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Dolores Vargas observa coincidencias entre las posturas de Matahari y las de 'Las señoritas de Avignon'. :: ANTONIO SALAS
Picasso, pasión por la danza
CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Picasso, pasión por la danza

La malagueña reivindica en su tesis el valor del baile como fuente de inspiración del pintor a lo largo de toda su trayectoria La bailaora Dolores Vargas descubre nuevas lecturas de la obra del artista

MARINA MARTÍNEZ

Jueves, 26 de mayo 2011, 03:28

Lo pintó en 1907, pero quienes lo vieron se llevaron las manos a la cabeza. 'Las señoritas de Avignon' volvieron entonces al estudio. Hasta que años después, ya en la década de los 20, Picasso lo vendió al diseñador Jacques Doucet. A su muerte, la obra pasó al Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde hoy se conserva. Allí comenzó su despegue. Hasta el punto de que hoy se considera la precursora del arte moderno.

Pero, ¿esas señoritas son solo prostitutas de Burdeos en un burdel? La bailaora malagueña Dolores Vargas veía algo más que unas mujeres con el busto descubierto. Después de nueve años de investigación, ha llegado a la conclusión de que el genio universal se inspira en Matahari para recrear esas posturas. Como prueba, Vargas recuerda una de los relatos publicados sobre la presentación de la artista en París: «Dos mujeres abren las cortinas, otras dos aparecen semidesnudas con velo...». «Prácticamente, la crónica de aquel estreno puede ser una interpretación de la obra de Picasso. Cuando Matahari sale a escena es como una visión de las señoritas de Avignon», recuerda la investigadora malagueña, para quien «hay muchas conexiones que no son fruto de la casualidad». Por ejemplo, las máscaras que algunas de esas mujeres llevan y que Vargas ha identificado como máscaras que se utilizaban para las danzas rituales africanas. Es solo una de las diversas reinterpretaciones que la bailaora ha hecho de la obra de Picasso en su tesis doctoral. La defendía el pasado 29 de abril ante un tribunal que la calificaba con sobresaliente cum laude.

Apuntes de cuadernos

Bajo el título 'Picasso: Iconografías del baile', Dolores Vargas reivindica los orígenes malagueños del pintor y una pasión por la danza que dejó ver en su obra durante toda su vida. Desde aquellas balarinas que dibujaba en los márgenes de sus cuadernos en su juventud hasta ese 'Desnudo bailando' que realizó poco antes de su muerte, en 1972. Siempre estuvo ahí. Aunque, más que la danza en sí, lo que inspira al creador es «la energía del baile», su «sentimiento». «Picasso fue muy pasional. Necesitaba sentir todo lo que pintaba, y en sus cuadros siempre» , apunta Dolores Vargas con conocimiento de causa. Ella misma lleva casi veinte años dando clases de baile. Sabe de lo que habla. Quizás esa sensibilidad le ha ayudado a descubrir esas nuevas lecturas en la producción picassiana. Es un aliado. Pero nunca pensó que Picasso pudiera estar tan arraigado a la danza hasta que se topó en clase con el cuadro 'La danza', de 1925. A partir de ahí empezó a tirar del hilo y a descubrir conexiones, también con otros artistas y obras de todas las épocas. Porque, según Vargas, «Picasso bebe de todo, pero cuando pasa por sus manos el resultado parece una obra original».

Y ha analizado muchas obras del malagueño la ya doctora en Historia del Arte. En estos nueve años, se ha pateado desde archivos hasta museos como el Picasso de Málaga, a los de Barcelona y París, además de la Fundación-Casa Natal, donde comenzó su andadura. Entonces empezó a darse cuenta de que la relación del genio con la danza no se ceñía exclusivamente a los diseños para los ballets rusos o sus relaciones sentimentales con bailarinas.

Desde pequeño

«Es algo que le ha interesado siempre, desde pequeño», considera Dolores Vargas, que insiste en reivindicar los orígenes malagueños del artista. Como advierte, no se fue a los diez años para no volver. Incide en que regresó en su juventud y se empapó de las fiestas, del espectáculo y, por supuesto, de sus bailes. Del folclore de su tierra natal, pero también de las influencias del cancán o de la danza oriental. Con ella precisamente enlaza Vargas la influencia de bailarinas como Matahari o la propia Anita Delgado, paisana sobre la que ha encontrado indicios de que pudiera haberse encontrado con el malagueño.

Pero además encuentra Dolores Vargas numerosas coincidencias entre las obras picassianas y las de otros artistas. Entre ellas, no solo las del arte clásico, sino también las de autores tan dispares Edvard Munch ('El baile de vida'), Dominique Ingres ('El baño turco') o incluso Julio Romero de Torres.

Sin olvidar las fotografías y postales que incluso Picasso coleccionaba. Por ejemplo, la de la Bella Chelita. Aunque también otra Bella, la Otero, dejó huella en su obra. La prueba es su característico collar. Se puede ver en 'Mujer con collar'.

Y no podía faltar en la tesis un capítulo dedicado a las compañeras sentimentales de Picasso. «De una manera u otra las retrata bailando», sostiene Vargas, entendiendo aquí el baile como ese ritmo, según la historiadora, «principio específico de la danza» y «nota característica de las obras de Picasso». «Nunca pinta nada inerte, el ritmo siempre está vibrante en todas las obras, sea el tema que sea», constata Vargas, que reúne en su trabajo cerca de 700 piezas del genio malagueño, entre dibujos, óleos y cerámicas, en las que la danza es protagonista. Ahora solo le falta publicarlo. Para ella sería el mejor final a este trabajo.

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