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JULIÁN MOLINA En twitter: @capitan_ahab
Miércoles, 5 de septiembre 2012, 03:47
Arder es perderlo todo en un momento. Sin vuelta atrás. Toda una vida se reduce en segundos a cenizas, sin que se pueda salvar nada. Puede uno luego darle mil vueltas a lo que se podría haber hecho o de quién es la culpa. Pero ya no tiene arreglo. El paraje tarda décadas en recuperarse, y las personas no solo pierden el patrimonio de toda una vida, o incluso la propia vida, sino que mantienen una cicatriz sentimental para siempre. Un dolor del que uno se recupera a ritmo geológico, pero con una esperanza de vida biológica. O sea, nunca.
Lo mismo pasa con un país. Convertir la cultura en un bien de lujo, prescindir de la investigación o empobrecer la educación son medidas que se toman en un momento, pero que calcinan el futuro de un país por décadas. O más. La palabra siglo proviene del latín saeculum (generación), originalmente el lapso de tiempo entre un suceso (como un gran incendio) y el momento en que ha muerto toda persona viva durante ese suceso. El tiempo que pasará hasta que muera el último de esos jóvenes que forman la generación perdida. O el que pasará hasta no quede nadie que recuerde esos alcornocales o Barranco Blanco.
«Convertid un árbol en leña y podrá arder para vosotros; pero ya no producirá flores ni frutos», decía Tagore. Para quemar la cultura empuñamos la excusa de acabar con los Bardem y los de la ceja. Para quemar la educación basta la vagancia y la mediocridad del profesorado y la indolencia de los estudiantes. Los parados son unos vagos que no buscan trabajo. Los jubilados abusan y trapichean con las recetas. A la hoguera todos. Siempre habrá una parte que nos justifique prender el total. Señalémoslos como culpables y quemémoslos en la pira. Reconfortemos momentáneamente a una turba más preocupada por la herencia recibida que por la herencia por ofrecer. Y así un día se levantarán y el pasado será justo lo que querían, pero el futuro estará completamente calcinado. Y ya no tendrá arreglo.
Apretarnos el cinturón es necesario. Apretarnos la soga es suicida. Pero, como dijo Tolstoi, hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego.
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