
ANA PÉREZ-BRYAN
Viernes, 12 de julio 2013, 12:52
A veces, resulta fácil identificar cada etapa pictórica de un artista con un proceso vital paralelo. Las épocas felices suelen traducirse en colores y en estampas alegres, mientras que en los periodos sombríos no es extraño percibir una tendencia al blanco y negro y a modelos atormentados. Henri Matisse (1869-1954) no cumplió, sin embargo, con el tópico. Muy al contrario, el pintor se sumergió en los últimos años de su vida en un universo que muchos consideran la etapa más fructífera y luminosa de su trayectoria, con piezas que además ayudaron al artista a recuperar sus recuerdos de juventud, sus experiencias más placenteras y sus viajes a otros países. Ni siquiera cuando su enfermedad le condenó al lecho dejó de crear. El pulso no le permitía pintar, pero sí trabajar en collages cuyos pequeños recortes reproducían figuras humanas, frutas o amebas.
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De esa etapa son sus 'Desnudos azules', muy apreciados por su delicadeza y estampados en sus diferentes versiones por los hermanos Mourlot, especialistas en el tiraje litográfico que trabajaron con otros grandes de la época como Picasso. Utilizaban las mejores técnicas de reproducción para cada obra -siempre original- y muchas de ellas fueron publicadas en 'Verve', una revista de referencia tanto en arte como en literatura que en las primeras décadas del siglo XX tomó el pulso a la enorme vitalidad creadora de la Europa de la época. La altura de la publicación era tal que los textos incluían las firmas de Jean-Paul Sartre, Federico García Lorca, José Bergamín o Andre Malraux, entre otros; mientras que el capítulo artístico lo copaban autores de la talla de Georges Braque, Marc Chagal, Joan Miró, Picasso y el propio Matisse.
Homenaje póstumo
Precisamente el autor fue el protagonista de uno de los números más apreciados de 'Verve', no sólo por la calidad de las litografías que incluyeron, sino porque la publicación vio la luz poco después de la muerte del autor a modo de homenaje póstumo. De aquella edición especial se publicaron 2.000 ejemplares que se vendieron por todo el mundo, y una de ellas es la que se exhibe ahora en la galería Cartel como broche de oro a su temporada expositiva.
Son en total 30 litografías firmadas por el autor francés cuyo valor reside en que muchas de ellas -excepto cinco- documentan esa vitalidad artística a la que Matisse se entregó en los últimos años de su vida y que filtran «un universo increíble». Así lo defiende el artista malagueño Diego Santos, propietario de la colección que ahora se exhibe (y se vende) al público y que dan cuenta de la exquisitez con la que trabajaron tanto el autor como los hermanos Mourlot.
De los fondos, los más apreciables son los que fueron facturados entre los años 1950 y 1954, poco antes de la muerte del artista, ya que en ellos, a juicio de Santos, «se aprecia el color, el disfrute y la alegría con la que trabajó Matisse en sus últimos años y que permiten contemplar la obra de un autor completamente desarrollado». Especial relevancia tienen las piezas 'Zulma' (1950) -en la que el artista rescata las vivencias de un viaje a Tánger-, 'La négresse' (1952), 'Decoration-Marques' (1953) y 'Decoration Fruits' (1953). La colección se completa con las otras cinco piezas de etapas anteriores, como 'Femme au chapeau' (1935), 'Portrait' (1938), 'La danse' (1938) y dos 'Nu de femme' (1948), que terminan por completar el perfil de un Matisse que, al contrario que otros colegas de paleta, reservó su mejor obra para el final de sus días.
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