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AMANDA SALAZAR asalasar@diariosur.es
Domingo, 12 de diciembre 2010, 10:27
Son los trabajadores más envidiados. Tienen un empleo fijo de ocho a tres, un buen sueldo y vacaciones en Navidad, Semana Blanca, Semana Santa y verano. Así es como el resto de la sociedad ve a los profesores. Pero nadie se detiene a mirar el otro lado, el día a día en los centros. Enseñar en estos tiempos es una tarea cada vez más compleja. Sobre el maestro recae la responsabilidad de la educación de los futuros ciudadanos. Pero además, tiene que atender la diversidad en las aulas con recursos a veces reducidos y renovarse constantemente para adaptarse a los cambios en las formas de impartir clase.
Los nuevos retos de la enseñanza, como las nuevas tecnologías o los programas de biligüismo están modernizando colegios e institutos pero también exigen un sobreesfuerzo a unos profesores que ya están desbordados. Y todo esto, en una sociedad que mira a la educación como la cura a un sistema productivo en crisis y que exige mejorar el nivel de formación ante unos nefastos resultados en el Informe Pisa, pero en la que ya no se respeta al docente como antes.
Lejos quedan esas aulas en las que el mayor problema era un estudiante revoltoso. Hoy en día, además de ese alumno disruptivo, el profesor tiene que saber gestionar un grupo con niños procedentes de otras culturas -a veces ni siquiera conocen el idioma-, estudiantes con Necesidades Especiales Educativas (NEE) -menores con alguna discapacidad, sobredotación o con riesgo de exclusión social- y otros que no tienen interés por el estudio pero que han ido aprobando hasta llegar al instituto y que interrumpen constantemente la clase. Y, además de todo esto, deben coordinar una clase a través del ordenador, utilizar la pizarra digital o hablar en inglés.
Ante tal panorama, el día a día se convierte en un malabarismo constante. «El profesorado se ve sobrepasado», explica José Fernández, secretario provincial de Enseñanza de CC OO. Los sindicatos piden bajadas en las ratios de las aulas como tratamiento de choque.
«Los grupos de 35 alumnos para Bachillerato, 30 para ESO y 25 en Infantil y Primaria eran asumibles cuando se trataba de un colectivo homogéneo, pero ahora hay realidades muy diferentes y para abordarlas adecuadamente es necesaria una atención más individualizada», explica Teresa Blanco, secretaria provincial de Enseñanza de UGT. El problema es que para bajar el número de pupitres por clase hacen falta más profesores precisamente cuando las administraciones están reduciendo drásticamente la oferta de plazas públicas.
Más docentes y menor ratio
«Solo en Málaga, harían falta para empezar unos 1.300 profesores más para llegar a los objetivos que pactó la Junta en 2012 y que ya difícilmente van a cumplirse», señala Fernández. Además, hay que tener en cuenta que cada año se jubilan de media 420 docentes. La Consejería de Educación anunció que buscará fórmulas para poder aumentar la plantilla autonómica en 680 maestros más para toda Andalucía cuando desde Madrid ha quedado claro que este incremento queda fuera de los Presupuestos estatales. Aún así, la cifra está muy lejos de la demanda.
Más profesores supondrían un alivio no solo para bajar la ratio, sino para ofrecer apoyo adecuado a los menores con discapacidad, una demanda largamente reclamada por los padres. A veces no se trata de maestros titulados, sino de auxiliares para fomentar la inclusión de estos menores en el aula ordinaria y facilitar la labor del docente.
Por su parte, la interculturalidad también está poniendo a prueba la capacidad de los docentes para llegar a niños de otros países. Desde la Delegación de Educación, la coordinadora Trinidad Diéguez señala que actualmente hay distintos recursos para su acogimiento. Mediadores interculturales, Aulas Temporales de Adaptación Lingüística (ATAL) para el aprendizaje de español, alumnos que acompañan a los recién llegados... «Los maestros tienen buena predisposición porque ven en la diversidad de culturas un valor más que un impedimento», dice.
