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EL EXTRANJERO

Babel

Azufre, fuego, tierra y dólares, esa es la realidad que se debate en este cónclave

ANTONIO SOLER

Domingo, 27 de junio 2010, 03:44

Toronto es una babel de hielo, un altar a la convivencia serena y distante. En Toronto se hablan todas las lenguas y su mezcolanza social es más alta que la de Nueva York. Todo es gente de fuera, gente que llega y se integra sin aspavientos. Saben que todos son extranjeros, que todos, de un modo o de otro, lo somos. Estos días, además de una babel cotidiana, Toronto es el altar del mundo. Allí se han ido los popes y los papas de todas las religiones mercantiles para sacarnos del apuro en el que nos metieron los dueños del infierno financiero. Es un concilio en el que Obama I intenta mostrarnos el camino. Él afirma haber encontrado el ritual adecuado del exorcismo. Al demonio de su casa, el mayor del mundo, le ha puesto una cadena y ya no llega hasta el corazón del país. Sólo lo araña, lo justo para sacarle un goteo permanente de jugo alimenticio. El BP financiero y sin cóagulo posible. Ese parece ser el máximo permitido, el único consenso posible entre el infierno y la tierra. Entre el infierno y la tierra, porque el cielo no cuenta en estas operaciones. El cielo es la ilusión de los domingos, lo que las damas episcopalianas de Ohio, los negros endomingados de Mississipi y los mormones de Utah cantan en la iglesia. Azufre, fuego, tierra y dólares, esa es la realidad que se debate en este cónclave. Dólares, oro, petróleo y monedas subalternas. Los 20 obispos buscan el camino de la comunión universal y uno tiene la sensación de que, reflejado en espejo del lago Ontario, entre la suntosidad arzobispal de los mandatarios Rodríguez Zapatero es un párroco de pueblo, un monaguillo de la corte celestial que intenta vender su receta de las hostias. El trigo, la harina santa y fermentada de esa oblea mixta, con sabor amargo de nuestras reformas internas, escupida por los sindicatos, bendecida por la patronal, cuestionada por Felipe González, que después de pasar la mano por el flequillo al monaguillo introvertido y piadoso a su manera acaba de darle un coscorrón público y le ha afeado el modo de llevar la misa y la forma en la que interpreta el catecismo de la izquierda. Sí, Toronto es una babel en la que ya los poderosos han renunciado a entender las palabras y hasta las razones. Ya sólo vale el manejo sabio de la calculadora, la aritmética y también, claro, el esgrima. Eso le reprocha también González al dueño de esta parroquia en la que se regalaba el cepillo y ahora venida a menos. Felipe, incluso en tiempos de estrechez, se desenvolvía como un miembro más de la corte vaticana. Conocía todas las lenguas de babel sin necesidad de haber estudiado idiomas y eso es lo que en el fondo le reprocha al monaguillo Zapatero, que se deja las pestallas en el pupitre pero que no sabe usar la fusta con la que cada obispo sabe azotar dulcemente a los hijos del infierno y a sus hermanos de la tierra.

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