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PABLO ARANDA
Miércoles, 5 de marzo 2014, 14:37
Hubo una época en que Miraflores de los Ángeles fue un segundo barrio para mí, o tercero, qué sé yo, el caso es que ocupaba un lugar importante en mi geografía personal. Todas las semanas pasaba por allí y me sentía pequeño entre los soviéticos gigantes de ladrillo. En aquella época soviético era una palabra atractiva, cirílica, y yo tenía melenas. Tenía amigos en el barrio y les preguntaba quién lo había proyectado, por qué. Tanta gente en tan poco sitio, bloques tan altos, tan grandes, tanto ladrillo. Y por qué ese nombre primaveral y verde si el color de Miraflores era del rojo apagado del ladrillo. Giraba sobre mí mismo y miraba hacia arriba. Recorría galerías, surcaba pasillos, tomaba ascensores, subía escaleras para llegar a la casa de mis amigos y luego bajábamos a algún bar a tomar algo. Sentía que si atravesaba alguna puerta sería devorado. Y ahora, cuando vuelvo al laberinto de ladrillo de Miraflores de los Ángeles y repaso nombres míticos como Guadaljaire, encuentro un bar que se llama Tiburón lV y pienso que quizá fui devorado, que otros lo fueron.
LA PALMERA DE LA ESPERANZA
Cuando dejé de ir al barrio lo veía desde la carretera, esa muralla insalvable, esos cientos de ventanas y cada ventana escondería una historia, por lo menos, y me fijaba en algunos carteles de se alquila o se vende, en ropa tendida, en las dimensiones faraónicas de la muralla, preguntándome siempre por qué, por qué tanta gente junta si después no hay recursos para todos. Entonces, recorriendo la ronda a cincuenta kilómetros por hora, me gustaba mirar una palmera altísima y sola, única, que contrastaba con los altos bloques. Una palmera que dotaba de esperanza, pensaba, a ese barrio que como había sido mío lo seguía siendo. Una tarde no vi la palmera y quizá me había equivocado en el tramo en el que desvié la mirada de la carretera, pero a la tarde siguiente tampoco estaba y ya nunca más estuvo. Mucho tiempo después les pregunté a algunos amigos por la palmera, a Rosa de 'Las jirafas saben bailar', al poeta Paco Doblas que enseñaba a conducir camiones por las calles de Miraflores. Dicen que los trabajadores de una obra acabaron con ella. El enemigo en casa. Alguien debería plantar una nueva palmera, una muralla de palmeras, plantas en un barrio que casi sólo tiene plantas alrededor de la iglesia, la iglesia rodeada de verde que por eso no será comida por Tiburón lV, un poco más arriba.
La parroquia, unos metros más allá, un poco más arriba en este barrio desnivelado, como si huyera del tiburón, es la única construcción baja y moderna del barrio, rodeada de árboles. Nuestra Señora de los Ángeles, tal vez la parroquia que atiende a una población más amplia de toda Málaga. Tiene una cofradía, Llagas y Columna, de un barrio que se acuerda de Dios y pide que Dios se acuerde del barrio.
Isidro, un detective amante del deporte, con problemas en los ojos y algo despistado, personaje de mi novela 'Desprendimiento de rutina', se sentó en una terraza de Miraflores y también se sentó en una plaza donde unos vendedores de hachís le pidieron por favor que se alejase de allí, que tenía aspecto de policía y les ahuyentaba la posible clientela. Si pudiera volver atrás, sentaría a Isidro en el Tiburón lV y le pediría unos churros. Chocolate no, porque creo recordar que no podía tomar leche. Si algún día me piden que haga una película, rodaré Tiburón IV, por eso nunca me lo pedirán.
LAS ALTURAS
Miraflores de los Ángeles recuerda al barrio de La Luz, pero en apretado. Y los desniveles que lo llena todo de escaleras y galerías, dotándolo de una fisonomía curiosa que lo hace atractivo y mejorable. Los bajos son locales, una colección de luminosos cuya nomenclatura me interesa. Hay una tienda de alimentación que se llama 168; una escuela infantil con un buen nombre: Hola, Don Pepito; una tienda de golosinas -¿africanas?- llamaba Kalahari; un bar llamado Ke Kaña, en la plaza Monseñor Bocanegra, donde también, como en la iglesia un poco más arriba, los árboles esconden los edificios y la sombra constituye un refugio. Lencería Interiores, persianas Cortinas.
Tras la muralla inferior, la que inicia la bajada hacia el Hospital Civil y la biblioteca pública, varios locales han aprovechado la luz y el espacio para que se abran bares. Está la Candelaria, con un pescado bueno y platos caseros. Y está también la marisquería La mar con su caldito de pintarroja y sus filetitos Periana y sus gambas. Pero quizá el mejor lo encontraremos dentro del laberinto, Paco el Moro, para tomarse de pie unos pescados y unas cañas y olvidarse de donde estamos pero sin olvidarnos del todo, un poco lioso pero es así. Cubo de cervezas y calamares a cinco euros, o cubo de cervezas a tres euros, son algunas de las ofertas que adornan la fachada del buen Paco el Moro, o el 'Nos vamos a Sierra Nevada', que está bien airearse y conocer otras alturas. Subiendo hacia la autovía, en una plaza donde descansan dos mesas de ping pong sin red, hay un muro de piedra con una portería pintada con pintura blanca. Qué costará colocar una portería de verdad, unas canastas, plantar diez palmeras por cada palmera tirada por un trabajador en un acto de homicidio involuntario. Espacio para niños y niñas, luz, deporte, color. Que bajarse a la calle no sea toparse con la selva donde en cualquier momento surge la estampida de coches, siempre buscando aparcamiento a pesar del nuevo parking. La portería blanca rodeada de firmas es la metáfora de un barrio que necesita abrirse espacio, aunque sea difícil, aprovechar sus alturas, alimentar a sus vecinos que se merecen más. Más abajo hay una plaza de bancos pequeños pero que constituye un respiradero, sin coches. Una fuente sin agua y unos cuantos árboles, un espacio agradable que debe cuidarse y multiplicarse, un naranjo, unas palmeras, y alrededor ventanas, más ropa tendida, un Papá Noel escalando una terraza aunque este es el último domingo de febrero, oiga.