Los sindicatos, sin embargo, reivindican que el reparto de NEE y de alumnado inmigrante se haga de forma equilibrada entre «todos los centros sostenidos con dinero público», incluyendo los concertados. «El 85% de los estudiantes de otros países se encuentran en centros públicos», indica Blanco, que aboga por una distribución equitativa de estos niños que para no crear «centros de élite» subvencionados.
Al margen de las dificultades de algunos niños, existe otra más generalizada: la falta de atención, que afecta a cada vez más menores. A los profesores de Primaria y Secundaria les cuesta cada vez más que sus estudiantes les escuchen y se rinden ante su falta de atención, que se perfila como uno de los principales desencadenantes de los retrasos en el aprendizaje y del fracaso escolar. Según datos del teléfono del Defensor del Profesor del sindicato Anpe, el 28% de los problemas de los docentes en el aula provienen de las dificultades de dar clase.
Falta de atención
El desinterés por las explicaciones de los maestros responde a un cambio en los hábitos de los menores, según profesores y orientadores educativos. «Con el sistema educativo actual no se estimula el valor del esfuerzo, los niños pasan de curso sin aprender», indica Gonzalo Guijarro, del sindicato Apia. Y el fracaso escolar es un peligroso caldo de cultivo.
Los sindicatos de profesores coinciden en señalar una relación muy directa entre el fracaso escolar y la conflictividad en las aulas. «Cuando un niño se aburre durante seis horas lo normal es que moleste al profesor y a los compañeros, y si a eso le unes un comportamiento violento puede generar problemas graves», señalan.
Agresiones entre alumnos, del alumno al docente, de los padres al maestro... El 'bullying' o violencia en las aulas se ha convertido en una lacra en los centros difícil de atajar. Los profesores creen que esa conflictividad no es más que un reflejo de la crispación existente en la sociedad. Pero cuando son las víctimas, se sienten desamparados. Según datos de UGT, el 7,4% de los enseñantes asegura haber sufrido alguna agresión física o verbal, el 10% sufre insultos con frecuencia y el 5,7% recibe amenazas una vez al mes. Unos datos escalofriantes que, para los sindicatos, muestran la pérdida del respeto al profesor.
Aulas violentas
Desde la Delegación de Educación, el responsable del programa Escuela Espacio de Paz, José Antonio Binaburo, cree sin embargo que la conflictividad en las aulas ha disminuido después de unos años en alza. Lo mismo indican desde CC OO a tenor de las últimas sentencias judiciales por la vía penal, donde las agresiones a los docentes se ven ya como delito, y no como falta, al reconocer la autoridad del maestro. Pese a todo, piden más: «Creemos que esa figura de autoridad debería establecerse por ley», señalan desde Anpe y UGT.
La consecuencia de todo esto en los profesores tienen nombres y apellidos: estrés, ansiedad, depresión y síndrome del profesor quemado o 'burn-out'. Según declaran desde UGT, el 25% de las bajas son por trastornos psicosociales, al mismo nivel que las enfermedades de la voz. Aunque lo único registrado como enfermedad profesional son los nódulos en la garganta, según Maximino Serrano, responsable de Prevención de Riesgos Laborales en la Delegación de Educación. «Las bajas por problemas psicológicos están subiendo», reconoce Serrano, que apuesta por la prevención en este sentido.
Si todavía fuera poco, ser docente también supone seguir estudiando. La Escuela TIC 2.0 y el bilingüismo están empujando al reciclaje a muchos enseñantes a través de los cinco centros de profesorado repartidos en la provincia y de los Cursos de Adaptación Lingüística (CAL) en las Escuelas Oficiales de Idiomas. Cursos que, según el coordinador de Formación de Profesorado en Educación, Ildefonso Vázquez, se realizan fuera del horario escolar y que tiene al año más de 22.000 alumnos.
Un abanico de frentes abiertos que sitúan al profesor en una encrucijada de la que, advierten, no pueden salir solos. Los medios de comunicación, el resto de la sociedad y, sobre todo, las familias, deben implicarse. «Los padres no pueden dejar toda la labor educativa a los centros», señala Marisol Luque, de Fedapa. «La escuela no es una solución para todo, pero no hay ninguna solución que no pase por la escuela», asegura Blanco.
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