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DESDE FRANCIA. Chevrier, junto a sus hidropedales. / Á. CABRERA
Christopher, alquiler de hidropedales. Un lento paseo por la bahía
TEMPORADA ALTA

Christopher, alquiler de hidropedales. Un lento paseo por la bahía

Vine desde Francia para poder trabajar en esto / He tenido que rescatar a varios bañistas del agua / Un cliente me regaló una moto acuática.

UNA CRÓNICA DE

Sábado, 19 de julio 2008, 21:00

DESDE que nació, este francés de madre española veraneaba en Málaga. Fue aquí donde empezó a sentirse atraído por el salvamento marítimo. «Cuando venía, siempre montaba en embarcaciones y practicaba deportes como el sky acuático o el buceo», recuerda Christopher Chevrier. El deseo de montar un negocio de hidropedales en la playa de la Misericordia, junto con otras razones, como el ambiente, el clima o la posibilidad de que sus hijos aprendan español desde pequeños, hicieron que hace cuatro años se estableciese en Málaga con su mujer y los dos pequeños.

Sólo puede desempeñar esta profesión que tanto le gusta durante los meses de verano. El resto del año, trabaja en una carnicería, al igual que hacía en su tierra natal. «Aquí en la playa estoy al aire libre y me puedo bañar cuando me apetezca, se está muy bien, pero la temporada dura muy poco», lamenta. Ser tu propio jefe también tiene sus ventajas, pero en estos casos el verdadero patrón es el cliente y no siempre es tarea fácil, continúa Chevrier.

La principal traba que encuentra a la hora de tratar con los usuarios es que la mayoría no respeta las normas de seguridad. Cada hidropedal consta de cuatro plazas, sin embargo, es habitual ver cómo se suben seis u ocho personas más de la cuenta. También los hay que conducen por la orilla y juegan a volcar los hidropedales o a chocarlos unos contra otros.

Otra pega que tiene este trabajo es la incomodidad que produce no contar con lugares para guardar el material. «Hemos tenido que poner nosotros unas vallas porque en ocasiones nos han robado algunos objetos», denuncia. Tampoco pueden garantizar la seguridad de los artículos que los clientes les dejan mientras están en el hidropedal.

Socorrismo y rescate

Llevar un negocio de hidropedales no es sólo echarlos al mar. Como mínimo, se precisa una formación básica en salvamento, primeros auxilios y navegación. Estos conocimientos hacen que este francés de 41 años se convierta a veces en socorrista improvisado. Y es que, cuando se conoce la técnica, es una obligación ayudar a quien lo necesite. «A lo largo de la temporada pasada atendí a cinco personas que estaban a punto de ahogarse porque el socorrista no estaba», afirma.

Pero su labor social no queda ahí. Hace unos días, Christopher Chevrier remolcó con su lancha a una embarcación que se quedó sin motor. «Me preguntaron cuánto me debían, pero les dije que nada, sólo espero que si algún día me pasa a mí me ayuden», sonríe. Es sólo una muestra de la buena relación que une a los trabajadores del mar. «Nos apoyamos unos a otros porque sabemos que cualquier día podemos estar en apuros y necesitar ayuda».

Como en otras labores relacionadas con el mar, la meteorología limita mucho esta profesión. «Cuando hay oleaje no te puedes arriesgar a sacar los hidropedales porque al final siempre tienes que ir a rescatarlos con la lancha», afirma Christopher. La niebla y el viento son otras de las barreras climatológicas. A cambio, la precaución hace que nunca haya tenido que lamentar grandes daños, ni humanos ni materiales.

Tal es su conexión con los clientes que uno incluso le regaló una moto de agua. «Como no tenía sitio donde dejarla, me pidió aparcarla allí y al final del verano me la regaló».

Pero el negocio está cambiando y este empresario es consciente de ello. Los turistas buscan más aventura, como bananas flotantes, sky acuático... Actividades que piensa ofrecer en cuanto se terminen de gestionar los permisos del ayuntamiento. Hasta entonces, seguirá ofreciendo cada mañana y cada tarde sus tranquilos paseos a pedales por la bahía.

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