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Visitas de Pedro Sanz (la sala todavía decorada al gusto de la familia Aznar) e Iñigo Urkullu, en 2004 y 2011, respectivamente.
VIVIR

Así se vive en La Moncloa

El palacio tiene un búnker con hospital y sala de cine, y está prohibida la comida a domicilio. En sus cocinas se prepara hasta la masa de las pizzas

FRANCISCO APAOLAZA

Domingo, 20 de noviembre 2011, 02:34

Su puerta flanqueada por columnas dóricas forma parte del paisaje habitual de nuestra clase política: largos apretones de manos y sonrisas impostadas que quedan inmortalizados por el crepitar de las cámaras. Del resto de La Moncloa se sabe más bien poco, casi nada. Nadie se imagina que el poder en España reside en un extraño complejo, una pequeña Casa Blanca en la que trabajan 2.500 personas. Allí viven el jefe del Gobierno y los suyos en una vivienda «insoportable para una familia normal», como la definió Ana Botella. Hoy se presumen los ecos de una mudanza: se marchan los Rodríguez-Espinosa y ya están llamando a la puerta los Rajoy-Fernández y los Rubalcaba-Goya. Esta noche se conocerá a los nuevos inquilinos.

María Ángeles López de Celis es de las pocas personas en España que conocen al dedillo los entresijos de la residencia del presidente y 'la señora' (así se dirigen a ellos los trabajadores). Ha recorrido las esquinas más secretas del complejo durante los 32 años que pasó como secretaria de los cinco mandatarios que han regido los designios de España, «los cinco con sus luces y sus sombras, los cinco que ayudaron a que seamos lo que somos». Aquellas horas pasadas en palacio quedaron reflejadas en un libro, 'Los presidentes en zapatillas' (Espasa).

Ya estaba allí cuando cruzó la puerta Adolfo Suárez en 1977. La recién estrenada presidencia del gobierno democrático recibía en el Palacio de Villamejor, en el Paseo de la Castellana, pero el edificio presentaba casi tantos problemas para mantenerlo seguro como para aparcar. Así que el carismático Suárez se trasladó con los suyos a un complejo a cinco kilómetros de la Puerta del Sol, en la carretera de la Coruña, el Palacio de La Moncloa, unas dependencias del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, que entonces mantenía los azulejos en las paredes con aires de laboratorio y los cristales de los viveros. Siglos atrás, aquello había sido un pabellón de caza de sus nobles propietarios, entre ellos la Casa de Alba: se llamaba La Casa Pintada por las escenas que varios artistas dejaron en su fachada. Durante la Guerra Civil, el chorro de metralla que entró por el frente de Moncloa en la toma de Madrid lo destruyó todo.

Hoy trece edificios forman el complejo, que da cobijo al Consejo de Ministros, al Gabinete del Presidente (irónicamente denominado Edificio de Semillas Selectas), al Portavoz del Gobierno y a la Secretaría de Estado de Comunicación (donde se celebran las ruedas de prensa), a la Vicepresidencia Primera y al Ministerio de Presidencia. Un jaleo. Hay hasta un banco y una agencia de viajes.

Pero, ¿qué nos espera tras la puerta de las fotos? «A la izquierda hay dos vestíbulos; a la derecha, el despacho oficial del presidente, decorado con tapices, muy bonito y muy poco operativo». Tan poco, que no lo utilizan ya. Abajo, unas enormes cocinas, un office y las dependencias del servicio general que atiende a la familia del presidente. Tiene timbre como todas las casas, pero nunca lo ha pulsado un pizzero, pues está prohibido, como la comida precocinada. El cocinero hace hasta la masa. Por si acaso.

