Borrar
Big data: Se abrió la caja de Pandora

Big data: Se abrió la caja de Pandora

La información que las grandes compañías y los gobiernos tienen de nosotros es más que suficiente para dibujarnos una vida mucho más fácil, pero siempre tendremos esa gran espada de Damocles sobre nuestras cabezas: lo saben todo de ti

Luis felipe Romero

Domingo, 31 de enero 2016, 00:01

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

¿Es usted una persona temerosa de Dios? ¿Intenta ser un buen ciudadano, con un comportamiento ejemplar, por miedo al castigo divino? Probablemente no sea así, aunque es posible que en estas pocas líneas encuentre usted argumentos más que suficientes para que se replantee su actitud.

Como la rueda lo fue para el carro, Internet es una colosal invención que servirá de soporte a muchos otros ingenios que transformarán definitivamente nuestro mundo, arrastrándolo inexorablemente a un futuro incierto e inquietante. Una primera consecuencia de la implantación de la red de redes, y sobre todo de la llegada a nuestras vidas del famoso "internet de las cosas" (que extiende la conectividad a prácticamente cualquier objeto cotidiano que nos rodea) es el concepto denominado Big Data (datos masivos). No existe una definición precisa de lo que significa Big Data ya que es un término que no sólo se refiere a la ingente cantidad de información digital que genera la humanidad, sino también a las infraestructuras que se requerirían para procesar dicha información, e incluso a una nueva rama de la filosofía que analiza los problemas éticos derivados del tratamiento de datos masivos.

Es inevitable que me detenga brevemente en aclarar cuánto es "una ingente cantidad de datos": En sus pocos años de vida, por la red ya han circulado alrededor de 20 zettabytes de datos. Un zettabyte es un 1 seguido de 21 ceros. Para hacernos una vaga idea de lo que supone esta cifra de extraño nombre, sepa usted que es más de lo que necesitaríamos para poner un byte en cada una de las estrellas de todo el Universo. Además, este número se duplicará en los próximos tres años. Sólo en 2015 circularon por la red 4.4 zettabytes, tantos como ya generó la humanidad desde la prehistoria hasta el 2012. Pero no todo el tráfico de datos que circula por la red queda archivado. Actualmente se estima que "sólo" 3.4 zettabytes de datos están almacenados en los diferentes dispositivos con capacidad para hacerlo (incluyendo móviles, pendrives, discos duros, etc.). El almacenamiento de video digital es quien se lleva la palma, con más del 60% del total almacenado, lo que supondría alrededor de 100 mil años de video continuado en calidad HD.

Afortunadamente, la tecnología es capaz de guardar todos estos datos en "apenas" unos pocos miles de millones de dispositivos. Una buena parte de ellos se encuentran en nuestros bolsillos, a buen recaudo (o eso creemos), pero la mayor parte se conserva en grandes centros de datos que en su conjunto son conocidos como "la nube". Las grandes compañías, como Microsoft o Google, tienen varios centros de datos, y en cada uno de ellos se almacenan cientos de miles de discos de entre 4 y 10 terabytes de capacidad. En un futuro no muy lejano (los expertos estiman que en 2050, siguiendo la tendencia actual) podamos comprar discos duros de varios zettabytes, aunque para entonces, el tráfico en la red se medirá ya en "yottabytes". A pesar de todo, la tecnología se encuentra aún a años-luz de la naturaleza, ya que sólo necesitaríamos 2 gramos de ADN para almacenar un zettabyte.

