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Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral y José María Castellet.
Partidario de la felicidad
TERRITORIOS. REEDICIÓN

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La publicación de 'Poesía y prosa' y 'Correspondencia' de Jaime Gil Biedma a los 20 años de su muerte permite acercarnos a este atormentado escritor que apuró al máximo la vida

MARÍA BENGOA

Sábado, 22 de mayo 2010, 04:49

Ahora que de casi todo hace ya 20 años» escribió Jaime Gil de Biedma en uno de sus poemas. Y cuando se cumplen precisamente 20 años de su muerte por sida en 1990, la publicación de su 'Poesía y prosa' (Galaxia Gutemberg-Círculo de lectores) y de su 'Correspondencia' (Lumen) permiten un acercamiento más certero al poeta que la película sobre su vida 'El cónsul de Sodoma' estrenada en enero y rodeada de polémica.

Casi todos los amigos de Gil de Biedma han descalificado el biopic. La fotógrafa Colita ha dicho: «Como todo hombre inteligente, Jaime era complicado, pero su biografía no debe reducirse a su bragueta». Los defensores de la película interpretada por Jordi Mollá la califican como una versión camp y sofisticada al gusto del personaje.

Más allá de la sociología literaria, la recopilación de su obra y correspondencia nos permiten acercarnos de primera mano a un Gil de Biedma que con su característica lucidez señaló: «Un libro de poemas no viene a ser otra cosa que la historia del hombre que es su autor. Además de los tres poemarios que conforman el canon de su obra poética ('Compañeros de viaje', 'Moralidades' y 'Poemas póstumos'), Galaxia Guttenberg publica en esta recopilación sus ensayos, 'El pie de la letra', entre los que destacan el estudio sobre Jorge Guillén y la introducción a la versión española de 'Función de la poesía y función de la crítica' de T.S. Eliot; las traducciones que el poeta hizo de Bertolt Bretch y Auden, y la versión definitiva de sus diarios que incluye el 'Cuaderno filipino' con la curiosidad de que ninguna de las entradas lleva fecha.

El diario intercala cartas enviadas a la filósofa veleña María Zambrano, Carlos Barral, Jorge Guillén y Gabriel Ferrater (estas sí, fechadas), y el desconcertante 'Informe sobre la administración general en Filipinas', objeto de su viaje a Manila en 1956 en estricto tono burocrático. El texto memorialístico gravita sobre sus estancias en Manila, Barcelona y la casa familiar de Nava de la Asunción, donde guarda cama por una tuberculosis durante tres meses: «Por fin llevo una vida de escritor integral».

Las entradas de esta etapa las publicó Lumen en 1974 con el título de 'Diario del artista seriamente enfermo'. Ahora, un diario más completo incluye cuitas de la enfermedad que alterna con comentarios sobre sus lecturas de Blas de Otero o Sánchez-Ferlosio e interpretaciones de las noticias del periódico, junto a pormenores de una vida sentimental adicta a la intensidad. Pero, también, el poeta partidario de felicidad «porque hasta el tiempo, ese pariente pobre/ que conoció mejores días, / parece hoy partidario de la felicidad», dedica páginas a Modesta, una empleada de siempre de la casa de Nava de la Asunción de la que el escritor dice: «Haber sido niño a su lado y ver ahora qué bien envejece, es un privilegio y un ejemplo», y a muchos asuntos menores.

Jaime Gil de Biedma nació en el seno de una familia burguesa de origen castellano en Barcelona el 13 de noviembre de 1929. «Yo nací (perdonadme)/ en la edad de la pérgola y el tenis». Sus orígenes casi aristocráticos, con un bisabuelo francés, un abuelo senador conservador, y otro ministro de varios gobiernos liberales antes de la guerra, le facilitaron una vasta cultura y la posibilidad de leer a poetas que admiraba en sus lenguas originales tras largas estancias en Francia e Inglaterra (su segunda patria cultural). Estudió Derecho y trabajó muchos años como consejero y secretario general en la Compañía de Tabacos de Filipinas -«esa Compañía tuya de Joseph Conrad», solía decirle García Márquez-, que le obligaba a pasar muchos meses en Manila. Se atrevió a llevar una existencia de «esquizofrenia controlada»: ejecutivo de día y explorador de los bajos fondos de noche. Su realidad de hombre rico y respetado pero incómodo con la vida, le hizo perseguir el arte como «una manera de intentar ir más allá» y convirtió la exaltación de la sensualidad en una clave de su existencia. «El día que me falte la sensualidad la vida será un sitio inhóspito».

La faceta de Jaime Gil de Biedma de conversador infatigable (cuenta Ana Mª Moix que le oyó confesar varias veces que «nada le divertía tanto como hablar en serio»), está recogida en el libro recién publicado en el espectáculo verbal de sus entrevistas. Entre las prosas varias se recogen más de una docena de las que concedió a Maruja Torres, Lola Díaz o Adolfo García Ortega, entre otros. Sus respuestas explican el porqué de su reputación de inteligencia privilegiada, reflejan una personalidad consistente, memoria prodigiosa para mostrar profundo conocimiento de los poetas que le han marcado y muy pocas contemplaciones con los pesados. A Leopoldo Panero, a quien llama Bla bla bla Panero, le responde con cortes. Y, como calificaba las antologías de tan utilitarias como las guías de ferrocarriles, a la pregunta de otro entrevistador: ¿Cómo ve usted su obra en relación con los poetas de su generación?, responde: «Más breve». Además de ironía, exhibe esa capacidad analítica y melancólica que tanto cautiva en sus poemas: «Poseer una casa y poca hacienda/ y memoria ninguna. No leer,/ no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,/ y vivir como un noble arruinado/ entre las ruinas de mi inteligencia». También asegura que le gustaría tener setenta y cinco años por la mañana, treinta y cinco por la tarde y veinte por la noche.

La obsesión por el paso del tiempo constante en la obra de Gil de Biedma queda patente en la respuesta «En mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo». Le llevó a practicar un desdoblamiento del yo que dio lugar en vida a títulos como 'Poemas póstumos' o 'Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma'. Pero, tal vez, los versos que mejor reflejan esa obsesión, estén recogidos en 'No volveré a ser joven', el poema que prefería de cuantos escribió:

«Que la vida iba en serio/

uno lo empieza a comprender más tarde/

-como todos los jóvenes, yo vine/

a llevarme la vida por delante. /

Dejar huella quería/

y marcharme entre aplausos/

-envejecer, morir, eran tan sólo/

las dimensiones del teatro./

Pero ha pasado el tiempo/

y la verdad desagradable asoma:/

envejecer, morir, /

es el único argumento de la obra».

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