El tesoro de la Cueva del Tesoro
Hace 45 años, en el verano de 1974, se abrió al público la única cueva visitable de origen marino de Europa, con un espectáculo de luz y sonido
Tengo el privilegio de visitar la Cueva del Tesoro, del Higuerón o del Suizo (que es conocida de estas tres maneras) guiado por uno de ... sus propietarios, Manuel Laza Zerón, hijo de su último investigador, Manuel Laza Palacio. Manolo nos enseña, a lo largo de una clase magistral, los secretos y rincones de esta cueva, que ya fue citada por el poeta latino Avieno en su Oda Marítima como santuario de la diosa Noctiluca. Según cuenta Plutarco, en esta gruta se escondió durante ocho meses Marco Craso, que huyó de Roma por problemas políticos. Estuvo acompañado de dos amigos, de diez criados y «de bellas mujeres locales que hicieron más grato su obligado encierro».
Pero lo que hizo famosa a esta cueva no fue la visita del célebre político romano, que formó un triunvirato con César y Pompeyo, sino el que fuese el lugar escogido por el último rey de la dinastía almorávide para esconder su tesoro. Corría el año 1145 y Bezmiliana era uno de los pocos puertos fieles que aún le quedaban a Tasufín Ibn Alí ante la presión de los almohades, que se acabarían quedando con Al-Andalus. El tesoro, que habían acumulado los cinco reyes almorávides, fue ocultado en la gruta con la ayuda de algún hombre de confianza y de varios esclavos que, al ser finalizada la tarea, fueron eliminados, no vaya a ser que alguno se fuese de la lengua. La cueva fue cegada con tierra y escombros. ¿Sigue el tesoro allí o fue retirado ya en tiempos medievales? Manuel Laza encontró en la entrada de la cueva seis dinares de oro del siglo XII, guardados dentro de un candil de barro quizá por algún esclavo que pensaba hacerse con ellos al final del trabajo. Cada moneda fue valorada en 125.000 pesetas en los años cincuenta. Apenas se conservan monedas musulmanas de esa época.
Damos un salto en el tiempo y nos trasladamos al siglo XIX. El suizo Antonio de la Nari, que había formado parte de la guardia suiza del rey Carlos IV, vino hasta la cueva en busca de su legendario tesoro. No sabemos cómo llegó a oídos del suizo la existencia del tesoro almorávide. Puede ser que tuviera algún tipo de información que nosotros desconocemos. El caso es que durante casi treinta años estuvo barrenando y minando en la cueva de manera casi obsesiva. Cavó pozos y abrió galerías. Murió en 1847 como consecuencia de la explosión de un barreno. Hoy se conserva a la entrada de la cueva el pozo donde murió. Desde entonces, la sima pasó a ser conocida como la Cueva del Suizo.
Y llegamos al siglo XX. A principios de siglo, Enrique Laza Herrera había abierto una farmacia en la calle Molina Lario, la famosa Farmacia Laza. Para surtirse de hierbas con las que elaborar sus fórmulas magistrales compró unos terrenos en El Cantal, que es como era conocida la zona en la que estaba la cueva. Todo lo que es la sala de los lagos estaba cegada hasta la superficie de murcielaguina, o excremento de los murciélagos, que era muy cotizado como abono para los cultivos. Enrique Laza sacó de la cueva toneladas de murcielaguina.
Una cueva-santuario
La Cueva del Tesoro es uno de los tres santuarios prehistóricos del sur de la Península Ibérica, junto con Gibraltar y Cabo de Gata (consagrados a Hércules y a Venus respectivamente). En la gruta malagueña se veneraba a Noctiluca, una diosa lunar organizadora de los ciclos vitales y agrícolas, equivalente a la Astarté siria, a la Isis egipcia y a la Afrodita griega.
Una de las salas más profundas de la cueva está presidida por un gran betilo, piedra sagrada que es una representación abstracta de la diosa Noctiluca. La piedra, que tiene cierta forma antropomorfa, está horadada en la parte superior, lo que simbolizaría una luna llena. Delante existe un pequeño altar bicorne, en el que Manuel Laza halló unos restos carbonizados que, al ser analizados en el laboratorio de su hermano Modesto, se llegó a la conclusión de que eran de algún mamífero sacrificado a la diosa, posiblemente una cabra.
En cierta ocasión Juan Temboury visitaba la Cueva del Tesoro. Al ver a Noctiluca le dijo a Manuel Laza:
-Mire, don Manuel, la Madonna de Picasso.
En 1950 Manuel Laza Palacio acababa de perder una hija con tan solo doce años. Para consolarlo, su tío Enrique Laza decidió regalarle la cueva. En realidad se la vendió por la simbólica cantidad de una peseta. Desde entonces Manuel Laza (del que prometemos contar su apasionante biografía en otra ocasión), se dedicó en cuerpo y alma a la cueva. Todos los domingos tomaba la Cochinita y se bajaba en la estación de La Cala del Moral. Desde allí, acompañado por sus hijos y algunos amigos, subía la cuesta que le conducía a la Cueva del Tesoro. Con la ayuda de una soga descendía a la sima por un pozo, que en la actualidad ocupa un moderno ascensor panorámico. En las fotos le vemos con su traje, camisa blanca y hasta corbata, con una una simple linterna de carburo en la mano.
A Manuel Laza le correspondió la labor titánica de desescombrar la cueva, para lo que utilizó un sencillo torno. Su hijo Manolo me cuenta los desvelos y el tesón de su padre para poner en valor esta maravilla natural, hasta que fue abierta al público el 23 de junio de 1974. Todos los días se realizaba en el interior un espectáculo de luz y sonido que contaba la historia de la gruta. Pero el mérito de Manuel Laza fue hacernos ver a todos que el tesoro de la Cueva del Tesoro es la propia cueva.
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