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Sangre Rosa

Los vampiros y vampiras llevan siglos seduciendo a sus víctimas para poder alimentarse. También a los de su mismo sexo

Antonio M. Ruiz y Emmanuel Lafont (ilustraciones)

Martes, 3 de junio 2025, 20:00

Criaturas de la noche, ambiguas, solitarias y discriminadas, temidas y estigmatizadas, outsiders que sobreviven entre las sombras, perseguidas, forzadas y obligadas a refrenar su naturaleza, recluidas en ataúdes dentro de sus castillos, vampiras y vampiros han sido alter ego del colectivo LGTB al que, a veces de forma insinuada y otras más explícitamente, han recurrido escritores y cineastas para contar sus historias.

Aunque las primeras muestras de la homosexualidad vampírica encuentran sus orígenes literarios a finales del siglo XVIII ('Christabel', poema de Samuel Taylor Coleridge, en la que la atractiva bebedora de sangre Geraldine seduce a una joven para llevarla a sus aposentos), el primer gran referente se produce en 1872 adoptando la forma de serial. 'Carmilla', obra de Sheridan Le Fanu, sumerge al lector en la tragedia de Laura, joven palaciega que cae en las garras de Carmilla, que sembrará de muertes los alrededores del castillo. La libre adaptación que el cineasta Carl Theodor Dreyer realiza en 1932 de esta novela en 'Vampyr', su primera película sonora, llevó a Alfred Hitchcock a calificarla como «la única película que realmente merece ser vista varias veces».

Emmanuel Lafont

Un año antes, Tod Browning consiguió alcanzar el éxito con su 'Dracula', interpretado por Bela Lugosi, para el que se sirve de la novela homónima de Bram Stoker, publicada en 1897. En su versión, resulta llamativa la ausencia de deseo hacia la mujer, en contraste con la obra literaria. Este aspecto, junto con la, en determinadas ocasiones, ambigua relación entre Jonathan Harker y el conde, fortalecen las teorías de la existencia de una sutil tensión sexual entre ellos.

'Dracula`s Daughter' (1936), de Lambert Hillyer, que fue concebida como una secuela de la de Browning, relata los crímenes perpretados por la condesa Marya Zaleska, hija del mortífero vampiro, cuyas tendencias lésbicas o, cuanto menos, bisexuales, son explícitas a la hora de elegir sus víctimas. La bebedora de sangre se presenta como una enferma mental, tal y como la medicina psiquiátrica de la época concibe la homosexualidad... o la bisexualidad. Lo que en su precursora pueden ser meras conjeturas, en ésta se hace más evidente: Zaleska vive atormentada por ser una mujer 'normal'. Lucha contra su naturaleza mientras seduce a mujeres y hombres para saciarse de su sangre.

El Código Hays, terrible azote de la censura en el cine desde 1934 hasta 1967, defenestró cualquier intento de salirse de la rancia moral imperante

El Código Hays, terrible azote de la censura en el cine desde 1934 hasta 1967, defenestró cualquier intento más o menos subversivo de salirse de la rancia moral imperante. De ahí que no sea hasta la década de los sesenta del siglo pasado cuando se produce el efecto rebote de lo pretendido por dicho código.

En 1960 y procedente de la factoría Hammer ve la luz 'The brides of Dracula', de Terence Fisher, secuela de su otra obra 'Dracula' (1958), que catapultó a la fama al inolvidable Christopher Lee. En ella, su director sube un escalón más en lo que luego se convertiría en norma: salpica la notable recreación ambiental de su obra con considerables dosis de hipnosis y morbo sexual. La homosexualidad velada del barón interpretado por David Peel queda al descubierto en el momento de morder al profesor Van Helsing delante de las diabólicas prometidas, mostrando su lujurioso rostro.

Emmanuel Lafont

La parodia vampírica que Roman Polanski (aquí también como productor, guionista y actor) filma en 1967 cargada de espacios barrocos, góticos y decadentes presenta a Herbert, el hijo del conde von Krolock, enamorado de Albert, ayudante del excéntrico profesor Abronsius. Es la primera vez que se presenta un personaje vampiro abiertamente gay en el cine. Polanski subvierte las claves de este subgénero para crear una comedia de terror que aporte un poco de aire fresco al, en aquel momento, trillado mundo de chupa sangres.

Entonces varias producciones vuelven a retomar el personaje de Carmilla para la gran pantalla. Roger Vadim, en su 'Et mourir de plaisir' (Sangre y rosas, 1960) recurre al erotismo para hablar en un primer término del lesbianismo, que se erige por encima de la atracción de los no-muertos e, incluso, del incesto. La obra escandalizaría por el beso entre sus dos protagonistas femeninas, a la par que sería incomprendida por el énfasis poético del director durante todo el metraje.

