces santa como hasta entonces se hiciera en recuerdo del éxodo de Egipto.
El calendario de este año 2009, 5769 según el cómputo hebreo, en el que hoy es 16 del mes de Nisán, hace que vuelva a coincidir la fiesta de Pésaj con la Semana Santa de los cristianos. Una ocasión especialmente adecuada para examinar lo que sabemos a ciencia cierta de quien naciera como Yehoshua ben Yósef, Jesús hijo de José, y es venerado como Jesucristo.
Las disputas sobre la validez de los cuatro evangelios como fuentes fiables sobre el hijo del carpintero José siguen siendo objeto de discusión, por cuanto ofrecen el punto de vista de partidarios de Jesús. Lo que los evangelios cuentan es bien conocido. No obstante, que los autores de los evangelios, sea cual sea su identidad y la datación de los textos, que oscilan entre la segunda mitad del siglo I y las primeras décadas del siglo II, fueran cristianos no invalida su relato.
Para calmar las exigencias de los que los rechazan por falta de imparcialidad, se cuenta con testimonios no cristianos que desde fechas tempranas demuestran, más allá de toda duda, que el personaje aceptado desde la fe tuvo también una existencia histórica. Los datos que esas fuentes históricas nos ofrecen, sin llegar a las elucubraciones dignas de mejor causa que hablan de un matrimonio entre Jesús y María de Magdalena, con o sin griales o códigos o prioratos de novela, son los que aquí interesan.
La primera fuente no cristiana en nombrar a Jesús y ofrecer una breve semblanza el personaje es el historiador romano, de origen judío, Flavio Josefo. Superviviente de la última revuelta judía contra los romanos, y asimilado a la cultura de los vencedores, a los que se esforzó por dar una imagen positiva y razonada de su pueblo, en su obra 'Antigüedades judías', escrita entre los años 93 y 94, hace dos referencias a Jesús.
Posible copista
La primera de ellas, en el libro XVIII, se ha transmitido con una serie de frases sospechosas de haber sido añadidas por un copista cristiano en el siglo III que citamos entre corchetes para que el lector tenga en cuenta esta posible adulteración. De todos modos, lo que hay de original y de falsificado en el pasaje de Josefo sigue siendo objeto de controversia: «Aproximadamente en esta época vivió Jesús, un hombre sabio, [si es lícito llamarlo hombre], pues fue un hacedor de prodigios, un maestro de los hombres que recibían la verdad con placer. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles. [Era el Mesías]. Cuando Pilato, a sugestión de nuestros principales sabios, lo condenó a la crucifixión, los que antes lo habían amado, al principio no dejaron de hacerlo, [pues se apareció a ellos nuevamente vivo al tercer día, según los profetas habían anunciado ésta y otras diez mil cosas maravillosas concernientes a él]; y la casta de los cristianos, que toman el nombre de Jesús, no se ha extinguido hasta el momento». Más adelante, en el libro XX, al tratar del sumo sacerdote Anás, cuenta que hasta él fue llevado Jacobo, «el hermano de Jesús, que era llamado el Mesías, y algunos otros».
Hacia el año 111-113, Plinio el Joven, legado del emperador en la provincia de Asia Menor, escribe a Trajano pidiendo instrucciones sobre cómo tratar a los primeros cristianos, ofreciendo en su carta interesantes evidencias sobre el nuevo culto y sobre su arraigo: «Otros de los nombrados por el delator aceptaron ser cristianos, pero pronto se retractaron diciendo que antes lo fueron pero que habían dejado de serlo, unos desde hacía tres años, otros desde más tiempo atrás, incluso desde hacía veinte años. Todos ellos veneraron tu estatua y las de los dioses; también maldijeron contra Cristo. Confesaron que su falta o su error únicamente consistía en reunirse unos días determinados, antes de la salida del sol, y cantar un himno a Cristo como a un dios; se comprometieron solemnemente a no realizar determinados crímenes y a no robar nunca, ni cometer bandidaje ni adulterio, a no volver jamás sobre su antigua fe y a aceptar la fianza establecida». Muy poco después, Tácito, en el libro XV de los 'Anales', comenzados a escribir hacia el año 114 y concluidos poco antes de la muerte de su autor en el año 120, nos ofrece un rápido retrato como víctimas de Nerón, que los culpa del incendio de Roma.
Los datos concuerdan
Los escasos datos que proporciona el historiador Romano concuerdan con los ofrecidos en los Evangelios: «Nerón consideró culpables e infligió refinados tormentos a quienes él detestaba y la multitud llamaba cristianos. El nombre proviene de Cristo, a quien el procurador Poncio Pilatos, bajo el principado de Tiberio, había entregado al suplicio. Esa detestable superstición, que fue reprimida en un primer momento, surgía de nuevo no sólo en Judea, sino también en Roma».
Inmediatamente, hacia el año 120, Suetonio, en sus célebres 'Vidas de los doce Césares', alude nuevamente a los cristianos en dos pasajes. En uno de ellos, tratando de Nerón, refiere, haciendo eco a Tácito, que «los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio». En otro lugar, al escribir sobre Claudio, refiere que «como los judíos se sublevaban continuamente, instigados por un tal Cristo, los expulsó de Roma».