Obviamente, los 2869 bytes de mi preámbulo no van a pasar a la historia por lo que han engordado a Big Data, y apenas habrán conseguido que ustedes sean conscientes del tamaño del monstruo. Sin embargo seguramente ya imaginan que el problema no son los datos, sino de lo que seríamos capaces de hacer con ellos. Y para convencerles, creo que me bastarán dos sencillos casos. En el primer ejemplo les hablaré de mi magnífica colección de cien mil fotografías digitales tomadas en los últimos 15 años. Como existe la posibilidad de subir todas mis fotos a la nube de forma gratuita, lo elijo como opción para copia de seguridad. Hay muchos servicios (Google, Flickr, etc.) y en muchos de ellos es posible habilitar el reconocimiento facial para facilitar la búsqueda de personas. Los números no son precisos, aunque les puedo asegurar que hay al menos 100 personas que en mi colección aparecen al menos en un centenar de imágenes. y también les aseguro que los algoritmos son muy precisos para identificar las fotos en la que aparecen cada uno de ellos, independientemente de su edad, e incluso en condiciones de muy baja nitidez. Añadamos una pizca de inquietud estadística a mi análisis: Bastaría con que sólo uno de cada diez de sus amigos o familiares más próximos subiera sus fotos a la nube para que al menos haya mil fotografías suyas allá arriba. Probablemente sean muchas más. Eso sí, Google, o Apple, o quien sea, le tiene allí, almacenado, pero aún no sabe que ése, el de la foto, es usted. Pero pongamos unas gotitas de miedo en la receta: bastaría con que alguien etiquete su cara en una sola foto, o peor aún, que subamos una fotografía a nuestro perfil, para que automáticamente se le ponga nombre y apellidos a cada foto en la que salimos. Pero si quiere una receta más picante aún, pongámosle algo de pánico: Para cualquier plataforma de almacenamiento digital resulta inmediato saber dónde se han tomado la mayoría de sus fotos. Bien sea por los datos de GPS del móvil con el que se capturaron, o bien mediante el reconocimiento de localizaciones (que es tan eficaz como el facial), el gigante sabrá entonces quién eres, dónde has estado en los últimos 15 años y en compañía de quién. Pero no te engañes, no podrías hacer nada por evitarlo. Evidentemente, este indizado y etiquetado nunca se hace sin respetar la correspondiente cadena de autorizaciones. O eso creo. Deseo.

Si el primer ejemplo no ha sido suficiente, supongo que el segundo les infundirá más inquietud. Sepa usted que todos los correos electrónicos, tweets, whatsapps, o comentarios escritos en Facebook están almacenados en la nube, independientemente de que usted los haya borrado o no. En todos estos mensajes se almacena una gran cantidad de información tanto del remitente como del receptor, pero que en esta ocasión, y además de los objetivos datos que también podría proporcionar una fotografía, incluye información muy subjetiva: lo que pensamos, lo que queremos, a quién amamos y a quién odiamos. De la misma forma que existe el reconocimiento facial, los algoritmos de procesamiento del lenguaje natural (PLN) son capaces de identificar y etiquetar dichos sentimientos, así como de establecer las relaciones derivadas. Algunos dicen que estos algoritmos revelan incluso algunos sentimientos que residen en nuestro subconsciente. Da miedo. Menos mal que Google no hurga en mis mensajes. Espero.

Y nosotros seguimos alimentando a la bestia: con millones de webcams, con móviles y coches que nos geolocalizan, con pulseras que cuentan cada latido del corazón e indican nuestro estado de forma, e incluso con llamadas telefónicas que (por su seguridad) pueden ser grabadas. En un futuro cercano, habrá que sumar cada conversación mantenida, la información genética de cada uno de nosotros, de nuestras mascotas, e incluso la de los árboles que queden en el planeta. Insisto una vez más, los depositarios de nuestros datos no deberían procesar la información sin autorización. Pero hay algo que tengo bastante claro por mi experiencia profesional, si lo hicieran, sería prácticamente indetectable. Con esta premisa, ¿de verdad, se está respetando? Y lo que más miedo da ¿siempre lo van a respetar?

Ángel o demonio, Big Data ya está en nuestras vidas. La información que las grandes compañías y los gobiernos tienen de nosotros es más que suficiente para dibujarnos una vida mucho más fácil, pero siempre tendremos esa gran espada de Damocles sobre nuestras cabezas: lo saben todo de ti. De hecho, ya no sabría distinguir a Big Data del Big Brother de Orwell. Y no nos quedará más remedio que tener siempre un comportamiento ejemplar, y sobre todo, políticamente correcto según los cánones establecidos. Pero también éstos cambian. Uf! Me quedo con Dios.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios