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NIEVES CASTRO
Viernes, 30 de agosto 2013, 16:26
REVOLUCIONÓ el verano de 1999. Trajo de cabeza a las fans y a los 'paparazzis' por eso de que era la primera vez que asomaba su rostro de héroe fílmico por estos lares. Bruce Willis, contumaz, en la cresta de la ola gracias a un saco de títulos a sus espaldas que habían reventado la taquilla - 'Doce Monos', 'Armageddon', 'El quinto elemento' y hasta dos secuelas de su exitosa saga 'La jungla de Cristal'-, dio juego en aquel tórrido julio marbellí en compañía de su novia María Bravo, por aquel entonces una auténtica desconocida de curvas y piernas trabajadas a conciencia.
La pareja coincidió en la puesta de largo de Planet Hollywood de Madrid, la cadena de comida que Willis cofundó con los también actores Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone. Tras el flechazo, la pareja optó por pasar unos días de descanso en la tierra natal de la sampedreña. Eso sí, nada de lujosos hoteles y suites babilónicas. En un apartamento, el de ella.
Su primer y tumultuso baño de multitudes se lo dieron en Puerto Banús, donde se dejaron fotografiar por profanos y expertos en la materia. Más de lo mismo en su paseo por las callejuelas del casco histórico de Marbella tras el empeño de María de enseñarle a su recién estrenado novio la casa donde nació, situada junto al Castillo de la ciudad.
No son pocos los fotógrafos profesionales que todavía recuerdan las dificultades con las que tenían que trabajar en aquellos días. El actor iba rodeado de diversos guardaespaldas, pero no eran ellos quienes impedían su labor, carrete fotográfico en ristre, sino la nube de jóvenes que querían ver de cerca a su ídolo.
Esquinazo a las cámaras
En ese juego de atraer y dar esquinazo a las cámaras, el actor y su nueva compañera no se andaban con chiquitas. No dudaron en dejar compuestos y plantados a dos famosos restaurantes de Marbella en donde la pareja había reservado mesa para unas 30 personas. Lo que no sabemos es si esas técnicas se las trajo aprendidas Willis de la jungla de asfalto de Nueva York, o si la necesidad de intimidad agudizó el ingenio de los tortolitos. La cuestión es que la estrategia funcionó. La estrella disfrutó de sus vacaciones entre saraos y fiestas privadas que acababan al amanecer. Las crónicas de quienes siguieron las correrías nocturnas de la pareja así lo reflejan.
En Marbella, que se sepa, no solo corrió juergas en discotecas, sino que probó las exquisiteces de la tierra en restaurantes con renombre, se le vio en actitud más que amartelada con su novia, jugó al golf con la pierna amorcillada y como colofón ascendió hasta las más altas cotas guiris y llegó a apuntarse a una fiesta flamenca, en un local con ángel enclavado en el centro de la ciudad. Unas vacaciones, como quien dice, de película.
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