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ALBERTO J. PALOMO CRUZ
Lunes, 18 de abril 2011, 03:42
La Málaga religiosa o cofrade ha manifestado siempre una predilección especial por el pasaje de la flagelación del Señor. Recordemos cómo, ya en las postrimerías del siglo XV, se veneraba en la ciudad, concretamente en el convento de los trinitarios calzados, una imagen de esta iconografía que, al igual que de otras, se decía que era donación personal de los Reyes Católicos. Mucho más determinante es constatar que entre los siglos XVI al XVIII existían seis hermandades malagueñas que veneraban este misterio pasionista. Hoy día perviven dos, los Gitanos y Azotes y Columna, además de contar con las asociaciones del Señor de la Salud, patrono de la ciudad, y la del Cristo de Llagas y Columna, recientemente constituida como heredera de la antigua cofradía que radicó en Santiago llamada de 'la Cortina', a causa del patronazgo ejercido en ella por la familia de ese apellido. Si comparamos esta nómina con las de otras de poblaciones hermanas, como Sevilla, Cádiz, Jerez de la Frontera o Córdoba, con una Semana Santa respectiva de abolengo y numerosas corporaciones, pero que sólo cuentan cada una de ellas con un paso de la flagelación, podemos ver la diferencia proporcional que ratifica lo hasta aquí expuesto.
La desnudez
Este pasaje del azotamiento de Jesús está fundamentado en los evangelios canónicos, a excepción hecha del texto de San Lucas que no lo menciona siquiera, al menos directamente. Según el testimonio de las Escrituras, la tradición y las pautas seguidas por los artistas, las dos imágenes del flagelado de la Semana Santa malagueña comparten las afinidades iconográficas propias de esta representación, con algún que otro detalle más infrecuente. Ambas esculturas aparecen desnudas, aunque los cofrades de cierta edad recordarán cómo el Señor de los Gitanos a finales de la década de los setenta llegó a vestir en su capilla de los Mártires túnicas de color crudo y morado, que sólo dejaban al descubierto su espalda. Pero resulta evidente que a todos los condenados a este suplicio, reservado usualmente a los esclavos en el caso de los romanos y como primera advertencia a quiénes quebrantaban la ley entre los judíos, se les despojaba de las vestiduras para que estas no constituyeran un estorbo. La mística ha considerado a esta acción impúdica como una humillación añadida al suplicio que tuvo que soportar Jesús en ese momento de la pasión, relacionándola de forma ominosa con aquella irónica frase contenida en el segundo libro de Samuel (6, 20), y que pronunciara Mikal, la esposa de David, cuando le reprochó a su actitud, a su juicio poco digna, con ocasión del traslado a Jerusalén del Arca de la Alianza: «¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose ante las criadas de sus servidores como se descubriría un cualquiera!»
Por si esta ignominia de la desnudez fuera poca, autores selectos como el celebrado jesuita toledano Luis de la Palma, allá por el siglo XVIII, contemplaron un sufrimiento añadido que pasa desapercibido para casi todo el mundo: «Y si la noche anterior tenía frío San Pedro estando vestido y calentándose en el fuego en el patio del sumo sacerdote, ¿qué sentiría el Señor estando en cueros y atado a un mármol?»
Al igual que esta, otra suposición razonable es la de admitir que Cristo tuvo que ser inmovilizado para recibir el infamante castigo con el que Pilato pretendió contentar a la plebe. Según Santa Brígida, una religiosa sueca de la Edad Media que se hizo famosa por sus visiones, la misma Virgen le había revelado que fue su propio Hijo quien se quitó la ropa y aplicó las manos a la columna para que se las atasen antes de que los verdugos le obligasen a ello.
