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Poeta. Luis Rosales, en los años 60. :: SUR
Luis Rosales, el poeta de la conciencia
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Luis Rosales, el poeta de la conciencia

Se cumplen cien años del nacimiento del escritor granadino, preciso en el habla, exacto en la designación y humanista de alto bagaje

ANTONIO GARRIDO

Lunes, 31 de mayo 2010, 23:40

Tengo en mis manos el cuadernillo que la Fundación Generación del 27 dedicó al recital de Luís Rosales, aquellas entrañables lecturas en el salón de plenos de la Diputación de la Plaza de la Marina. Fui su presentador y redactor del cuaderno. Recuerdo perfectamente la sobria amabilidad del poeta, ya vencido por las injurias del tiempo, pero que se alegró sobremanera cuando vio que gente joven ocupaba los asientos, a ellos dedicó sus versos. El silencio es el clima del poeta cuando es buscado pero es tragedia cuando la salud quebrantada lo impone y esa es la imagen que evoca Gimferrer, Luís en la Academia, en sus últimos años, allí, en el templo de la palabra, en silencio, mudo en la sesión, él que tanto laboró el idioma, él que era pura palabra esencial y cotidiana.

Lo he escrito en otras ocasiones, el arte es la vida de otra manera, mejor, sin duda, pero como ella, está sometido a las fluctuaciones del mundo exterior, al discurrir de las cosas, a las anécdotas, a tantas variables que es imposible resumirlas. A Rosales se le conoce aún como aquel joven falangista granadino que acogió en su casa a un Federico que había huido de Madrid para buscar la seguridad de su tierra y encontró la indeseable muerte del fusilamiento en la madrugada, en el justo momento en el que los caballos negros del final cruzaban el cielo en la carrera desbocada de la locura. La familia Rosales fue valiente al protegerlo pero no pudo impedir el terrible destino del poeta.

Luís tuvo la desgracia de que los periodistas le preguntaban más por Federico que por su obra y llevó esta cruz con la mucha paciencia que su profundo conocimiento de los clásicos le otorgaba. Era preciso en el habla, exacto en la designación, traductor de Virgilio, un humanista con un alto bagaje intelectual, ahí está su labor como crítico para comprobarlo, dedicó su vida a la cultura literaria, a las letras como se decía no hace mucho y ahora, en su centenario, lo evocó aquella tarde.

Nació en Granada y de familia con buena posición; su padre, comerciante, tenía fama de hombre cabal al que acudían litigantes para que su ecuánime criterio pusiera fin a la disputa; su madre, tenía afición por la pintura; una casa burguesa, una familia sin otras complicaciones que las normales en el cómodo discurrir de los granos de arena en la ampolla de cristal de la ciudad admirable, que se pone de puntillas para alcanzar la sierra alba, una ciudad y un ambiente que Luís recuerda con un emocionado punto de nostalgia, con la palabra tamizada por la vida interior y el lento caminar de las horas, con el tiempo recuperado en el detalle, en el instante que se detiene al cerrar las hojas de la ventana y la mano infantil que recorre el muro del palacio arzobispal camino del colegio.

Lujo intelectual

En 1930 inicia los estudios de Derecho en su ciudad y un año más tarde los de Filosofía y Letras, su verdadera vocación, participó del ambiente literario granadino y en 1932 abandona los códigos y se matricula en la recién inaugurada facultad madrileña, su vocación está decidida, será escritor. Aquella facultad en la que las asignaturas eran optativas y no había exámenes fue un centro modélico donde Ortega, Morente, Zubiri, Castro y el maestro de maestros de la filología hispánica, Ramón Menéndez Pidal, enseñaban en el más hermoso y pleno sentido a través del diálogo, fue un lujo intelectual.

La guerra los quebró, a unos y a otros, los unió en el desamparo, en la sangre derramada y en el dolor; ese es el destino de la sinrazón y de la locura. Luís sufrió mucho y vio como sus padres se agostaban, como su mundo perecía en las trincheras y en los ojos de doña Esperanza que se iba quedando ciega. Escribe: «La venda es nuestra herencia, / nadie puede mirar con ojos nuevos, / nadie estrena los ojos que tienen ya su muerto hereditario, / y no hay que preguntar cosas inútiles (.) / No lo pongas en duda, / los ojos cuando miran ya están encarcelados, / ya están extraviados, / y a los hombres de mi generación nos persigue la guerra / como una mula coja que tropieza y se sostiene cojeando.»

En 1935 publicó su primer libro, 'Abril', un poemario en el que ya se anticipa su gusto por los metros clásicos y su alejamiento de los experimentalismos de las vanguardias y de los excesos gongorinos aunque, afirmaría más tarde, su poesía no rechaza en absoluto, bien al contrario, la enseñanza de los maestros del 27 y la de los del 98 pero busca nuevos caminos expresivos como es obligación del joven artista que lo es de verdad. Luís ha sido la cabeza visible de la llamada 'Generación del 36'. Insisto en qué manía de medirlo todo por generaciones, siempre un ejercicio que simplifica y no sirve para casi nada más que para hacer antologías.

El gran Dámaso Alonso, del que casi nadie se acuerda, habló de «poesía arraigada» para definir una escritura entrañada, muy atenta al lenguaje y que encuentra su fuente en el sentimiento religioso, en los hechos de la vida cotidiana, en la familia, el hogar, la rutina, el paso del tiempo y la amistad, una poesía que aspira a la serenidad del verso clásico sin la frialdad de lo que es mero ejercicio de perfección formal, poesía que desea justo lo contrario al amaneramiento. Sin necesidad de ponerme pedante de lo que se trata es de hacer palabra poética a través del mecanismo de 'extrañamiento' que investigaron los formalistas rusos, de destacar lo que nos es más que sabido, de desautomatizar la visión de lo que nos rodea, de poner en primer plano lo cotidiano, lo que, a primera vista, no es materia poética. En 1940 publicó 'Retablo de Navidad' en el que los detalles aparentemente más prosaicos alcanzan un alto nivel estético.

