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PPLL
Domingo, 29 de marzo 2009, 03:44
ES agosto de 1966 y el joven Manuel, de diez años, está deseando volver a Carranque para jugar en la calle. Vive en Madrid, ciudad a la que su familia emigró a finales de los 40, pero el tráfico de la capital deja pocas opciones para un niño. «Vivíamos en una calle llena de coches, pero en Málaga había 'chaveas' para jugar al fútbol y correr con la bici, era más divertido, lo recuerdo muy bien», suspira Manuel López Aguilar, quien a sus 52 años es uno de los tres directores generales de Iberia, donde dirige la división de Mantenimiento e Ingeniería, que se encarga de la puesta a punto de las aeronaves de la compañía y de un centenar de flotas de todo el mundo.
Pero aún no se despide de aquel Carranque, ni de la avenida Eugenio Gross, donde pasó cada verano, cada Navidad y cada Semana Santa de su juventud. Su padre era funcionario en el Ministerio de Educación y Ciencia, y su madre falleció cuando tenía siete años, de manera que sus tías y sus abuelas, una malagueña y la otra de Puente Genil, fueron una parte clave en su educación. «Cuando venía me llamaban el madrileño. En aquella época había mucha diferencia de nivel de vida entre las dos ciudades, me miraban con aire de superioridad, de chuleta y de 'enterao'. No había ni El Corte Inglés. Entonces se decía que cuando un malagueño llegaba a Madrid, cogía un taxi y le pedía que le llevara a El Corte Inglés», sonríe, evocando un chiste de la época. Su mejor amigo era Alberto, y se dedicaba al negocio de los muebles. Así fue hasta que empezó la universidad y se puso a trabajar. Pero siempre fue fiel a la ciudad durante las vacaciones. «Mi padre se jubiló, compramos un piso cerca de la comisaría y volvió a vivir a Málaga. Regresó a sus raíces, lo tenía muy claro».
López Aguilar estudia Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid. «Siempre me han gustado mucho los aviones, tuve que elegir entre ser piloto o ingeniero». Al final la decisión tuvo razones físicas: «No podía pilotar porque tenía una dioptría de miopía y no podía pasar los exámenes físicos, pero me valía cualquiera de las dos opciones». Una carrera que define como «durísima», pese a que la completó en cinco años, sin repetir ninguno, con la cuarta mejor nota (el primero de los pocos que concluyó en su año).
De manera que, con 21 años, se convierte en uno de los ingenieros aeronáuticos más jóvenes de España. «Todavía era un chaval, estuve dos años dando clases e hice el doctorado, un proyecto sobre la combustión de hidrógeno». Pero la universidad se le queda pequeña y en 1979 se marcha a EE. UU. a trabajar como ingeniero en el primer fabricante de motores, Pratt&Whitney, en Hartford, Connecticut, donde permanece dos años. De una boda sale otra y poco antes de marcharse había conocido a Ana, su mujer, en las nupcias de su hermano. «Manteníamos correspondencia, y el teléfono poco, porque era muy caro». López Aguilar la describe como «muy castellana, al principio no entendía las bromas y la gracia malagueña, pero ya se ha acostumbrado». El matrimonio tiene tres hijas, de 22, 19 y 14 años -«estoy rodeado, la dominación femenina ya está asumida y soy muy disciplinado»- a las que ha intentado inculcar el espíritu malagueño. En 1981 ingresa en Iberia, en la división de Mantenimiento e Ingeniería que hoy encabeza, con una facturación de 800 millones de euros y cuatro mil empleados a su cargo. Un «malagueño nacido en Madrid», como él mismo se describe, dirige la segunda empresa aeronáutica de España y la novena del mundo. «Es una enorme satisfacción», afirma. A su juicio, la forma de ver la vida que aprendió en su infancia le permite afrontar en mejores condiciones su labor profesional. «El carácter andaluz enriquece mucho, es otra filosofía, poner un poco de simpatía en medio de una gran tensión ayuda mucho».
«Viajo por todo el mundo, lo mismo a Nueva York, a Australia, a Pekín, pero cuando vengo a Málaga noto que estoy en mi casa, en mi ambiente». Con cada bocado de pescaíto frito en sus chiringuitos preferidos de El Palo y Pedregalejo vuelven los recuerdos de su infancia, «incluso me cambia el acento, me lo dice mi mujer: 'te encuentras en tu ambiente'». Pero aún tiene otra pasión que lo ata a la tierra. Es su equipo, el Málaga, del que se declara su más firme defensor en las alturas y al que acompaña siempre que puede en los partidos en Málaga, en Madrid -«aunque allí pierde»- y en ciudades de alrededor como Valladolid o Soria. «Es una forma más de unión con la tierra». Si logra convencer a «la jefa», su jubilación llegará al sol de esta tierra a la que tanto cariño profesa.
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