Fuertes y seguras
Con todo, la idea que subyace al respecto entre los autores de antaño es que las ligaduras debieron ser muy fuertes y seguras, porque en el temor de los judíos, quienes le habían visto obrar prodigios, estaba que se pudiera liberar mágicamente de ellas. Aquí ya tenemos una curiosa discrepancia. Mientras que el Señor de Azotes de las Fusionadas se nos muestra maniatado por un cordón, trasunto refinado de un cordel o soga, el popular 'Moreno' de los Mártires está inmovilizado habitualmente por una cadena. ¿Qué conclusión podemos sacar en la literatura religiosa al respecto? Pues aunque en la estética cofrade guste más del primero de los elementos, quizás por aquello del movimiento que imprime los borlones de los cordones, hemos rastreado muchos tratadistas que apuestan más por lo segundo. Así, el celebrado fray Luis de Granada en su 'Vita Christi', siguiendo el sentir de San Jerónimo, defiende la idea de que Jesús fue azotado según la costumbre de los romanos y, por tanto, encadenado, como puede corroborarse por símil con el episodio de la prisión sufrida por San Pedro y narrada en los Hechos de los Apóstoles (12,6). Estos grilletes que le fueron colocados al príncipe de los discípulos se conservan y pueden contemplarse en la iglesia romana de San Pietro in Vincoli, muy cercana al Coliseo. También las que usaron con Cristo se decía que se habían custodiado por largo tiempo en Jerusalén y que a su contacto huían los demonios de las personas que atormentaban. Precisamente de esta reliquia perdida, afirma San Basilio en su obra 'Mythagogia Eclesiástica', sirvió de inspiración para confeccionar la estola o banda de tela que los sacerdotes siguen llevando al cuello durante las celebraciones litúrgicas, ya que, entre otros muchos simbolismos, «rememoran la pasión y muerte de Cristo Nuestro Señor, la que ha de llevar el sacerdote en su corazón», en decir de San Buenaventura. Por si todo esto no fuera bastante para quienes defendían el encadenamiento de Cristo, en el Antiguo Testamento hay varios personajes que se consideran que anticipan este momento pasionista, como sucede con Sansón esclavizado por los filisteos, el rey Sedecías o el profeta Jeremías, personajes todos que llegaron a experimentar qué se siente al estar cargados de grilletes.
Peregrinación
El único caso fuera de Málaga que conocemos de una imagen de Cristo flagelado y sujeto con cadenas lo encontramos en la figura existente en la iglesia de peregrinación del Salvador Flagelado, en la pequeña población bávara de Wies, muy cercana a Múnich. En este impresionante templo que, literalmente, es un delirio rococó, se venera esta modesta imagen que pasa por ser una de las más célebres de las que se cuenta entre las de esta iconografía. Curiosamente, su origen data del año 1730 cuando unos religiosos premostratenses se vieron en la necesidad de conseguir una figura del Señor atado a la columna para la procesión del Viernes Santo. Se las ingeniaron para componerla utilizando fragmentos de otras esculturas, le forraron las articulaciones con lienzos y la policromaron. Como el resultado fuera bastante deplorable, la figura terminó pronto arrumbada y olvidada en un rincón del convento, hasta que una campesina, llamada María Lory, se la llevó a su casa, compadecida. El domingo 14 de junio de 1738, mientras la buena mujer se encontraba rezando ante ella, se produjo el conocido como 'Milagro de Wies', ya que la imagen comenzó a llorar y verter abundantes lágrimas. Ese prodigio fue el detonante que provocó un gran movimiento de peregrinación que se extendió rápidamente por toda Centroeuropa, que fructificaría con la construcción a partir de 1743 del gran templo levantado ex profeso para dar cabida a las masas que acudían a venerar al simulacro del Señor. Se encuentra situado en la hornacina inferior del bellísimo retablo del presbiterio que aparece adornado de pinturas y esculturas exquisitas, con lo cual el contraste es mayor, ya que el flagelado es de un aspecto tan pobre y modesto que casi da grima. Pese a ello, es evidente que conmueve a los fieles y algunos de sus rasgos nos resultan muy familiares a los cofrades malagueños, ya que cuenta con peluca y pureza de tela como el Cristo de los Gitanos, estando encadenado a la columna y con cepos en ambos brazos.
Las ligaduras
Enfrente, y en minoría de quienes defendían el encadenamiento del Redentor contemplado en este ejemplo alemán, están los tratadistas que se decantaban por las ataduras, cuyos argumentos son en todo caso iguales de nebulosos, porque los lectores ya se habrán dado cuenta de que, al no contar con fuentes ni testimonios directos que justificaran ninguna de las hipótesis urdidas, nuestros mayores elucubraban con figuras y símbolos extraídos de la Biblia o de los textos de los Santos Padres. De esta forma, autores como Pedro de Santa María, no sólo sostenían que Cristo fue sujeto con sogas a la columna, sino que estas no se limitaron a las manos: «Le ataron del mismo modo la garganta y también las piernas, de modo que no podía moverse a parte alguna. ¡Tantas ataduras y por tantas partes! ¿No bastaba que atasen vuestras santísimas manos? ¿No bastaba una soga? No, dice San Agustín, porque no es sólo una la ligadura con que quedó ligado el hombre, y nacen ligados los hijos de Adán. Son también muchas las ligaduras y sogas de los pecados con que el demonio tenía ligados y presos a los hombres. Con los pecados de palabras les tenía ligadas las lenguas. Con las malas obras les tenía ligadas las manos y con los malos afectos y deseos, les tenía atados los pies».
