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ISIDRO PRAT
Viernes, 16 de mayo 2008, 04:17
LOS hospitales sirven para atender y curar a los enfermos. Un buen número de esos pacientes acuden aquejados de infecciones o son portadores de gérmenes patógenos. Aunque el arsenal antibiótico que disponemos es importante, no siempre nos es posible atajar, completamente, la infección porque muchos de esos gérmenes se adaptan de tal manera que acaban haciéndose resistentes. Algunos, de ellos, se pueden acantonar en áreas hospitalarias y contagiar a enfermos que acaban padeciendo una infección que no tenían a su ingreso.
Esta situación no es excepcional. Con frecuencia, en los hospitales encontramos cepas de patógenos que obligan a cerrar temporalmente quirófanos, servicios y habitaciones hasta estar seguros que hemos podido erradicar, por completo, los gérmenes encontrados allí. El problema de esas infecciones, es de tal magnitud, que en todos los países desarrollados hemos establecido un sistema estatal de vigilancia, información y alerta sanitaria que se activa inmediatamente ante la detección de algún caso. Cuando es necesario, la notificación traspasa fronteras hasta llegar al Consejo de Europa o a la Organización Mundial de la Salud en Nueva York.
Los gérmenes patógenos están ahí, en todas partes, acechando encima de un mueble, detrás de las cortinas o en el quicio de la puerta. Están en los alimentos, en las manos, en la saliva, en el pelo, en cualquier lado imaginable. Nuestro cuerpo, también contiene cientos de millones de ellos con los que convivimos a diario, y acaba adaptándose y controlando a los más peligrosos.
No debemos abusar de antibióticos, nos ha recordado este año el Ministerio de Sanidad y Consumo durante la campaña invernal contra la gripe, porque los antibióticos no sirven para combatir los virus y, sin querer, acabamos dando, a otros gérmenes, la posibilidad de adaptarse y hacerse resistentes.
La lucha es diaria en todos los hospitales y en todos los países. Estas infecciones, llamadas nosocomiales, afectan a personas de cualquier edad y condición, aunque sabemos que tienen una mayor probabilidad de llegar a los enfermos más indefensos, con la inmunidad más deprimida. En buen número de ocasiones, no nos queda más remedio que aislar a los pacientes, restringir las visitas, pertrecharlas con mascarillas o tener que utilizar habitaciones de aislamiento que nos aseguren, dentro de lo posible, que están exentas de gérmenes que puedan perjudicarles.
No es aconsejable la visita de niños a los hospitales. Limitar su asistencia al mínimo imprescindible no es una cuestión menor. Ellos son uno de los colectivos más propensos a salir por la puerta con algún germen nuevo que podría perjudicarle. Los recién nacidos prematuros, aun aislados en incubadoras, tienen bastantes probabilidades de sufrir alguna de estas infecciones. Aunque los avances médicos han conseguido que, actualmente, sobrevivan prematuros con peso cercano al medio kilo, su sistema inmune, sin desarrollar, les hace muy vulnerables a las infecciones. Alguno de ellos no llega a superarla y acaba falleciendo. Las unidades de neonatología con prematuros, los habitáculos de pacientes inmunodeprimidos, las unidades de cuidados intensivos (UCI) y las salas de postoperatorio, son áreas especialmente sensibles porque los pacientes, allí ingresados, tienen menos defensas.
Los más apocalípticos, vaticinan la extinción de la humanidad en manos de una legión invisible de microorganismos resistentes a nuestro arsenal terapéutico. En nuestro recuerdo, permanecen infecciones que se han llevado miles de vidas por delante hasta que hemos logrado encontrar el medio para combatirlas. Las armas son limitadas, nuestros enemigos resisten. Creamos nuevos fármacos a los que esos gérmenes, ahora sensibles, acabarán adaptándose para sobrevivir. Es la guerra sin cuartel de los hospitales contra la resistencia microbiana. El milagro, ocurre cada día, y la inmensa mayoría de los pacientes se curan gracias al trabajo serio y riguroso de los profesionales sanitarios, los laboratorios farmacéuticos y los investigadores. Desgraciadamente, en algunos casos la batalla se pierde y el paciente fallece infectado por virus, bacterias u hongos multirresistentes, con nombre de Klebsiella, Enterobacter, Pseudomona o Aspergillus aislados en las vías respiratorias, el aparato urinario o en el torrente sanguíneo.
En febrero de 2006, la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital 12 de Octubre de Madrid detectó las primeras infecciones por Acinetobacter, una bacteria muy difícil de erradicar. Los resultados de la investigación interna se han expuesto en el XIII Congreso de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica, que se está celebrando esos días en Madrid. Una publicación libre, didáctica y científica de los médicos, con los jefes de servicio de UCI y Medicina Preventiva a la cabeza que expone, a la luz científica, que 252 pacientes se infectaron y que había terminado con la vida de un número no determinado de enfermos críticos. Es, sin lugar a dudas, un acontecimiento grave, pero tan sólo uno más dentro de la lucha sin cuartel que estamos entablando a diario.
Una reciente publicación, en la prestigiosa revista científica 'The New England Journal of Medicine', indica que fallece, inexorablemente, uno de cada cuatro enfermos infectados por colonias de gérmenes resistentes.
Un brote epidémico hospitalario, es un problema sanitario grave, casi siempre de vital importancia, difícil de erradicar. Los sobresaltos seguirán porque cada día nos enfrentamos a una nueva cruzada contra el ejército microbiano invisible. Además, sabemos que esa guerra es larga, complicada y tiene un final incierto. No siempre los antibióticos pueden ganar la batalla.
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