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EL EXTRANJERO

Filetes, leyendas

Sólo nos queda medir la vida por latidos. El filete de Contador es un dogma de fe

ANTONIO SOLER

Domingo, 3 de octubre 2010, 03:44

Alberto Contador se comió un filete de Irún y disparó el positivo antidopaje. Uno, cuando apenas era un adolescente, releía el 'Poema del Mío Cid' y se quedaba arrobado en el sopor de las tardes de julio viendo a los ciclistas en el blanco y negro de entonces. Uno, a su alrededor, sólo encontraba un leve vestigio de la épica de Álvar Fáñez Minaya y su jefe en aquellas retransmisiones deportivas llenas de nombres míticos. Uno creía lo que veía y además lo engrandecía con la fiebre de la edad. Y cuando en el Mont Ventoux, en un día asfixiante, Tom Simpson dejó de pedalear y se derrumbó ya muerto antes de tocar el asfalto, como un pájaro caído desde un alambre calcinado por el sol, uno achacó aquel atiborramiento de anfetaminas y alcohol a una extravagancia, a la incongruencia o la genialidad de un corredor estrafalario que se emborrachaba y drogaba para soportar a su manera la ascensión a aquel paraje lunar.

Poco a poco fue arreciando el goteo del dopaje y de la vida y a uno se le fueron muriendo primero la mitad de los ídolos y luego casi la otra mitad. Unos de muerte biológica y otros figurada, que en esto de las admiraciones es una muerte mucho más rotunda e irremediable que la primera. Las tardes de julio siguieron dejando, claro, momentos para la memoria, desde la audacia de Fignon y la elegancia de Gianni Bugno a ese otro italiano, Pantani, que en algún momento nos devolvió a las emociones infantiles para luego acabar muerto por una sobredosis de cocaína, solo, joven y derrotado en la habitación de un olvidado hotel de Rímini. Un juguete roto más para este deporte -como el gran Luis Ocaña, el ciclista triste, que se disparó una escopeta en su arruinada granja de Mont-de-Marsan-.

Arrinconado el boxeo, el ciclismo vino a relevarlo como cantera de malditos. Uno, claro, desde aquellos veranos del blanco y negro siempre miró el ciclismo como algo más que un deporte. Era la carrera de la vida, con las ascensiones, las bajadas a tumba abierta, la ayuda o la rebelión del compañero, el esfuerzo, carne para la leyenda. Pero cuando vino la publicidad a destajo, los vampiros y los positivos, todo se empezó a desdibujar y a convertirse en relativo. Otra enseñanza de la vida. Nada de valores absolutos. Eso se queda para la política, para los moralistas de que saben calcular la rotundidad de un triunfo hasta con decimales. Ellos sí siguen distinguiendo con exactitud la diferencia entre el bien y el mal. Hasta le pueden hacer una gráfica. A otros ya no nos vale el cronómetro. Sólo nos queda medir la vida por latidos. El filete de Contador es un dogma de fe. Las batallas de la infancia eran eso, mitología, como el Cid del poema, literatura que íbamos fabricando sobre la base algo más triste de la realidad. Como Málaga 2016, por ejemplo.

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