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Amanda Salazar
Sábado, 13 de abril 2013, 16:13
A la hora de ponerle nombre a su nuevo hogar, no hubo dudas. Varias de las componentes de las siete familias sin recursos que han decidido ocupar seis chalés vacíos de una urbanización de la barriada de Maqueda se llaman Manola. Así que por unanimidad este conjunto de viviendas ha pasado a denominarse 'Corrala de Manola'. En total, 20 personas con 14 menores y dos discapacitados a su cargo viven desde principios de esta semana en estas casas. El origen de esta ocupación está en la 'Corrala de Buena Ventura' de la Trinidad, en la que viven desde el mes de febrero unas 20 familias. Los integrantes de este movimiento, auspiciado por la plataforma Stop Desahucios, ya advirtieron que ampliarían estos realojos por toda la provincia.
Y su promesa no se ha hecho esperar. Pero, ¿quiénes son los nuevos vecinos de Maqueda y qué les ha llevado a tomar esta determinación? SUR habla con cuatro de las ocupantes de la 'Corrala de Manola' para conocer su historia. Camile, una joven francesa de 25 años que vive en Málaga desde hace cinco, señala que las siete familias no se conocían entre ellas y que se han tenido que unir «por la necesidad». Cada una tiene su propia historia de frustraciones, desempleo y falta de recursos.
Camile señala que lo único que quieren es tener un techo bajo el que dormir y que solo han aplicado lo que dice el decreto anunciado esta semana por la Junta. «Le hemos tomado la palabra y hemos venido a esta casa porque sabemos que lleva años vacía y que no es de ningún propietario particular; no queremos perjudicar a ningún ciudadano», dice. Aunque la propiedad de las viviendas no están demasiado claras. Camile señala que, salvo la Policía Nacional y la Local, nadie ha acudido a pedirles explicaciones por haber ocupado los chalés. «Lo que sabemos es que son propiedad de la Junta», indica.
Propiedad dudosa
La Junta, por su parte, confirma que se trata de una promoción que contaba con el apoyo financiero público, pero desconoce la situación actual de estas casas y si todavía están en manos de la Consejería de Fomento y Vivienda o si, aunque están vacías, cuentan con propietarios o han pasado a manos del banco. Los vecinos de la zona indicaron a SUR que son de una cooperativa que está en quiebra y que está en trámites de ejecución hipotecaria para pasar a manos de una entidad financiera.
Camile señala que en las casas viven desde una mujer embarazada a un niño de 18 meses y una mujer de 65 años. Un grupo de lo más heterogéneo que ha empezado a organizarse para poner en funcionamiento la corrala. Ahora mismo, las familias se han instalado en cinco de los chalés y pretenden destinar el sexto para uso común de los habitantes, que han previsto organizar allí reuniones y talleres. «Hay quienes han perdido su casa en propiedad, quienes han tenido que dejar su casa de alquiler porque ya no tenían dinero y quienes nunca han tenido la oportunidad de tener una vivienda», indica Camile, que dice que desde hace dos años no encuentra trabajo y que cobra como única ayuda el paro francés.
Camile muestra a SUR una de las casas. Un gran salón, cocina y aseo en la primera planta. Tres dormitorios y un baño completo en la superior. «Es una buena casa y estaba en perfecto estado», dice. Camile señala que las casas estaban abiertas y que no han forzado la puerta. «Las ventanas traseras se podían abrir empujando», indica. De hecho, para entrar en las casas hay que pasar por el muro de acceso a los jardines.
Una gran familia
También hay quienes han tenido que dormir en la calle, como María, que perdió su empleo como limpiadora en una empresa que adecentaba los pisos de nueva construcción. Lleva cuatro años sin trabajo y se quedó sin prestaciones hace uno. «Tuve que dejar a mi hija con su padre, del que estoy separada, porque me quedé sin casa. Perdí la casa y dormimos las dos un par de noches en la calle y decidí que eso no era lo que quería para ella, así que tuve que separarme de su lado mientras buscaba una salida», explica. Así, durante un año, ha vivido «donde podía», en casa de amigos a veces o resguardada en un portal cuando no tenía otra cosa. No tiene familia que pueda echarle una mano... Hasta ahora. «Aquí he encontrado una gran familia y estamos encajando todos muy bien, porque aunque todos somos muy diferentes en el fondo tenemos las mismas preocupaciones y nos entendemos como nadie», dice María.
En solo unos días, añade, «estamos recuperando poco a poco la esperanza» y «curando muchas depresiones». «Yo misma he querido quitarme de esta vida muchas veces ante una situación que me ha desbordado», añade mostrando en sus muñecas las marcas de varios intentos de suicidio. Su perro, Mico, se ha convertido en la mascota de la corrala.
Maribel vive adecenta la corrala para que puedan irse a vivir con ella su marido y su hijo de cuatro años. «Ahora mismo se han quedado en la casa de mi suegra mientras arreglamos todo, pero tengo muchas ganas de que volvamos a tener un lugar propio en el que vivir», dice. Lleva cuatro años en el paro y se le han acabado todas las ayudas. Era envasadora en una planta de aguacate. Él trabajaba en la obra. «Vi estas casas aquí, estaban vacías y pensé que no era nada malo, no le quito la casa a nadie», dice.
Organización común
Otra de las inquilinas, Isa, cuenta su historia mientras trabaja la tierra en el jardín para prepararla para crear un huerto de autoconsumo. Aseguran que es una buena tierra, que han encontrado romero y rábanos entre los matojos y que esperan poder plantar tomates, pimientos y lechugas. Isa es estudiante. Está terminando un Grado Superior de Cerámica en la Escuela de San Telmo. Dice que no tiene ingresos y que no ha encontrado trabajo. Así que ha decidido unirse a la corrala con su pareja. «Me han concedido una beca y voy a aportarla a la casa para que todos podamos comer; que se sienta orgulloso Rajoy de que el dinero del Gobierno va a parar a un buen fin», indica.
Camile explica que cada familia aporta los escasos ingresos que recibe. Aún no han hecho cuentas de lo que disponen entre todos, pero saben que será difícil mantener a tanta gente con ese dinero. Por eso, piden apoyo a cualquier ciudadano que esté a favor de su actuación. Mientras tanto, se organizan para amueblar las casas con lo que encuentran. «Muchas personas tiran sus muebles», dice Camile. También se turnan para llevar a los niños al colegio y aseguran que todos los que tienen edad suficiente están escolarizados.
Entre sus vecinos, sin embargo, no parece haber demasiado respaldo. Según pudo saber este periódico, los vecinos ya sufrieron a un ocupa con anterioridad y temen que se repita la situación. «Se metió en una casa vacía y empezó a ampliarla tirando muros», señala una vecina, que indica que, con otros habitantes de la zona, moverá cielo y tierra para que la 'Corrala de Manola' desaparezca. «No es justo que hagamos esfuerzos para pagar nuestra hipoteca y al lado otra gente tenga la misma casa que tú sin pagar ni un duro», indica. Además, añade que sí han tenido que forzar las casas para entrar. «Han tenido que subir las persianas y forzar la puerta corredera para entrar por detrás», afirma. Los vecinos apuntan a que ya han informado a los responsables de la entidad financiera que debe hacerse cargo de las casas.
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