¿Cuántos trabajan en esa casa? De Celis saca a colación una frase de Ana Botella, la más protocolaria de todas las 'señoras' que pasaron por aquí: «Tengo 55 personas a mi cargo y nunca estoy bien atendida». Entre todos ellos tienen que ocuparse del jardín, la piscina, la pista de pádel que mandó construir Aznar y las necesidades de la familia presidencial, que vive arriba, en el segundo piso, unos 200 metros cuadrados que cada cual ha reformado a su manera. No es una mansión, «es una casa para una familia normal». En las buhardillas, más habitaciones: estancias poco confortables que fueron construidas para el pequeño ejército de ocho hijos, ocho, de Calvo Sotelo. En la habitación del presidente ya habían dormido con anterioridad algunos extraños amigos de la España de otros días, entre ellos Saddam Hussein, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y el etíope Haile Selassie, además de Nixon y Eisenhower. La cama, obviamente, era otra, pues los muebles principales los trae cada uno.

En cuestiones de política, el meollo está en el edificio del Consejo de Ministros, que construyó Felipe González para acoger cumbres internacionales y grandes reuniones, con capacidad para comidas con cientos de invitados. En la planta principal, el despacho real del presidente, las dependencias de su equipo y la mayor colección de arte del complejo. «Es un museo», describe De Celis. La exposición comenzó con siete imponentes Picasso que ordenó plantar en la pared Felipe y que Aznar cambió por siete Miró y que Zapatero ha dejado tal cual. Si fue cuestión de gustos pictóricos o de política... Hay división de opiniones.

González fue el que más construyó. Después del 23-F, la presidencia del Gobierno cayó en la cuenta de que necesitaba más seguridad. Y la instaló. A finales de los 80, se pensaba que los movimientos de tierra eran fruto de la construcción de un parking privado. Era un búnker. Uno enorme. Tiene más de mil metros cuadrados en tres plantas con estudio de televisión, cementerio, sala de frío para cadáveres, hospital con quirófano y UVI y una enorme sala de cine en la que todas las butacas son azules salvo la del presidente, que es roja. Allí se manejan los seguimientos de las crisis (dentro tomaron las uvas Aznar y Acebes en el año 1999 ante el temor del efecto 2000) y en sus incómodas dependencias trabajan 40 personas, 'los bunkeros'.

La seguridad lo rige todo. La circulación por el complejo está medida por códigos que dan paso a diferentes áreas. Los que llegan al despacho del presidente poseen una tarjeta roja y una clave para cruzar ciertas puertas. Nadie puede volar por su espacio aéreo salvo el helicóptero del palacio, que hace encaje de bolillos para aterrizar: cada poco tienen que podar las ramas de los árboles del helipuerto.

Tampoco se puede fumar. Felipe y Aznar eran conocidos por su afición a los habanos, pero a Zapatero le cogió su propia ley antitabaco. Cuando aún se encendía algún pitillo, se le veía disimulando en el balcón de su despacho. Si hacía mucho frío, se los fumaba en el baño de tapadillo. Su equipo se encontraba las colillas en el inodoro. «Él es muy cuidadoso con las normas», elogia María Ángeles López de Celis.

Los manteles de Aznar

En las paredes de La Moncloa quedan los ecos de la historia de un país, pero también la vida de cinco familias -salvando el cargo- normales. Cada uno con sus cosas. Para las comidas, por ejemplo, un equipo de cinco cocineros -todos son hombres- y cuatro auxiliares -todas son mujeres- proponen tres menús a 'la señora', que es la que decide en función del día. A Felipe le encantaban los guisos fuertes, como el rabo de toro o la caza y sus comidas solo se regaban con vino de Rioja. Aznar, más de arroces, carnes y pescados al horno, imponía el Ribera del Duero. A Zapatero no le importa la denominación de origen del vino, pero los suyos adoran las ensaladas en verano, las cremas en invierno, los platos a la plancha. Son frugales en extremo.

También cambian en sus formas de comer, en sus manías. Aznar siempre tomaba de postre dos bolas de helado de café y su familia era muy cuidadosa con los manteles: azul para el almuerzo, granate para la cena y si se comía en el jardín -los Aznar eran muy de jardín-, el mantel tenía que ser estampado. Para los Rodríguez-Espinosa, manteles de hilo y colores crema. En una semana sabrán cómo viste la mesa Rajoy o Rubalcaba.

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