Número
En cuanto al número de los azotes que recibió Cristo, volvemos a sumergirnos en un crisol de opiniones. Cuantos más antiguos sean los testimonios de quienes se ocuparon del tema, más fabulosos resultan estos, ya que algunas autoridades religiosas no sólo los fijaron en más de cinco mil, sino que declararon solemnemente que las gotas de sangre vertida pasaron de las trece mil. Otros autores, con mayores escrúpulos, sostuvieron sus conjeturas de forma más coherente. Así, el padre Celarios, clérigo regular menor de la Universidad de Salamanca, escribió hacia 1665 lo que sigue: «Según la parte del tiempo que se requiere para levantar el brazo y descargar el golpe, parece que aunque la acción sea muy acelerada y los golpes sin interrupción alguna, no se pueden dar más de treinta azotes en cada minuto de hora y en cada dos segundos un azote y a esta proporción en un cuarto de hora se podrán dar cuatrocientos cincuenta azotes, en cada hora mil ochocientos y conforme a este cómputo son menester tres horas cabales para dar cinco mil trescientos noventa y seis y para los cinco mil una hora y veinte y tres minutos. Pero en la flagelación de Cristo no pudieron ocupar los lictores más que media hora, ya que toda la pasión duró, cuanto más, trece horas desde que a las once de la noche del jueves lo prendieron, hasta las doce y media en que lo crucificaron».
A la vista de la disparidad de argumentos buena porción de expertos, pese a ser acusados de poco píos, recurrieron una vez más a la argumentación bíblica y recordaron cómo en el Deuteronomio se legisla que no pasen de cuarenta los azotes que debe recibir un reo, por lo que se generalizó la creencia de que el Señor tuvo que soportar treinta y nueve latigazos. Se da la circunstancia de que esta última opinión es de tal arraigo, que en películas como el musical 'Jesucristo Superestar', de Lloyd Webber y con libreto de Tim Rice, se contabiliza el castigo justamente en esta cifra. Con todo, sorprende que generalmente no se tenga en cuenta que, a tenor de lo que nos aportan los evangelistas, el Señor sufrió esta tortura a manos de verdugos o soldados romanos, ya que ningún judío entró en el Pretorio por temor a contaminarse dada la proximidad de la Pascua, por lo que es bastante inverosímil que los primeros se atuvieran a las normas legalistas hebreas, y por tanto se limitaran a descargar el número de golpes previsto por la normativa mosaica.
Antiguos textos
En los antiguos textos sobre los hechos a conmemorar durante la Semana Santa, donde se da por sentado que María siguió y acompañó a su Hijo durante los principales lances a que fue sometido durante su proceso, sí se contempla igualmente la posibilidad de su presencia inmediata al lugar donde se desarrolló la flagelación, porque según explica el padre Palma: «Pudo ser que no se pudiese contener, sin que se llegase más cerca del Pretorio, donde viese o por lo menos oyese los golpes de los azotes, los cuáles le sonarían en los oídos y le herirían fuertemente el corazón».
Esto me da pie de nuevo para incidir como el cine cuando es de calidad, cuenta no ya con buenos guionistas, sino con documentalistas muy bien informados, porque en el controvertido film de 'La Pasión', de Mel Gibson, María aparece como testigo de excepción de este cruel suceso.
Lithostrotos y flagelos
Tanto la flagelación como la coronación de espinas o la sentencia a muerte de Jesús tuvieron como escenario el referido Pretorio, o sea, la residencia del pretor o gobernador romano. Este edificio debía de ocupar un lugar privilegiado dentro del entramado urbano de la antigua Jerusalén, toda vez que el evangelista San Marcos (15,8) emplea la palabra 'subir', para referir como la masa se dirigió a él para presenciar el proceso que se seguía contra el Nazareno. Hay arqueólogos que lo identifican como el palacio de Herodes el Grande o con la torre Antonia, ya que ambos edificios fueron utilizados como sede de los procuradores del Imperio, según las crónicas de la época. La crítica moderna se decanta con preferencia por la segunda de las localizaciones, algo que corrobora la tradición cristiana y las prospecciones arqueológicas que entre 1931 y 1937 se llevaron a cabo en el subsuelo del convento de las hermanas de Sión, orden fundada por el padre Alfonso de Ratisbone, controvertido judeo converso. En ese periodo quedó al descubierto un pavimento muy bien conservado, que tiene posibilidades de ser el mismo del lugar del que nos habla el evangelista San Juan: «Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá» (19, 13). Pero es la versión griega del nombre, 'Lithostrotos', que significa «patio de losas grandes», por el que los fieles reconocen el enclave donde tuvieron lugar estos acontecimientos de la pasión. El citado empedrado, que por supuesto se hallaba a nivel de las calles en los días de Jesús, conserva incisos en la piedra unos dameros que eran utilizados para jugar a los dados por los legionarios romanos. El más popular de estos entretenimientos de la soldadesca recibía el nombre de 'El juego del rey', por los que es inevitable pensar que quienes se sirvieron de estos tableros probablemente eligieran a Jesús como objeto de sus apuestas. A ninguna cofradía que veneran misterios como los de la flagelación o la coronación se les ha ocurrido reproducir en sus atrezos procesionales este adoquinado histórico y menos aún estos curiosos grabados, pese a la carga emotiva e histórica que poseen.
