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Hace una semana nos encontrábamos celebrando la resurrección y apenas ocho horas después, recién comenzada la Pascua, nos topamos con la muerte del Papa. Y, ... eso sí, con una resurrección de su figura y una reivindicación de su legado. Unos y otros trataban de apoderarse de su figura, como si el padre de la Iglesia fuese un actor de éxito al que conviene tenerlo en las filas propias. A raíz de las declaraciones de muchos de nuestros políticos podría deducirse que Francisco era el líder de uno de los grupúsculos que conforman Sumar. El papa de los pobres. El progresista. El humilde que ha transformado la Iglesia.
Viandantes interrogados se sumaban a la corriente general. El papa que nos representaba. El aperturista. No importa que los políticos que lo reivindicaban y los ciudadanos sumados a la corriente no sean practicantes ni hayan pisado una iglesia en décadas. Incluso los presos de una cárcel visitada por el papa han declarado que «era uno de los nuestros». Bueno, si ellos lo dicen. Muchas palabras y muchos gestos. Pero la realidad es mucho menos maleable que las palabras y que la gestualidad. Y en el caso de la Iglesia esa realidad tiene una solidez de dos milenios. Francisco ha surfeado sobre esa realidad. No ha caminado sobre las aguas. Más bien, gestos y palabras aparte, ha notado el peso de la gravedad. Del dogma que conforma la propia esencia de la Iglesia.
Ayer, en su funeral, se pudo constatar el poder de la tradición. Un funeral sencillo. Eso pidió y eso nos dijeron que sería. Y ya han visto las imágenes. La plaza de san Pedro, el interior de la basílica. La inevitable y rigurosa solemnidad. La esencia de lo que el papa es y representa. El funeral sencillo. El desfile de la curia ante la plana mayor de la élite mundial. Sí, un ataúd sin repujados de plata y oro, un catafalco mediano. Ser enterrado en Santa Maria Maggiore, humildemente. Tan humilde morada acoge los restos de otros papas. Pablo V, Clemente VIII. Son los mínimos gestos que la ocasión y el rigor del papado permiten. Palabras para reivindicar un papel activo de la mujer dentro de la Iglesia. Aliento para descriminalizar la homosexualidad. Pero el dogma sigue inamovible. La mujer sigue teniendo un lugar subsidiario dentro de la Iglesia y el asunto de la pederastia sigue sin resolverse. Aun así las palabras y los gestos son de agradecer y tienen la importancia de unas gotas de agua en el desierto. Esas gotas de agua que han llevado a tantos a declarar a Francisco como uno de los suyos y a otros, Milei, Trump, Abascal, a considerarlo un pariente de Satanás y a rezar para que no haya más palabras ni más gestos.
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