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Arriba, Ángel Valverde (Epi), Damián Caneda, Carlos Martín Baeza, Juan Carlos Gutiérrez Cano y Pedro Ramírez; abajo, Quique Cabeza, Curro Rodríguez y Silva, Eduardo Domínguez, Nicolás Coín y Jacinto Castillo. sur

Francisco Lorenzo Rodríguez y Silva

TIRO LIBRE ·

PEDRO RAMÍREZ

Domingo, 6 de marzo 2022, 00:03

Mientras permanecemos enfrascados en las trivialidades del día a día, mientras nos afanamos en las tareas que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo, la vida nos zarandea de repente con sobredosis crueles de realidad que, aunque nos empeñemos en darles la espalda y acaben resultando inevitables, se ciernen sobre nosotros como amenazas tan imprevisibles como certeras, lo que debería hacernos reflexionar sobre cuáles son, sin confundir las prioridades verdaderas, las que no se pueden aplazar, y para dejarnos claro que los afectos hay que llevarlos al día.

Pero Curro nunca vivió con miedo y desafió y disfrutó la vida plenamente dando ejemplo de fortaleza, integridad y compromiso en todo lo que hacía, y porque detrás del profesor, del investigador y del experto en la gestión y protección integral del paisaje forestal y contra los incendios (vocación heredada de su padre), detrás del prestigio del profesional y persona responsable, ordenada y seria que ejercía en la Escuela de Ingeniería Agroforestal de la Universidad de Córdoba y como coordinador y director del Laboratorio de Incendios Forestales (LABIF-UCO) -que sus compañeros y alumnos tanto admiraban y apreciaban-, estaba un padre, un marido, un hijo, un hermano y un ser humano extraordinario. Como estaba el amigo fiel y leal que tanto queríamos, que se ofrecía tal y como era en las distancias cortas y también en las de Córdoba a Málaga o a Rincón de la Victoria, obsequiándonos y haciéndonos disfrutar de una amistad que supo mantener indeleble, tan intacta y viva que en los encuentros que teníamos cuando las responsabilidades y obligaciones nos daban tregua la retomábamos como si nos hubiéramos visto ayer, dando igual cuánto tiempo hacía de la última vez.

Su etapa colegial en los Maristas de Málaga la desarrolló como el alumno brillante que era, muy querido y apreciado por los Hermanos, profesores y compañeros. Formó parte de los grupos Scout, donde cultivó su amor a la naturaleza, y a su simpatía e inolvidable risa unía su faceta, quizás menos conocida por algunos, de jugador de baloncesto del equipo del colegio, un base ágil y rápido que combinaba una gran visión de juego con una, adelantada a su época, llamativa destreza en el dominio del balón y del bote para deleite de propios y extraños.

Esta pasión por el baloncesto nos hizo vivir y compartir desde muy jóvenes muchas tardes y noches de entrenos, campeonatos provinciales, concentraciones, sectores, campeonatos de Andalucía o de España... Experiencias vitales que nos marcaron y unieron para siempre, convivencia y trabajo en equipo que nos ayudaron a fortalecer nuestro carácter, nuestra amistad y todo aquello que conlleva el deporte en las etapas de formación de las personas desde edades tempranas.

Es imposible pasar por alto su despedida, en plenitud y sin previo aviso, junto a sus alumnos y con las botas puestas, como el contemplar la entereza con la que Mª Ángeles, Belén y Curro están afrontando el duro golpe de su pérdida, testimonio del legado que han recibido aquellos de los que él se sentía tan orgulloso, como imposible es evitar recordar en estos momentos tan difíciles, de manera muy especial, a sus padres, Francisco y María Elena, que no merecen como ningunos otros pasar por esto, y a sus hermanos Luis, María Elena y Pablo. Los amigos nos hemos quedados tan heridos como huérfanos de uno de los nuestros, pero agradecidos a Dios por haber tenido la suerte de contar con su ejemplo y afecto.

Curro, siempre te llevaremos en nuestros corazones. ¡Muchas gracias por todo y hasta la vista!

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