Inevitablemente también sobre los instrumentos usados en la flagelación no hay ninguna unanimidad, ya que las opiniones se decantan o bien por haces de varas, como escogió el escultor Suso de Marcos en su logrado grupo para las Cofradías Fusionadas que en todo se ajusta a las recomendaciones dictadas por Ínterin de Ayala en su conocida obra 'El pintor cristiano o erudito', o por correas, riendas de cuero, o nervios. A tenor de estas discusiones estériles acerca de cuál método era más propio de romanos o cuál de judíos, la generalidad de autores apostaron por lo primero, ya que consideraron que los manojos de abrojos al estar llenos de púas pudieron infligir en un sólo golpe gran cantidad de llagas y hematomas, lo que justificaría los anteriormente aludidos cinco mil azotes que deberían pues entenderse no como tales, si no como heridas, no restándose así credibilidad a las visiones experimentadas por los místicos que habían aportado ese dato tan puntual. Precisamente tras la reciente restauración a la que fue sometida la imagen de Jesús de Azotes y Columna, para anular una desastrosa intervención anterior, su responsable el profesor Juan Manuel Miñarro, le imprimió una nueva policromía en la que resalta el efecto de las contusiones de la espalda a base de heridas transversales y cortas, como corresponde a un castigo efectuado con varillas y que es también la más aceptada por quienes creen en la autenticidad de la Sábana Santa de Turín, como es el caso de este artista.
Pilar
Concluimos con algunos datos sobre el elemento principal del pasaje pasionista que estamos tratando y que, aunque no se menciona taxativamente en los evangelios, es de suponer que se utilizó, ya que tuvo que haber un soporte donde inmovilizar a Cristo mientras se le sometió a este suplicio. Ya desde muy antiguo los peregrinos que visitaban Tierra Santa narraban como en la iglesia del Santo Sepulcro se conservaba un trozo de la columna donde estuvo atado Cristo y cuya altura era poco menos de una vara de alto, de pórfido bermejo «y que mirándola y remirándola con devoción interior y luz exterior, se ven las señales de los golpes y manchas que muchos afirman son de su sangre, como era del parecer de San Jerónimo».
En la actualidad, esta misma columna, de forma cilíndrica, sigue expuesta al culto en el mismo sagrado lugar, en la porción que regentan los franciscanos de la Custodia, estando al alcance de la veneración de los fieles. En una antigua cruz relicario de la Catedral malacitana se conserva una esquirla procedente de la misma, con inequívoco color que delata su procedencia, y que cuenta con la siguiente inscripción: «Colûna de los açotes».
Pero es en Roma donde se conserva otra que pasa por ser la escogida para la flagelación y que cuenta con mucha más notoriedad. La susodicha reliquia se encuentra en la Basílica de Santa Práxedes, tutelada por los benedictinos Vallombrosanos, y que se encuentra situada muy próxima a Santa María la Mayor. La Santa Columna fue traída desde Jerusalén en el año 1223 por el cardenal Giovanni Colonna, que fue legado apostólico en Siria durante la V cruzada, y que con ese apellido parecía predestinado a recuperar este elemento que la tradición considera como el pilar en la que Cristo fue azotado. Objeto de una gran veneración, su fiesta litúrgica está fijada para el cuarto domingo de Cuaresma. Salvaguardada dentro de un templete de bronce construido en 1898 según el proyecto de Dulio Cambellotti, lo primero que sorprende es su particular forma cónica, la altura, apenas unos 63 centímetros, el intenso veteado del mármol con tonalidades blancas, negras y verdes, y la quebradura que presenta, en parte porque el capitel y la base que poseía en origen fueron cercenados por voluntad de Sixto V en 1585 para regalarlo a la diócesis de Padua. Mucho antes ya se había arrancado una argolla de hierro que estaba fijada en la parte superior para obsequiar al rey francés San Luis IX (1214- 1270) el cual ofrendó a cambio tres espinas de la corona de Cristo, reliquia insigne que aún hoy sigue preservada en la catedral de Notre Dame de París.
En el altar de San Zenón de esta mencionada iglesia italiana de Santa Práxedes se puede admirar un fresco ejecutado por Francesco Gai (1835- 1917), que resulta muy instructivo para comprender cómo y en qué postura fue azotado el Señor, según se desprende de la forma y proporciones de esta Santa Columna a la que nos referimos. En dicha pintura se le representa postrado de tal manera que facilita que los golpes de los flagelos, en este caso haces de ramas espinosas, puedan alcanzarle tanto la espalda como en el pecho, cuando lo más común en el arte religioso es que Cristo aparezca erguido y frontal a la columna, la misma tras la que camina la gente del cobre batido la noche del Lunes Santo.
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