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CATALINA URBANEJA ORTIZ
Domingo, 21 de noviembre 2010, 02:24
En 1548 Alonso de Bazán fundó mayorazgo en beneficio de su primogénito Alonso, pero la repentina muerte del muchacho planteó un problema sucesorio, pues las leyes del reino impedían que sus otros hijos lo heredaran. Así las cosas, gestiona su legitimación, que le fue otorgada en 1568 habida cuenta de que no «os quedó de la dicha vuestra muger otro ningund hijo ni hija legítimo durante el matrimonio que con ella huvistes. Y al presente tenéis dos hijos de dos mugeres solteras que se llaman Hernando de Baçán y Juan de Baçán».
Obsesionado por la pervivencia de su estirpe, impone a sus herederos la obligación de mantener la pureza de sangre: «ansí para el ánima como para el honor e hazienda, quiero e mando que los dichos mis hijos e los otros llamados después dellos, no puedan casar ni casen con muger que no sean hijasdalgo o de generaçión limpia, que ellas ni sus padres ni ahuelos no ayan sido penitençiados, ni condenados por el Santo Ofiçio de la Inquisiçión». Todo un código moral dictado por quien no predicó con el ejemplo.
La honra y el honor públicos fueron sus objetivos perseguidos, aunque no siempre alcanzados. Sería interesante conocer en qué medida Bazán fue respetado por sus convecinos, pues en él coexistían dos hombres muy definidos: el especulador y trepa, y el protector de su familia. Y así era, estricto y condescendiente, pues exigía de los demás lo que él incumplía, como cuando Miguel Romo le dejó en depósito los 80 reales legados al procurador del Consejo de Indias Juan de la Peña, y sólo los entregó por imposición real.
Vivió con su hermana, servidores y esclavos. Y en soledad le llegó la muerte, sin darle tiempo a recibir los cuidados del médico desplazado desde Málaga quien, «viniendo en el camino tuvo nuevas de que el dicho alcaide hera falleçido». Antes de morir revisó su testamento y lo dejó en sitio visible para que fuese hallado con celeridad. Lo encontraron abierto, con «una señal donde pareçía aver estado un sello de sera colorada y estava horadado, que pareçía aver estado çerrado con hilo». Acaso en su agonía pudo releer lo escrito años atrás para asegurarse de que sus disposiciones se mantenían vigentes.
Su lectura dejó intuir que originaría conflictos entre sus herederos y, para evitar confrontaciones, se entregaron las llaves del castillo, fortaleza y aposentos, a Cosme Fernández Altamirano hasta después del entierro. Las pompas fúnebres, minuciosamente diseñadas en vida, pudieron constituir uno de los actos públicos más relevantes de Marbella. Pidió ser sepultado provisionalmente en el monasterio de la Trinidad, junto al altar mayor, donde estaban depositados «los malogrados e vienaventurados Alonso e Juan de Bazán, mis hijos».
Una estancia de tránsito debido a su intención de crear en vida una capellanía, que no llegó a materializarse, pues «de presente no tengo dispusizión, y solamente hago esta minuta para estar apercebido a los casos repentinos». Aún así mandó que, transcurrido un año del fallecimiento, se invirtiesen en ella 8.000 maravedíes anuales más otros 2.000 legados por su hermana Leonor. En el entierro participarían doce pobres, «naturales si los hobiere», con hachas de cera, a los que se gratificarían con una camisa o cuatro reales, a criterio de los albaceas. Le acompañarían el cabildo de la Iglesia Mayor y «el menistro e frayles del dicho conbento», quienes ofrecerían una misa de réquiem, más otras menores por los familiares del fallecido. Ordena donativos para las iglesias, monasterios y cofradías; una limosna de pan y dinero durante un año «a personas vergonzantes», más cuatro ducados el día del funeral. A costa de sus bienes se saldarían «cualesquier mandas que yo toviere fechas para personas que están cautivas».
Hubo que pagar a cinco beneficiados, seis clérigos, un sacristán, letanías y responsos sobre el túmulo. El cerero Gaspar Sánchez cobró 151 reales y ocho maravedíes por la cera; los lutos fueron cuantiosos, pues Hernando Bazán, Alonso Ruiz Bazán y Domingo, esclavo del alcaide, necesitaron caperuza, chamarra, calzones y medias negras. Los pajes y las mujeres de la familia, mantos, mongiles, sayas y caperuzas altas que sumaron 92 reales, pagados al sastre Luis Sánchez.
Las relaciones entre el heredero y el sobrino del alcaide no eran cordiales. El punto álgido llegó con el nombramiento de Alonso Ruiz como sucesor de su tío en la fortaleza, al que había sustituido en ocasiones, cuando «lo dexava en confiança del dicho Alonso Ruis de Baçán, su sobrino, como persona de quien confiava». Esta designación acarreó rápidas consecuencias pues Fernando «se agravió y se a salido fuera y sería posible, por estar los bienes en el dicho castillo, si quedase solo el dicho Alonso Ruis de Baçán, aver algún inconveniente». Y se encomienda su custodia al mercader Fernán Domínguez y al alguacil Alonso del Valle, quienes evitarían asimismo «que ninguna puerta se rompa, ni abra, ni se escale ningún aposento».
Oficio de regidor
Es lógico que Fernando se sintiera rechazado por su padre, cuya indiferencia se percibe en numerosas ocasiones. Había comprado a Juan un oficio de regidor, «e por ser muchacho no lo quise poner en él», y cuando el joven fallece lo cedió a su sobrino, menospreciando el derecho que pudiera tener su otro hijo.
A Bazán tan solo le sobreviven su hermana Mencía, 'la Bazana', su hijo Fernando y su sobrino Alonso, mas todos desaparecerán en el transcurso de un cuarto de siglo, quedando extinta la dinastía apenas iniciado el XVII. Al menos la muerte le libró de presenciar el deterioro del mayorazgo por la incapacidad de su hijo, la avaricia de los administradores del hospital y los obispos de Málaga.
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