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J. GÓMEZ PEÑA
Jueves, 9 de agosto 2012, 03:37
Siempre llueve en Londres, incluso cuando como ayer al fin despeja. El estadio Olímpico se levanta sobre tierra de marismas. Las hormigas voladoras lo recuerdan y cada vez que sale el sol caen a puñados. Como ayer. Lluvia de insectos. Desde el cielo, Usain Bolt y Yohan Blake tienen que parecer seres voladores. Se pasearon en sus semifinales de 200 y hoy cruzarán alas en la final más eléctrica. Bolt ejerció de 'showman'. Losuyo. Se golpeó el corazón. Saludó a lo militar y se atrevió con un paso de breack-dance. Rezuma confianza. A trantán, frenándose desde la curva, ganó su manga en 20.18. Y al llegar, con las manos, pidió calma. Hoy más. Su rival y amigo, Blake, también reservándose, paró el reloj en 20.01. Londres vive ya en vilo por dos tipos voladores. Los necesita a los dos. El récord del mundo tiembla (19.19).
El despertador de Usain Bolt se llama Yohan Blake. Tras ser campeón olímpico en Pekín y recórd mundial en 2009 con 9.58, Bolt sesteaba contando los 18 millones de euros que ingresa por temporada. Hasta que el año pasado, en Bruselas, su joven compañero de entrenamientos, 'la Bestia' Blake, marcó 19.26 en los 200 metros, solo siete centésimas más que su plusmarca (19.19). El doble hectómetro es la carrera de Bolt. En ella empezó y la adora. La siente suya. Blake le zarandeó en pleno sueño. Aguijón amigo. «Me abrió los ojos», confiesa. «Vi que no había trabajado bastante». Al fin notaba una sombra que le amenazaba. «Sé que Yohan trabaja más que yo», comenta con una sonrisa. Pero también sabe que Blake necesita estar al cien por cien para ganar; él, no. Tiene margen. «Para ser una leyenda tengo que vencer otra vez en el 200», apuesta. Ni Carl Lewis pudo encadenar dos triunfos olímpicos en esa prueba. Hoy, Bolt quiere pisar primero esa frontera. Y Blake le ha despertado a tiempo.
Londres 2012 vive pendiente de ese desafío. Otra vez en el planeta Bolt. Y con Blake como acicate. El joven jamaicano aprieta. «Los 200 me vienen mejor. Lo mío es la fuerza, la resistencia a toda velocidad», amenaza. 'La Bestia' se ha cansado de hacer series de 400 metros para estirar la duración de sus sprints. Batió a Bolt en el preolímpico jamaicano. Pero allí no estaba el gran Usain, el que ganó el domingo la final de 100 metros por delante de Blake. El extraterrestre. El chico divertido que actúa como un mimo antes de su erupción de nueve segundos. Dicen que a Bolt solo puede derrotarle Bolt. Blake no está de acuerdo. Tiene 200 metros para demostrarlo. Si no, su maestro será leyenda.
'La Bestia'
Cuidado con Blake. De crío pintó en el muro de su escuela: 'Yohan Blake 9,98'. Enseguida lo cumplió. El domingo, en la final olímpica, marcó 9.75. Ya se arrima la 'Bestia' de 22 años. Le va el apodo. Jura que cuando acaba cada uno de sus brutales entrenamientos se siente con fuerza «para mover una montaña». Durante años, Bolt, su amigo mayor, le llamó 'junior'. Eso se acabó el año pasado, cuando en Bruselas marcó 19.26 centésimas en los 200 metros. Blake creció queriendo ser Bolt y ya se acerca. No frenará. Viene de lejos, de una familia de doce bocas sin comida para tantas. «Sé lo que es el hambre. Y juro que eso no se olvida», dice.
Blake es áspero en la pista. Músculo puro. Bala. Le encanta mostrar el teclado de sus abdominales. Que vean las tripas de la bestia. Es también el único velocista al que Bolt no intimida. Quizá por ser colegas, por compartir entrenador (Glen Mills) y por venir del mismo lugar. Primero admiró a Bolt, ahora es su amigo y su rival. Si a Usain se le conoce por su sonrisa y su vagancia, a Yohan, por su disciplina. «Siempre he querido una mejor vida para ayudar así a mi familia. Mis padres no pudieron pagarme la escuela». Pasó la infancia revendiendo botellas vacías y cargando bidones de agua en la cabeza. Así fabricó sus músculos. Ahora tiene una fundación en la que apadrina a 30 niños difíciles. Coincide con Bolt en su deporte preferido: el críquet. Jugó y era bueno, rápido. Tanto que acabó en una pista de atletismo. Con 15 años corrió los cien metros en 10.56. Madera. Al año siguiente ya bajó a 10.11. Vio por la tele el despliegue de Bolt en Pekín y dijo: «Eso es lo que yo quiero». Buscó al entrenador de Bolt, Glen Mills, y se ofreció. Ahí se conocieron los dos tipos más veloces del mundo. Bolt, tres años mayor, adoptó a Blake. Amigos las 24 horas del día, salvo unos segundos, los que dura su lucha a muerte en la pista.
En 2005, Bolt era dios, el elegido que había roto todos los cronómetros; Blake, simplemente, una promesa con músculos hasta en las trenzas. A Bolt le volvieron las lesiones, la desgana, los compromisos. Y la noche. Su nombre apareció en la páginas de sucesos por estrellar su BMW a las cinco de la madrugada. «A esa hora me levanto yo todos los días para entrenarme», replica Blake. Ha pasado años corriendo detrás de su amigo para cazarle. Con esa misión vino a Londres. No pudo en 100 metros. Hoy lo intenta en 200. Se siente capaz de atrapar un rayo. Habrá que verlo.
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