De cronología algo incierta, ya que se fecha tanto en un momento tan temprano como poco después del año 73, cuando se estaban escribiendo los primeros evangelios (el de San Marcos se escribió hacia los años 65-80), pero se discute si pertenece a las primeras décadas del siglo II, e incluso ya en el siglo tercero, cuando el manuscrito en sí es una copia del siglo VII conservado en el Museo Británico. Se trata de la carta de Mara Bar-Serapion, un filósofo sirio y no cristiano, en la que Mara escribe a su hijo desde la cárcel, dándole consejos morales.
La carta dice: «Los sabios son tratados con violencia por los tiranos, y su sabiduría es hecha prisionera por la calumnia, y ellos, en su inteligencia, son oprimidos... ¿qué sacaron los atenienses de la muerte de Sócrates, en castigo de la cual recibieron carestía y peste. ¿Qué obtuvieron los habitantes de Samos por haber quemado vivo a Pitágoras, ya que en una sola hora su tierra fue totalmente cubierta por la arena, o los judíos de la muerte de su rey sabio, dado que desde aquel tiempo su reino fue eliminado? Con justicia Dios ha recompensado la sabiduría de los tres, ya que los atenienses murieron de hambre, el pueblo de Samos sin remedio fue cubierto por el mar, y los judíos, después de haber sido abatidos y expulsados de su reino, viven en la dispersión. No murió Sócrates, gracias a Platón; tampoco Pitágoras, en virtud de la estatua de Hera; ni el rey sabio, que sigue viviendo en las enseñanzas que él promulgó».
Aunque escrita desde un punto de vista helenístico, la referencia al innominado 'rey sabio' parece señalar directamente a Jesucristo, con el corolario de interpretar la destrucción del templo en el año 70 y con él el fin del Israel histórico como un castigo por el crimen cometido contra Jesús.
Objetos y sospechas
No todo lo que podemos saber sobre el Jesús histórico proviene de textos. Hay un libro muy recomendable, 'Jesús desenterrado', en el que John Dominic Crossan y Jonathan L. Reed se reparten la tarea de excavar, respectivamente, en los textos y en la tierra para ofrecer un retrato verídico de un lugar, una vivencia y un tiempo. En estas páginas, Reed hace una lista de los diez principales hallazgos puramente arqueológicos relativos a nuestra materia. Entre ellos se incluye la única inscripción conocida en la que aparece el nombre de Poncio Pilatos y los restos del crucificado Yeochanan, un hombre que padeció el mismo martirio que Jesucristo y también en la Jerusalén del siglo I.
En un osario con el nombre hebreo que equivale a nuestro Juan se encontró, en 1968, los restos de un hombre de unos 25 años de edad y de unos 163 centímetros de estatura. Los huesos de su talón derecho aparecían atravesaos por un grueso clavo de más de 12 centímetros. La punta torcida del clavo, tras haber atravesado el cuerpo, hizo que en el momento de la sepultura ese vestigio del modo terrible de su muerte llegara hasta nosotros para demostrar que no es un mito la historia y el destino de aquel otro hombre joven y tal vez vecino llamado Yehoshua ben Yósef.
Nuevos descubrimientos
Nuevos y espectaculares descubrimientos se han producido en los últimos años sobre Jesús de Nazaret, con un grado de fiabilidad incierto. Tal vez el más sensacional sea el de la pretendida tumba de Jesús en el barrio jerosolomitano de Talpiot en 1980. En 2007, el cineasta Simcha Jacobovici realiza un documental titulado 'La tumba perdida de Jesús' y publica un libro con el título 'La tumba de Jesús y su familia' firmado junto a Charles R. Pellegrino (publicado en España por El Andén). Tanto la película como el libro, y mejor el libro que la película, como es de rigor, van de una deducción sorprendente a otra mayor todavía.
Con el apoyo del cineasta James Cameron, Jacobovici se ha labrado el desprecio no sólo de teólogos sino también de historiadores bíblicos del mayor prestigio, como puede ser entre nosotros Antonio Piñero. Las conclusiones de Jacobovici (y de Pellegrino) son que Jesús se casó con María Magdalena, que ambos fueron enterrados juntos, y con otros familiares, en la misma tumba y que, por tanto, Jesús no resucitó. Los argumentos arqueológicos, textuales y estadísticos contra Jacobovici son abrumadores.
Menos revuelo ha producido el descubrimiento de una pequeña vasija en las aguas del puerto de Alejandría que podría ser la evidencia más antigua de Jesús de Nazaret. Procedente, según los arqueólogos, de Asia Menor, sobre ella alguien realizó una inscripción en griego, 'Dia Chrstou o Goistais', 'Por Crestus el Mago'. La fecha de la inscripción, hacia el año 50 después de Cristo. La fecha del hallazgo, junio de 2008.
Parece ser que el recipiente se usaba en rituales de adivinación, y que el nombre de Crestus, forma primitiva griega de nuestro Cristo, podía ser tanto el del celebrante como el de alguien de gran prestigio en cuyo nombre hacían los magos sus ritos. Se trataría, en ese caso, de la más antigua referencia al hacedor de milagros cuyas últimas jornadas se reconstruyen en tantas calles en estos días.
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