EL ASILO DE LOS ÁNGELES
El nombre del barrio viene del convento que se construyó en los terrenos cedidos para ello por Diego Torres. Terminó de construirse en 1585, en el lugar donde se cree que fueron enterrados San Ciríaco y Santa Paula, patrones de Málaga, quienes fueron matados en el cercano Arroyo de los Ángeles. Cuenta con imágenes del siglo XVII y un retablo barroco del mismo siglo. Fue leprosería y manicomio, y desde la desamortización de 1836, es asilo. Su situación es complicada, ocupándose de los necesitados pero necesitado a su vez de ayuda el mismo asilo, que dio lugar al barrio muy posterior y que es parte de la historia de Málaga. Sería una pena que tuviera que cerrar, como ha estado a punto de ocurrir. El Patronato que lo gestiona, dirigido por Cristina Rueda, hace lo que puede, y debemos ayudarles.
Más abajo, hacia el Hospital Civil, por el Arroyo de los Ángeles donde fueron muertos San Ciríaco y Santa Paula, perdiéndonos en el interior de esta parte del barrio de formas más suaves, edificios de cuatro plantas y casas mata, está la Biblioteca Municipal Cristóbal Cuevas. Pero volvamos un poco al principio de todo, a los mártires consagrados por los Reyes Católicos tras la toma de Málaga. Fueron matados por no renunciar a su fe cuando las persecuciones a los cristianos emprendidas por el emperador romano Diocleciano a comienzos del siglo lV, aunque antes de que este muriese el cristianismo sería la religión del imperio. Diocleciano, por cierto, abdicó y se refugió en un palacio que dio origen a otra ciudad mediterránea, Split, en la costa croata, entre cuyas murallas y salas vive hoy gente y también puede perderse uno.
El catedrático Cristóbal Cuevas que da nombre a la biblioteca fue profesor mío y en sus clases alzaba con una mano un ejemplar con poemas de Góngora, o de Fray Luis de Granada, como si fueran la Biblia (lo eran en sus clases) y extendía el índice de su mano libre para añadir autoridad a sus cultas explicaciones. La biblioteca hace esquina en una plaza que no es plaza, apenas un cruce de calles. Me gusta ir a esta biblioteca y hablar de libros con Pepe de la Torre que no es hermano del alcalde. Hablamos en susurros, interrumpida la conversación cada vez que debe atender a algún usuario. Y es en la biblioteca donde me documento del Asilo.
INTERIORES DEL BARRIO
Entro a la cafetería Tiburón IV y pido unos churros. El local es nuevo, o está como nuevo, y el trato es eficiente y amable. Nube doble y dos churros. Un vaso de agua. Esta cafetería no devorará al barrio, la primera hipótesis que sostuve en otra visita cuando descubrí el letrero con el nombre. Tiburón IV es en realidad un tiburón ballena, un tiburón bueno. El lector se merece que descifre el porqué del nombre y voy a hacerlo enseguida: no tengo ni idea. Como buen periodista indagué, con una pregunta indirecta al camarero espabilado: «¿se llama Tiburón lV por la película?», aunque no sé si hubo tantas películas de tiburones que atacaban a mujeres intrépidas que nadaban por la noche, en una secuencia maldita que recordamos sólo cada vez que nadamos por la noche y nos decimos pero si en Málaga no hay tiburones, pero ni modo (como dirían en México) y a la orilla tío, que no habrá tiburones pero es de noche y vi 'Tiburón', la primera, en mala hora. Y el camarero me contesta riéndose: «Que va, claro que no», pero no me dice el porqué, y yo en vez de insistir me dedico a mis churros (¿como buen periodista?), así que no puedo ofrecer la respuesta pero sí la pregunta, contagiar la intriga, la magia del barrio porque tiene magia este barrio extraño y superpoblado, con sus galerías y sus alturas y su iglesia.
La iglesia es lo mejor del barrio, una exquisitez arquitectónica. Entro a la iglesia y pienso que van a pensar que soy un ladrón, como si conservase las melenas de mis primeras visitas hace más de 20 años, y mis camisetas revolucionarias serigrafiadas por una amiga en un local de este barrio. Y me siento en un banco esquinado, quieto en la quietud, agradeciendo el silencio y la sencillez, el techo inclinado, los estrechos y altísimos ventanales. Al salir leo una placa con el nombre del arquitecto, José Luis Esteve Balzola, quien diseñó la iglesia en 1970, que obtuvo premios de arquitectura. Y junto a la placa cuelga el cartel de un viaje al santuario de Fátima, en Portugal.
Espero que se hayan coordinado con otras iniciativas vecinales. Para que quien quiera pueda apuntarse a ambas escapadas: ir a pasar el día a Sierra Nevada con el viaje de Paco el Moro, o estos tres días de peregrinación a Fátima.
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