Un enigma moderado (El Tajín Veracruz / Méjico)
De la cultura clásica del Tajín no se sabe demasiado, ni falta que hace
IGNACIO JÁUREGUI flaneurinvisible.blogspot.com.es/
Sábado, 14 de junio 2014, 00:57
Cuando un desvío del itinerario lo lleva a Veracruz, el viajero se topa con el enclave de El Tajín y descubre, nada más empezar, que el esquema de mayas y aztecas como griegos y romanos que se había fabricado de urgencia no le vale de nada. Aquí tenemos una cultura clásica independiente de cuyos pobladores primeros ningún autor sabe dar cuenta exacta y que, a pesar del indiscutible aire de familia, resulta diferente de todo el resto. O, para ser más honestos, resultará diferente en el recuerdo, cuando, al cabo de tres semanas, doce ciudades antiguas y un par de libros básicos, se haya hecho uno con referencias. Ahora es básicamente dejar suelta la mirada y disfrutar.
Y la verdad es que el sitio resulta perfecto para la contemplación ignorante. En un entorno natural amabilísimo, de un verde ameno y tan controlado que casi parece británico, las construcciones van brotando de las ondulaciones cubiertas de hierba recortada en un desorden que se diría pergeñado por un paisajista romántico. No hay manera de discernir aquí una lógica de ciudad, una organización por plazas y caminos, una jerarquía. Parece ser que los edificios son de distintas épocas y que, cuando se construyeron los más tardíos, los primeros no eran ya más que lomas cubiertas de vegetación. Por alguna razón no se dan aquí superposiciones por capas: un juego de pelota quedaba en desuso (cumplía su ciclo, o vaya uno a saber) y se construía otro a pocos metros. La restauración, ante la imposibilidad de elegir, establece un tiempo histórico imposible en que coexisten fantasmas que en vida no se rozaron.
Piedra vieja y bosque
El viajero, pues, se deja ir por entre pirámides y montículos saboreando el espléndido contraste de la piedra vieja recortada contra el bosque, cazando sin parar encuadres que parecen estar ahí esperándole, apurando los momentos de soledad que se gana moviéndose a contrapelo de las indicaciones. Los extraños relieves de una cancha, tediosamente explicados, le devuelven por un momento la curiosidad histórica, pero no es el día: mejor trepar antes que nadie por el tajo escalonado y mirar atrás, hacia el espléndido conjunto de edificios. Hay algo en la luz, en la armonía de tres colores netos, en el equilibrio sin orden aparente que arrastra la memoria del viajero hasta la isla de Filé en el lago de Asuán.
La pirámide llamada De los Nichos se erige en cabecera, no tanto por tamaño como porque se le ve de lejos el empaque de las grandes obras; hay en la región otras más imponentes, bizarras o majestuosas, pero en cuanto a elegancia y proporción sólo podemos medirla con la de Kuculcán en Chichén Itzá. En primer lugar tiene todas las trazas de constituir un fin en sí misma y no, como es habitual por aquí, el aparatosísimo pedestal de un templo. El ángulo es verosímil y coherente con la idea platónica de pirámide, y hay algo en ello que tranquiliza: las construcciones empinadísimas de Tikal, en cambio, comunican una inquietud extraordinaria. La configuración a base de bandas de hornacinas cuadradas produce una imagen sorprendentemente ligera; el vuelo de las cornisas, al marcar decididamente los ángulos en cada franja, arranca a la estructura de su estatismo propio imprimiendo un movimiento horizontal que invita de forma irresistible a rodearla.
No menos irresistiblemente invitan esos nichos a la fantasía morbosa (ponían las cabezas de los sacrificados), la especulación cosmológica (son 365 nichos, lo cual no puede ser coincidencia, o sí, porque el ciclo solar era de 360 días), o la repentina inspiración estética (lo bien que quedaría de noche con una antorcha encendida en cada uno). El viajero, que no está hoy por la labor de informarse ni de elucubrar, se llevará de la cultura clásica de Veracruz una idea tan imprecisa como la que debieron hacerse las tropas de Cortés cuando encontraron esta ciudad en un estadío intermedio de destrucción y habitadas por gentes mucho menos civilizadas que los originales pobladores.
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