Borrar
Memorias de Fitzcarraldo
TERRITORIOS. CINE

Memorias de Fitzcarraldo

Llega a España 'Conquista de lo inútil', el diario de Werner Herzog durante el rodaje de su «mejor película» y que no se atrevió a publicar hasta 25 años después

SERGIO EGUÍA

Sábado, 8 de mayo 2010, 03:50

Cinco palabras. «Señor todopoderoso, envíanos un terremoto». No hace falta más para expresar la desesperación en la que se convirtió el rodaje de 'Fitzcarraldo', con el equipo atrapado en una selva infernal. Enfrentados a las inclemencias meteorológicas, a la falta de financiación, al 'absurdo' empeño de hacer pasar un barco por una inaccesible montaña, a la tentación de asesinar a Klaus Kinski..., Werner Herzog (Múnich, 1942) resume con esta frase la carencia más absoluta que le lleva a dirigirse a Dios en busca de consuelo. En tal extrema situación, no es raro que un temblor de tierra la pareciera al cineasta alemán la mejor de las soluciones.

'Conquista de lo inútil' es un libro lleno de frases redondas, pero falto de ligazón en los párrafos. Las palabras son pinceladas que se van uniendo para dibujar un cuadro, surrealista por supuesto, en el que va apareciendo una verdad, un orden, a partir del más absoluto caos. Entre el 16 de junio de 1979 y 4 de noviembre de 1981, Herzog escribió un diario en paralelo a la realización de la que él considera su «mejor película» y que le valió la Palma de Oro de Cannes, en 1982. Un cuarto de siglo después, el muniqués se decidió a darle forma (es un decir) y publicarlo. «No me había atrevido a enfrentarme a esas páginas con anterioridad», ha admitido a menudo. Ahora, la editorial Blackie Books presenta en España esta obra que si no fuera por lo salvaje del relato podría parecer desternillante.

Así, Herzog relata cómo le desaparecían bidones de gasolina del campamento amazónico de Iquitos (Perú). Los nativos explicaban que se los había llevado una crecida de las aguas, pero días después aparecían río arriba. Llama la atención el gusto por empinar el codo de aquellas gentes. El equipo de rodaje también participaba de la costumbre, claro. Algunos episodios son hilarantes. Herzog cuenta cómo la moto que utilizaba se estropeó y llamó a un mecánico que se acercó con su ayudante. Sin embargo, antes de reparar el vehículo, optaron por entrar en la taberna. Unas horas más tarde, fue a buscarlos y los encontró sentados en el suelo, cantando botella en mano. El director trató de incorporar al aprendiz -su jefe acababa de dormirse-, aunque sólo logró que se girara y que él también cogiera el sueño.

Sin duda, 'Fitzcarraldo' se realizó en una tierra inhóspita donde todo llega a las últimas consecuencias. Sea el vicio, la tentación, la grandeza o el talento. A lo largo de los dos años que le costó pasar un barco desde el río Camisea hasta Urubamba, hay dos indios que se le presentan al cineasta de manera recurrente pidiéndole permiso para asesinar a Kinski. La vida y la muerte pasan cogidas de la mano para estos macheteros que no dudan en amputarse un pie. En una de las batidas por la ladera de la montaña para abrir paso al navío, una serpiente muerde a uno de los trabajadores y este no duda en desviar el golpe de su cuchillo y seccionarse la extremidad infectada. Un gesto salvaje que el responsable de 'Teniente corrupto' recoge en estas páginas, en las que son muy pocos los detalles sobre la propia película.

Una lucha de excesos

En realidad, resulta más novedoso saber de los sentimientos de Herzog que de cómo llevó a cabo tal faraónica aventura. A estas alturas todo el mundo conoce que este bávaro casi mata al actor que dio vida a Brian Fitzgeral (en la vida real, Carlos Fermín Fitzcarrald, el empresario cauchero que quiso inaugurar una Ópera en la selva), que escaló una montaña con un barco a cuestas y que los protagonistas iniciales, Jason Robards y Mike Jagger -el Rolling Stone-, abandonaron la nave hartos de tanta tempestad. Más allá del cotilleo de portal, pocas novedades se pueden esperar sobre 'Fitzcarraldo'.

«Hoy, miércoles 4 de noviembre de 1981, poco después de las doce del mediodía, hemos conseguido pasar el barco desde el río Camisea por encima de la montaña hasta el río Urubamba». Con ese apunte da fe de la hazaña. Unas líneas antes muestra su estado de ánimo: «No he sentido ningún dolor, ninguna alegría, ninguna excitación, no he oído ningún sonido ni he respirado de alivio. Sólo la conciencia de haber hecho algo totalmente inútil, o, más exactamente, de haber penetrado en la profundidad de su reino misterioso».

Inexplicable epopeya

A todas luces, la epopeya iniciada en San Francisco, dos años antes, es una de las locuras más estúpidas y geniales que alguien ha podido imaginar. ¿Por qué una persona abandona la comodidad de la mansión de Francis Ford Coppola para pasar penurias en la selva? Tampoco en la 20th Century Fox podían entenderlo. «Aquí se da por sentado que subiremos un barquito de plástico por una montaña en algún estudio de cine, tal vez incluso en un jardín botánico que no esté muy lejos, por qué no San Diego, allí hay invernaderos con buenas plantas tropicales», escribe. «He preguntado cuáles son entonces las malas plantas tropicales y he agregado que más bien se da por sentado que será un verdadero barco de vapor sobre una montaña de verdad, pero no por una cuestión de realismo sino por la característica estilización de las grandes obras. A partir de ese momento, las palabras que hemos intercambiado se han cubierto de una fina capa de gélida escarcha», explica.

El calor surge en cada aparición de Kinski. La más interesante revelación viene de los recuerdos del rodaje de 'Aguirre, la cólera de Dios' con su jefe de producción, Walter Saxer. «Ayer hablé largo rato sobre 'Aguirre' y me vino a la memoria una serie de atrocidades que en parte había olvidado y en parte había reprimido deliberadamente», relata. Hace memoria de cómo Kinski presumía de «hombre de la naturaleza» y se negaba a ocupar la habitación del único hotel que había por entonces en Machu Pichu. Al segundo día se mudó bajo techo, para desgracia de los demás huéspedes.

«Noche tras noche, durante sus arrebatos de ira, empujaba a su mujer vietnamita por los pasillos y contra las paredes. (...) Sólo con sobornos se había podido evitar que el dueño del hotel lo echara. Walter contaba que a eso de las cuatro de la mañana limpiaba discretamente los rastros de sangre humana de la esposa arrojada por la fiera humana contra las paredes. Pero estas fueron apenas las bendiciones menores. Hasta hoy no me he animado a escribir sobre estos acontecimientos». Veinticinco años más tarde llegan a las librerías españolas.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Memorias de Fitzcarraldo