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Rossel Aparicio
Sábado, 30 de enero 2016, 02:21
Corría la recta final de la década de los 70 en Málaga. El ocio giraba, por entonces, en torno a los estrenos y a las taquillas de las bulliciosas salas de cines abiertas: Astoria, Victoria, Albéniz, Andalucía, Zayla... ¿El plan perfecto por aquella época? Ver una película y desgranar el argumento y sus personajes degustando un bocadillo -ya fuera vegetal, de pollo o el famoso bikiqui-, un perrito caliente, una hamburguesa o un bocata marinero (de esos que llevaban tortilla, mahonesa y anchoas). También estaba de moda en el entorno cofrade uno de anchoas con foie gras y queso crema con anchoas. En ese marco, y al calor del éxito de los grandes clásicos como 'Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza', 'Rocky, 'Fiebre del Sábado Noche' o 'King Kong''; en el número 55 de la calle Victoria de la capital abría sus puertas el 12 de octubre de 1977 Los Paninis que poco después se mudaría al local del número 57 de la misma calle donde permaneció hasta sus últimos días. En este mítico local, aseguran sus propietarios, arrancó la exitosa e imparable carrera del campero malagueño, sin duda una seña de identidad de la gastronomía malagueña. "Lo inventó mi, por entonces suegro, Miguel Berrocal Márquez" explica a SUR José Antonio Gutiérrez que recogió el testigo del negocio en 1985 hasta que bajó la persiana del cierre hace ya un par de años. "Fuimos los precursores, los inventores del primer campero malagueño", sentencia, una afirmación que secundan empresarios del sector.
Ese tipo de comida rápida estaba de moda y su exsuegro decidió innovar proponiendo a la clientela un bocadillo diferente. Inicialmente quiso poner un mesón aunque su mujer lo hizo desistir en su empeño: tuvo ojo para adaptar el negocio a la demanda de los usuarios cinéfilos del momento. "Entonces empezaron las pruebas de ingredientes. Estuvieron un mes comiendo bocadillos hasta dar con la fórmula del campero", sonríe Gutiérrez.
Receta original: Así se prepara un buen campero
Cuenta Gutiérrez que Miguel lo bautizó con el nombre de campero por el uso de ingredientes del campo. "Aunque en la actualidad hay muchas versiones, el bocadillo original llevaba tomate natural, lechuga, queso, jamón, mahonesa, ketchup y mostaza. Sí, mostaza, -matiza- ese ingrediente apenas se pone y le daba un toque de sabor muy especial", insiste.
Además de los ingredientes "de calidad", el éxito del campero también se basaba en el tipo de pan usado. Medía unos 25 centímetros de diámetro y se encargaba "semihecho" para terminar de hacerse en las planchas tipo grill que se usaban en Los Paninis. Las mismas que José Antonio guarda como oro en paño en su casa y que desempolvó el pasado mes de agosto para celebrar con su familia su 52 cumpleaños con lo que hoy sería una 'camperada'. "Casi toda la trayectoria del local el pan nos lo suministró la panadería El Molinillo, ubicada en Duque de Rivas", recuerda.
Ya en la decada de los 80, la demanda por este bocadillo estallaba. Los clientes empezaron a pedirlo en otros locales que, poco a poco, comenzaron a incluirlo en sus cartas y a añadirles otros ingredientes. "Al principio molestaba mucho verlo en otros locales. Pero nunca registramos la autoría del campero y, con el tiempo, lo asumimos", dice José Antonio.
En esos inicios los clientes de Los Paninis comían de pie apoyando su comida y bebida en unos barras que, con el tiempo, se transformaron en mesas. "Nuestro negocio también evolucionó, claro. Y comenzamos abrir el abanico de camperos con más ingredientes. El público nos lo demandaba con otros ingredientes". ¿El secreto de su éxito? "Su precio asequible y, supongo, su sabor, ya que, además de usar una buena materia prima, también dimos con un buen bocadillo", reflexiona.
Su época dorada
El campero empezaba a emigrar como la pólvora a los locales de comida rápida de toda la capital y a otros rincones de la provincia. Comenzaba su época dorada, que Gutiérrez situaría desde los 80 hasta al año 2000, aproximadamente. Con la llegada de los McDonald's, las pizzerías y el cierre progresivo de los cines, la fiebre del campero empezó a diluirse aunque nunca llegó a desaparecer. Ni mucho menos. "El tipo de ocio empezó a cambiar y también llegaron los kebabs y otros establecimientos haciendo una feror competencia. Aún así sigue teniendo tirón", opina.
En la recta final de la historia de Los Paninis varios factores precipitaron su cierre. En primer lugar, el fin de la renta antigua que complicaba su continuidad en el mismo local. También la situación personal y de salud que atravesó José Antonio que, con una discapacidad, ya no podía hacerse cargo del negocio. Sus hijos mayores, Raúl y Rocío, estuvieron al frente hasta sus últimos días (finales de 2013). Los mismos que emprendieron caminos alejados de la hostelería. Pese a ello, José Antonio no descarta que, aún día, Los Paninis vuelva a servir sus suculentos camperos. "Es una opción que está presente. Echo la vista atrás y siento una gran nostalgia de aquella época dorada. Es una opción que está ahí y que no descarto aunque yo, ya no podría estar al frente", mantiene.
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