Un «pequeño» caballero
'Memorias del célebre enano', del cortesano Joseph Boruwlaski, es un alegato muy sincero sobre la dignidad de las personas
ANTONIO GARRIDO
Sábado, 9 de octubre 2010, 03:51
Sobre su cabeza aparece el nombre, Turold, tiene de las bridas los dos caballos que montan los nobles que parlamentan. Es uno de los primeros enanos representados en el arte occidental, se trata de la tapicería de Bayeux. Se afirma que los enanos como elementos imprescindibles de las cortes proceden de Oriente pero no es cosa de detenerse en este punto, vaya el lector interesado al documentado libro 'Fenómenos' de Eduardo Garnier.
Una presencia más castiza para nosotros es el texto del segundo capítulo de la primera parte del Quijote donde el caballero llega a la venta que cree castillo y se detiene «esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo», en esto que escucha el cuerno de un porquero que está recogiendo su ganado y se llegó a la puerta.
No es menester detenerse en ese universo de ternura que son los cuadros de Velázquez en los que los enanos adquieren una autonomía y un valor por sí mismos, sea el caso que siempre me ha impresionado del retrato de Francisco Lezcano. En la corte de los Austrias no faltaron nunca como tampoco en la de otras dinastías europeas.
La condesa de Aulnoy nos habla, en su relación del viaje a España, de un enano, Luisillo, natural de Flandes que alegraba las tristes horas de Carlos II y que posee puntos en común con el protagonista de esta crítica, el llamado 'conde' Boruwlaski, aunque sobre la ortografía del nombre hay disparidad de criterios. Luisillo «tiene una cara hermosa, una cabeza admirable y una inteligencia superior (.), inteligencia cultivada, que sabe mucho». Se paseaba con mucha elegancia en un caballito de su tamaño. «Os aseguro que entre los dos no alzan tres cuartas del suelo». Luisillo adoraba a una niña de siete u ocho años de gran belleza, doña Elvira, por la que estaba dispuesto a alancear toros.
¿Qué siente una persona de inteligencia despierta, de sensibilidad, cuando los demás la miran como un 'fenómeno', como una rareza, como un error de la naturaleza? Leyendo estas páginas lo sabrá el lector. Las 'Memorias' de José Boruwlaski es un libro singular hasta el extremo de que se ha dudado de su autoría. El que se presentaba como 'Conde' en las cortes europeas no llegó al metro de altura, era una perfecta miniatura de hombre, muy agraciado en sus formas y de gran elegancia en sus maneras, así como un perfecto cortesano; basta recordar la anécdota con la emperatriz María Teresa que, teniéndolo en sus rodillas, le preguntó qué era lo más hermoso que había visto en Viena, sin dudarlo, contestó que a su majestad imperial.
Muy famoso
En contra de lo habitual llegó a vivir noventa y ocho años y tuvo un envejecimiento paulatino y no brusco. Fue muy famoso en su época, sobre todo, por ser citado en el artículo 'enano' de la 'Enciclopedia' de Diderot. Se pueden señalar tres etapas en su vida: primer viaje por Europa, boda y segundo viaje, años de tranquilidad y muerte en la ciudad británica de Durham, en cuya catedral está enterrado.
Este libro es un alegato muy sincero sobre la dignidad de las personas, sobre los valores que son independientes, en este caso, del tamaño físico. En las páginas de las 'Memorias' descubrimos una ternura y una generosidad muy notables para alguien que tuvo que vivir de exhibirse en público por dinero aunque estas presentaciones se recubrieran bajo el piadoso nombre de 'conciertos'. Es cierto que Boruwlaski sabía tocar la guitarra y danzar pero no lo es menos que su éxito se basaba en la curiosidad que despertaba. Hijo del Antiguo Régimen nunca tuvo problema en servir a los grandes señores y en ser recibido en las cortes pero eso de mostrarse ante el público en general se le hacía muy cuesta arriba. Él se encontraba cómodo entre encajes y sedas, no tanto entre las caricias de las damas que lo perturbaban en exceso como confiesa con candor.
Sobrevivir fue su meta, como no podía ser de otra manera, porque sin el apoyo de los grandes hubiera muerto o hubiera sido usado por algún desalmado para llevarlo en un esperpéntico espectáculo como si de un oso amaestrado se tratara. Esta necesidad del día a día, de agradar siempre, es lo que explica, a mi juicio, que no encontremos en el delicioso texto referencias políticas o de acontecimientos como la Revolución Francesa, el más importante de su época, a caballo entre dos mundos.
Nunca dudó de la legitimidad del orden social que le tocó vivir y esta «crónica de corte» está llena de alabanzas a sus protectores con referencias hasta a los regalos que le hacían, no falta tampoco la relación de sus penurias pero lo más interesante es su historia de amor por Isaline; esta pasión nos demuestra su carácter, renunció a la protección de la condesa Humieska y a la seguridad de una vida muelle por ese amor no correspondido que, finalmente, se convirtió en un matrimonio de conveniencia como era normal. Las cartas del enamorado muestran una constancia y un sentimiento casi románticos.
Tuvo hijos y luchó por mantener a su familia, un ejemplo de honestidad. Creo que era consciente de que era un adorno más en un mundo no tan diferente al que nos ha tocado vivir en este aspecto de la curiosidad morbosa. Lo llamaban Joujou.
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