'Carmilla', la obra de Sheridan Le Fanu, es el primer gran referente literario de la homosexualidad vampírica

La productora británica Hammer Films, por su parte, convierte la novela de Le Fanu en 'La Trilogía de los Karnstein: The vampire Lovers' (1970) de Roy Ward Baker, 'Lust for a Vampire' (1970), de Jimmy Sangster y 'Twins of Evil' (1971), de John Hough, siendo el primer film el más fiel a la novela.

La década de los setenta supone una renovación del género marcada por el erotismo en sus historias. El sexo baña en Italia el 'giallo' de Mario Bava y Darío Argento, así como el cine del español Jesús Franco –'Vampyros Lesbos' (Las vampiras, 1971)–. Las producciones europeas reclutan cada vez más a vampiras uniformadas con vestidos menguantes y semitransparentes, en una clara tendencia al enaltecimiento sexual en detrimento de la calidad cinematográfica de la obra. En muchos de estos filmes, los personajes femeninos presentan comportamientos lésbicos, pero sesgados por la mirada de directores que persiguen atraer al hombre heterosexual a la taquilla: en ocasiones, la vampira muerde en los pechos –y no en su cuello– a sus víctimas femeninas; se explota la connotación sexual de la estaca al ser introducida como arma fatal en el cuerpo de las no-muertas.

Cruise y Pitt

Con una estética maravillosamente ochentera, deudora del videoclip y la publicidad a partes iguales, Tony Scott, al que los mandamases de la MGM no consideraron capaz de llevar a buen puerto 'Interview with the vampire' (Entrevista con el vampiro, 1976) de Anne Rice, recoge el testigo de la década anterior para construir su particular oda a la juventud apoyándose en tres pesos pesados: David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon.

'The hunger' (El ansia, 1983), adaptación literaria de la obra de Whitley Strieber –menospreciada en su estreno pero considerada actualmente como película de culto– establece un paralelismo entre vampirismo y adicción, una premisa que más tarde sería el 'life motive' de la estupenda 'The addiction' (1995), de Abel Ferrara, con referencias a la terrible pandemia del SIDA. En este ambiente plomizo y decadente, este trío de vampiros culto y refinado debe subsistir bebiendo la sangre de sus víctimas bajo la insufrible amenaza de la decrepitud de sus cuerpos. Elegante, lóbrega y sofisticada, esconde en su segunda parte una de las escenas lésbicas entre sus dos protagonistas más recordadas del celuloide.

'The Addiction' referencia desde al vampirismo a la pandemia de SIDA

Francis Ford Coppola revitalizó en 1992 la figura del vampiro por excelencia en su 'Bram Stoker's Dracula', film en el que los límites de la sexualidad de sus personajes son, cuanto menos, difusos. El juego de seducción que se establece entre el conde y Johathan Harker se hace patente en su primer encuentro dentro del castillo. El objeto del primero es la posesión del segundo, como queda patente en la secuencia en la que el visitante se corta la cara afeitándose y Drácula se hace con la navaja para lamer su sangre. En una escena posterior, las vampiresas parecen adquirir un rol masculino a la hora de abordar a Harker en su cama, que se abandona al placer, mostrando sus verdaderas inclinaciones sexuales. La abrupta irrupción del vampiro en la habitación evidencia su predilección por el abogado.

Dos años más tarde conquistó la taquilla la historia homoerótica entre Tom Cruise y Brad Pitt, basada, esta vez sí, en la novela de Anne Rice (coautora del guión). Neil Jordan transforma en imágenes la entrevista que el personaje de Christian Slater hace al vampiro Louis de Ponte (Brad Pitt), que le relata su vida de más de doscientos años. Su relación homosexual con Lestat (Tom Cruise), mucho más edulcorada en el film que en el texto, constituía el principal reclamo de una película cuyo reparto se completa, entre otros, con Antonio Banderas, Stephen Rea y una jovencísima Kirsten Dunst.

Pese a que en muchos casos, sobre todo en la ya mencionada década de los setenta del pasado siglo, la naturaleza del bebedor de sangre se explota con el único fin de excitar al público más 'testosterónico', la historia del no-muerto, al igual que la de otros personajes del terror (el monstruo de Frankenstein, el hombre invisible), constituye el vehículo perfecto para que cineastas de este género como F.W.Murnau en su 'Nosferatu (1922)' establezcan paralelismos con los miedos de la sociedad de su época a las sexualidades no normativas (mientras en conde Orlok lucha contra su deseo de poseer a Hutter, éste intenta convencerse al día siguiente de que no ha ocurrido nada entre ellos). Sin embargo, su figura inmortal prevalecerá por siempre sobre la represión y el miedo de la masa. Larga vida al vampiro.

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