Hogares muy sobrios
AMANDA SALAZAR asalazar@diariosur.es
Domingo, 20 de marzo 2011, 02:34
El alcoholismo es una enfermedad reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Quien la sufre, nunca se cura. La dolencia puede pararse, pero un alcohólico nunca deja de serlo, pese a que lleve años sin beber. Lo mismo ocurre con las familias de estas personas. La bebida no solo provoca daños en el cuerpo y la mente de quienes la padecen. También rompe hogares, destroza a la pareja, deja indefensos a los hijos...
Por eso, los parientes de los alcohólicos buscan apoyo entre quienes mejor les comprenden: otras familias que han atravesado el mismo camino. El grupo Al-Anon lleva cincuenta años intentando ofrecer luz a las víctimas colaterales del alcoholismo. Se trata de un grupo independiente al de Alcohólicos Anónimos (AA) pero que bebe de la misma fuente. Siguen los doce pasos y su filosofía es muy similar: La de buscar el equilibrio interior para salir del infierno de la bebida.
El grupo Al-Anon Felicidad de Puerta Blanca se reúne cada semana para compartir miedos, dudas, avances y para acoger a los nuevos. Es el caso de Sergio, que apenas lleva dos semanas en el grupo pero que indica que por fin ha podido desahogare con todo lo que llevaba dentro y que le superaba. «Aquí nos enseñan a comprender al enfermo del alcohol y a cambiar de actitud ante él para poder ayudarle, porque de nada sirven los gritos y los reproches», dice Mari Ángeles.
Anónimos pero numerosos
Como el grupo de AA, Al-Anon también es anónimo. Nadie cuenta nada de lo que se confiesa en una sesión cerrada del grupo. Y cada uno, con el tiempo, tiene un padrino o madrina que le ayuda en los momentos más bajos, las 24 horas del día, o a quien se le cuenta lo que no se puede compartir con el grupo.
Mari es la más veterana del grupo. Su marido lleva ya 25 años sin beber. Ella lleva 23 años en Al-Anon. Al principio, pensaba que el problema era solo su esposo y que ella no necesitaba ayuda. Pero, a pesar de que él dejó el alcohol, seguía frustrada, enfadada con la vida. «Me di cuenta de que el alcohol me había dañado más de lo que creía, que iba como una loca por el mundo y sentía mucho rencor», señala. Otra de las componentes del grupo, Pepi que lleva en el grupo tres años, ha aprendido a soltar las riendas, a dejar vivir, y gracias a eso su familiar ahora está sobrio. Ellos han vivido el infierno en sus hogares. Ahora, buscan la serenidad.
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