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Enrique Alcaraz
MÁLAGA

¿Y tú, dónde estabas?

Las inundaciones de 1989 han quedado grabadas en la memoria de miles de malagueños. Un empresario, un maestro, una vecina y un directivo hablan de cómo vivieron aquel día

AMANDA SALAZAR

Domingo, 8 de noviembre 2009, 13:44

Las inundaciones del 14 de noviembre permanecen en la memoria de miles de malagueños. Trabajadores de los polígonos que quedaron atrapados; vecinos de la Carretera de Cádiz, Nueva Málaga, Trinidad o El Palo que se vieron en peligro e incluso perdieron sus casas y enseres por la lluvia; escolares que permanecieron durante casi un mes sin volver a clase; responsables políticos y efectivos de bomberos, policía y sanitarios que trabajaron durante los días posteriores para recomponer la ciudad tras la tragedia; familiares de los fallecidos... Quien más y quien menos tiene una historia que contar sobre cómo vivió aquellos días, tan lejanos ya pero con imágenes y momentos que se han quedado grabados en las retinas de muchos ciudadanos. Un empresario, un profesor de Primaria, una vecina de la Trinidad y un responsable de El Corte Inglés hablan del pánico y la impotencia que sintieron en aquellos momentos confusos.

Los polígonos de Guadalhorce y Azucarera fueron algunas de las zonas más afectadas en la ciudad. Situadas junto al río, recibieron todo el agua que llegaba de los pueblos del interior y que se salió del cauce. Enrique Alcaraz, empresario, tenía por aquel entonces 41 años y el día 14 de noviembre se encontraba en sus oficinas del edificio Toyota, al pie de la carretera N-340.

Aquella mañana fue a trabajar como cualquier otro día. Su despacho tenía un gran ventanal. A mediodía miró hacia la calle y vio el cielo cubierto por nubes negras. «Se hizo de noche por completo», recuerda. Empezó a llover copiosamente, pero ni él ni los empleados podían imaginar lo que se avecinaba. A mediodía, la situación empeoró. Le dio tiempo de ir en coche a recoger a sus hijas a clase. Horas más tarde, cuando volvió a la zona industrial, el agua era ya un torrente que bajaba desde el polígono Guadalhorce hasta la Azucarera y no pudo acercarse.

Rescatados con una grúa

Con una grúa y una pala cargadora de un socio, se adentró con algunos operarios en la Azucarera para ayudar a salir a la gente atrapada. «Pudimos rescatar a un centenar de personas y dimos varios viajes hasta que los motores se llenaron de agua y no pudimos seguir; vivimos momentos trágicos», indica. En la N-340, el agua formaba remolinos y la corriente era tan fuerte que tuvieron serios problemas para ayudar a algunos de los trabajadores que eran arrastrados. «Además, el agua estaba helada porque se había fundido con el granizo», asegura. Tardaron cuatro días trabajando de sol a sol para limpiar de barro las instalaciones. Perdieron mucho, pero su empresa sobrevivió. No todas pudieron decir lo mismo.

En la zona de Tabacalera, el colegio Ave María fue testigo directo de las inundaciones. El patio interior del centro se convirtió en una verdadera piscina. Los bomberos tuvieron que sacar a los niños afectados en camiones. Muchos escolares no pudieron regresar a sus casas esa noche porque los padres también estaban atrapados en sus trabajos y se vieron obligados a quedarse a dormir en las casas de los maestros.

Uno de esos profesores era Francisco Lara, que daba clase a alumnos de segundo de EGB, niños de siete y ocho años. Era mediodía y únicamente se quedaron un centenar de niños de cinco a catorce años que almorzaban en el comedor cuando empezó a inundarse el centro escolar. «Muchos niños lloraban y vimos cómo iba subiendo el nivel del agua en el patio porticado», indica Lara. El recreo tenía una altura de metro y medio hasta el suelo de la galería, y al final el agua se desbordó y empezó a salir con fuerza por la puerta principal hasta la calle. «Intentábamos tranquilizar a los menores hasta que iban llegando sus padres durante la tarde», dice.

Un alumno perdido

Los servicios operativos del Ayuntamiento y los bomberos escoltaron también a muchos niños hasta sus domicilios. Pero siete estudiantes tuvieron que quedarse a dormir en su casa, que estaba sobre la escuela. El mayor susto se lo llevaron un día más tarde, cuando los padres de un alumno denunciaron que éste no había vuelto a casa. Le buscaron durante días por toda la ciudad. Al final, el menor se había refugiado en casa de un pariente que no pudo avisar a su familia con los teléfonos cortados y la ciudad en estado de 'shock' tras la tragedia.

En la Trinidad, la madre de Pepi Cano Cabello perdió su casa por la riada y ella vivió la aventura más peligrosa de su vida. Entonces vivía en Nueva Málaga, otra de las zonas más perjudicadas. Cuando empezó a diluviar, no se lo pensó dos veces y se echó a la calle. Esa tarde esperaba a su hijo de diez años. El menor llegaba en autobús desde Campillos y no daba señales de vida. «Bajé como pude las calles Martínez Maldonado y Mármoles agarrándome a los barrotes de las ventanas para que no me arrastrase la corriente; el agua me llegaba por la cintura», recuerda.

El autobús debía parar en la tribuna de los Pobres. Al llegar a los almacenes Mérida, el río Guadalmedína venía desbocado. «La gente me recomendaba que no cruzase, que era una locura, pero vi el autobús de mi niño y me armé de valor», asegura. Sintió alivio al dar con su hijo. Su segunda reacción fue buscar a su madre, que estaba sola en su casa en la calle Zamorano. Con el menor en brazos, llegó como pudo a la vivienda. Pidió una cuerda, ató a su cintura a su madre y a su hijo, y emprendió rumbo a su casa. «Aquello fue una odisea», asegura. Pocos días después, el suelo de la casa de su madre se venía abajo. «No pudimos recuperar muebles, ropa y recuerdos», dice.

Empleados valientes

Con más de mil empleados en plantilla, los dos edificios de El Corte Inglés en la Avenida de Andalucía y la calle Hilera se convirtieron aquel 14 de noviembre en un hervidero. Juan Ochotorena ya era entonces director de Recursos Humanos. Esa mañana, los equipos de seguridad y mantenimiento extremaron las precauciones de forma rutinaria por las fuertes lluvias. Fue precisamente el jefe de mantenimiento quien dio la voz de alarma. «La riada por la calle Hilera llegó en cuestión de segundos», indica Ochotorena. Él pudo ver los primeros momentos desde la ventana de su despacho. «El agua venía desbocada, arrastró una treintena de coches que luego terminaron apilados y formando un dique a la entrada de la calle Armengual de la Mota», dice.

Inmediatamente, se pusieron todos a trabajar. «Pusimos tablas en las puertas que daban a la calle Hilera y también mantas para intentar que la planta no se anegase; yo intentaba infundir tranquilidad a todos», añade. Pese a todo, el sótano del edificio de hogar se llenó de agua, que entró por la escalera de emergencias. Tampoco fue fácil defender la entrada al garaje del edificio principal. Los empleados incluso se convirtieron en héroes ese día. «El jefe de seguridad se ató una cuerda a la cintura y se lanzó a ayudar a una mujer inmovilizada en mitad del paso de peatones; otros empleados rescataron a una pareja de un coche que daba vueltas sin control», recuerda. La dirección les felicitó después por su actuación. Los momentos extraordinarios provocan reacciones igualmente extraordinarias.

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