Colaborador asiduo

Siempre hay textos que nos enseñan mucho sobre el autor y ese es el caso del poema 'Autobiografía'. El ser humano, el poeta, es un náufrago que cuenta una y otra vez, con método riguroso, las olas que faltan para que le llegue la hora de la muerte; las cuenta y recuenta para no equivocarse hasta que llega la última que tiene «la estatura de un niño» y esa es la que le «besa y le cubre la frente»; de esta manera ha vivido el poeta, con «una vaga prudencia de / caballo de cartón en el baño, / sabiendo que nunca me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería.»

No estuvo al margen Rosales de la vida cultural; al contrario, desde muy pronto empezó a colaborar en las revistas más prestigiosas de los años cuarenta, sea el caso de 'Escorial' y de 'Isla' y 'Vértice', tampoco faltó su pluma en las 'terceras' de 'Abc' y mucho años después dirigió 'Cuadernos Hispanoamericanos', un intento de apertura cultural que fue significativo en su momento y que requiere un estudio más pormenorizado.

Una frase clave para comprender el universo representado en la poesía del granadino es «la palabra del alma es la memoria». Las emociones se manifiestan por medio de las palabras, no hay otra manera, la palabra crea el mundo, es su esencia y mucho más lo es la palabra en tensión de la poesía, la acuñación más alta del idioma pero esa 'palabra del alma', esencia destilada de la vida, nos salva del olvido y nos permite ser y estar en la memoria, escapar del tiempo, escapar de la única certidumbre, la muerte. Rosales es un poeta de la memoria, uno de los poetas que habitan en el tiempo.

Seguramente los mejores libros de aquella década de gris y de hambre que fue la de los cuarenta sean 'Hijos de la ira' de Dámaso Alonso en 1944 y 'La casa encendida' de Rosales en 1949, su libro mayor en mi opinión y de enorme originalidad en el panorama literario de su tiempo. Se trata de un largo poema con un claro objetivo de unidad, conseguido sin duda, en el que el componente narrativo ocupa el núcleo de la estructura. Rosales tuvo siempre una gran facilidad para el verso libre que aquí triunfa como forma y fondo para expresar lo cotidiano.

En este sentido la 'anécdota' reivindica su lugar en la expresión poética frente a los planteamientos de la llamada poesía pura. El poeta se encuentra cansado, desvalido, desolado, en una casa sin luz, muy en la línea de la casa arruinada de los poetas barrocos que tan bien conocía Rosales: «Porque todo es igual y tú lo sabes, / has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta / con aquel mismo gesto con que se tira un día, / con que se quita la hoja atrasada al calendario / cuando todo es igual y tú lo sabes. / Has llegado a tu casa».

Encuentro con María

De manera inesperada se enciende la luz en una habitación, la luz gozosa de la memoria que le permite evocar, crear desde la realidad del pasado, temas como su infancia en Granada, los años de universidad, el encuentro con María, la que sería su esposa, y detalles concretos como la fiesta del Corpus en su ciudad, la evocación de la criada Pepona o la emocionada evocación-creación de sus padres. Mi colega Gabrielle Morelli ha penetrado muy bien en el sentido último de este libro excepcional. Como ha señalado José Carlos Rosales el lenguaje quiere envolver al lector, lo quiere implicar en la investigación de los afectos e intenta, desde el vacío, dar un posible sentido a las cosas.

La imagen poética es plural, es una puerta abierta a un horizonte que hay que explorar. Rosales mantiene el equilibrio inestable entre el sentido narrativo del libro, lo 'real' y el mundo onírico de raigambre surrealista, ese mundo irracional que difumina los perfiles, que hace más rica la sensación, que potencia la palabra con nuevos matices: «He llegado a mi cuarto, igual que siempre, / y al desnudarme / me siento entumecido de alegría, como si todo / mi cuerpo / me sirviera de venda y me cegara / y yo estuviera siendo / de una materia casi cristal de niño, / casi nieve de niño alucinado (.) / para arrumbar todos los sueños que se me quedan / largos, / para arrumbar todos los cuerpos que se me quedan / cortos / y demasiado usados».

En 1951 con un título tan evocador como 'Rimas' aparece el siguiente poemario en el que sigue investigando en lo íntimo, con el tono de evocación que alcanza un alto grado de plenitud en el poema dedicado a la muerte de su madre. La elegía como forma expresiva de tan larga tradición, por él asumida, se pone al servicio del sentimiento, con un matiz de excusa por no haber mantenido con ella la relación más constante que sí tuvo con su padre.

Últimos libros

De 1969 es 'El contenido del corazón', libro en prosa cuyo germen existía desde 1940. La voluntad de Rosales es acortar las distancias entre la lírica en estado puro como expresión del yo que dialoga con el mundo y la forma narrativa como manera natural de decir y de sentir. En 1979 aparece 'Diario de una resurrección' donde la muerte es el estertor de un agonizante en la habitación contigua de un hospital y donde se demora en las acciones diarias de un sujeto anónimo, por citar dos de los mejores poemas del libro.

De 1980 es 'La carta entera', el título da cuenta de la voluntad totalizadora del empeño. El libro tiene la estructura de dos poemarios independientes. En esta obra la relación entre narrativa y lírica alcanza una perfección singular. La presencia del amor otorga una plenitud a los hechos evocados muy significativa; de nuevo y siempre, la memoria como la tabla de salvación del náufrago en el centro del caos.

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