Brazos que sirven de puente
Evitan que bebés retirados por la Junta pasen por los centros de acogida. Les dan amor y cuidados, pero saben que pronto llegará el adiós
GEMA MARTÍNEZ
Domingo, 4 de octubre 2009, 04:05
Es como si la mujer que da el biberón al bebé estuviera bajo los efectos de un subidón de oxitocinas. Lo mira y lo vuelve a mirar, para un momento y con un dedo le acaricia la mejilla. Luego se lo aprieta contra el pecho y le da golpecitos en la espalda. «Es que aún no ha echado los gases», dice cuando se le propone comenzar con la entrevista. El bebé está envuelto en una toquilla rosa, lleva unos calcetines diminutos y los mismos pendientes que le puso a su hija al nacer, hace más de veinte años. Son de oro y parecen estrellitas.
A la mujer le falta unos cuantos años para cumplir los 50, está separada, tiene una hija de 22 y otro de nueve. Dice que un día vio una película americana que trataba sobre familias que acogían a niños durante cortos periodos de tiempo. Entonces dijo: «Eso quiero hacer yo», y eso es lo que hace.
A la mujer que da el biberón al bebé la sonrisa casi no le cabe en la cara. Tiene una mirada viva, emocionante, como una recién parida ahíta. «Venga, déjamela un rato», le dice Elena Lumbreras, que es psicóloga de Hogar Abierto, una de las dos asociaciones que gestiona el programa de Acogida de Urgencia puesto en marcha hace un año por la Junta de Andalucía. La otra asociación se llama Infania.
Elena se lleva al bebé y casi de inmediato se oye a lo lejos un jolgorio; una algarada. La psicóloga debe estar enseñando la niña al resto del equipo, formado sólo por mujeres, y los gritos de cariño se mezclan con las exclamaciones. «¡Una muñeca! ¡Mira que cosa bien hecha! ¡Es perfecta!», y frases así.
Una llamada
Hace sólo un par de días, la mujer, que prefiere mantener su identidad en el anonimato, recibió una llamada de Hogar Abierto. Al día siguiente debía recoger a un bebé cuya tutela había sido asumida por la Junta de Andalucía, bien porque estuviera en situación de riesgo, bien porque sus progenitores hubieran renunciado a hacerse cargo de él.
«Pero ¿cómo es?» «Pequeña». «¿Cómo de pequeña?». «Muy pequeña». Esa fue toda la información que recibió a través del móvil, del que no se separa desde que entró en el programa. «Y claro, un bebé muy pequeño puede ser de muchos tamaños, así que compré varios trajecitos de diferentes tallas».
Era la tercera vez que se enfrentaba a esta situación. La primera fue en octubre del año pasado, recién iniciado el programa de Acogida Urgente, cuyo objetivo es evitar que estos pequeños esperen en los centros de acogida a que el Servicio de Atención al Menor tome una medida definitiva sobre ellos.
La llamada se produjo al mediodía, y al día siguiente debía presentarse en el lugar fijado. Entonces no tenía nada. El carrito se lo dio su sobrina, pero ella compró la cuna; se hizo con pañales; con el porta bebés; el cambiador, tetinas, y ropita... Ropita rosa. «Me dijeron que era niña y me fui como una loca a comprar ropita, toda de color rosa». Cuando se lo entregaron resultó ser un varón con dos o tres días de vida.
Ese primer bebé estuvo con ella y con sus dos hijos un mes y medio. Luego, de sus brazos pasó directamente a los brazos de los padres de adopción. «Me asombré de lo bien que llevé ese momento. Se lo entregué a personas que llevaban años esperando. Era un bebé deseado. Ves su cara, cómo lo cogen, cómo lo miran. Fue como entregarles un regalo del cielo», dice. Pero no es una mujer de piedra, así que cuando a los dos días empezó a lavar la ropita de aquel niño, se rompió: «Me hinché de llorar», recuerda.
La siguiente llamada llegó a la semana de haber pasado por el mal trago, y esta vez era de ya para ya. La entrega se produjo en el mismo día y el bebé permaneció con ella y con los suyos siete meses, tras los cuales, sus brazos volvieron a ser un puente con los brazos de los padres de adopción.
Su hija todavía tiene en el salva pantallas del ordenador la imagen del niño, y carpetas con fotos de cuando tenía días, un mes, dos, tres. Tiene fotos en la playa, en la trona y hasta vestido de Papa Noel. «Pero lo llevo bien. Sólo pienso en el tiempo que he disfrutado de ellos, y ellos de mí», dice. A su madre le ha contado que, en la calle, no puede evitar fijarse en todos los carritos, «por ver si lo ve».
Madre e hija, y también el hijo menor, saben que deben estar preparados para una separación que se producirá de forma irremediable. Es una de las condiciones.
Nunca se quedan
Todas las familias seleccionadas para el programa de urgencia -un total de seis en el caso de Málaga- saben que los críos no estarán con ellas más de seis meses, a lo sumo, nueve si se considera necesaria una prórroga. Pasado este tiempo, el Servicio de Atención al Menor ha debido adoptar una medida definitiva: devolverlo a la familia biológica, entregarlo a la familia extensa, darlo en adopción u optar por alguna de las otras modalidades de acogimiento.
«Ninguna de las familias de urgencia se puede quedar con los niños, ni siquiera en acogimiento. Es algo que deben tener absolutamente claro todas las personas que formen parte del programa», dice la psicóloga de Hogar Abierto. «Eso debería salir en letras mayúsculas», añade. Por eso, es indispensable que todo el núcleo familiar sea capaz de asumir emocionalmente la entrada y salida de los bebés. «Si en algún momento nos damos cuenta de que para alguno de los miembros está suponiendo un dolor que no es capaz de asumir, paramos y revisamos el caso», explica.
También es muy importante que la persona que se va a hacer cargo del niño de forma más directa, además de una disponibilidad total, cuente con el apoyo del entorno y de otras personas de total confianza.
Turnos de noche
«Por las noches nos turnamos. Mi hija se queda despierta hasta que le da el biberón de la una. Mientras tanto, yo duermo un poco y me levanto a las cuatro, para el siguiente bibi». A veces, a la hija la confunden con la madre del bebé. Y casi lo parece. Acude ante el menor sonido de queja. Dobla un dedo, acerca un nudillo a la boquita y la pequeña empieza a succionar: «¿Ves, mamá? Tiene hambre. Es que antes se ha dejado varios dedos del biberón», le recuerda. No necesita instrucciones para preparar la leche.
Otro de los compromisos que adquieren las familias es acoger al menor sea cuales sean sus circunstancias y su estado de salud. El niño puede presentar algún tipo de minusvalía o enfermedad, y estas personas deben saber afrontar la situación, pasar días en el hospital, acudir a revisiones diarias, estar pendientes de la medicación o acoger a pequeños que proceden de ambientes muy desestructurados. Por eso, durante el periodo de formación, se les enfrenta con situaciones prácticas para ver si son capaces de resolverlas.
Hasta ahora, todos los menores entregados a estas familias de urgencia han sido bebés, pero el programa especifica que la edad puede llegar a los seis años. Por eso, la mujer que parece estar bajo los efectos de un subidón de oxitocinas ha empezado a almacenar y a ordenar muchas bolsas. Están llenas de ropa para niños de muchas edades.
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