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JOSÉ LUIS RAYA PÉREZ. PROFESOR JUBILADO DE INSTITUTO Y ESCRITOR
Lunes, 30 de diciembre 2024, 01:00
Siendo un chaval, se me quedó grabado el comentario del maestro al afirmar que La Gioconda de Da Vinci cambiaba su estado de ánimo dependiendo del que la observe. Esa enigmática sonrisa puede transmitir ironía, burla, tristeza o regocijo. Gautier fue uno de los primeros ... en plantear este dilema. Freud intentaba sonsacar reminiscencias de la misma madre de Leonardo. La neurociencia y la cinésica también se han manifestado al respecto. Nuestra visión periférica no ayuda demasiado, ya que según mires a los ojos o a la boca nos transmitirá sentimientos diferentes. Incluso se ha llegado a especular con un supuesto hipotiroidismo, debido a una enfermedad cardiaca. Se han escrito ríos de tinta sobre esa sonrisa, que a mí me parece tan bella como sombría. Como si escondiera algo.
Si esto sucede en una pintura, imagínense en un texto escrito. Si su estado de ánimo ha decaído, lo más seguro es que gran parte de lo que se transmita le pueda afectar negativamente. La comunicación visual, incluso, no siempre acierta a transmitir lo que se propone. Una misma película puede producir hilaridad o indiferencia dependiendo del espectador o también del momento anímico con que acudas al cine, por ejemplo. A veces, distintos espectadores han experimentado sensaciones diferentes ante una misma catarata de imágenes. Ocasionalmente sucede la catarsis y todos ríen al unísono o gimen ante esa escena tan tierna.
A la Literatura también le afecta esa distorsión emocional. No olvidemos cómo esa magna obra, El Quijote, ha tenido diferentes interpretaciones a lo largo de la historia. En un momento dado se consideró una simple novela cómica de caballería, hasta que sagaces críticos la desmembraron y hallaron una mina de oro. Toda una reliquia teñida de anfibologías, dobles mensajes y todo un compendio filosófico de la conducta humana. Las obras maestras deben ser poliédricas y huir de las interpretaciones unívocas. Lo único que debería ser uniforme, claro y directo es precisamente el lenguaje periodístico, concretamente la noticia.
Cuando enviamos un mensaje por WhatsApp o un precipitado email se puede caer muy fácilmente en el ambiguo sentido, la errónea interpretación del contenido o lo opuesto de lo que se pretendía. Ya he advertido de ello en mis charlas o artículos sobre lectura comprensiva. Yo mismo he tenido ese desliz y no he calibrado el estado síquico del receptor. Por ello, es fundamental el uso de los emoticonos. Si se escribe «¡Qué torpe!», procure acompañarlo con una carita sonriente o esa rojita enojada. Esa admiración, a secas, puede ser percibida de forma diferente dependiendo del momento anímico del destinatario. ¡La de peleas o malos rollos que ha generado el dichoso WhatsApp!
Tiempo atrás envié un correo a un viejo amigo con la intención de tratar ciertos asuntos personales sin resolver, que se iban enquistando hasta convertirse en un molesto problema. A pesar de las reiteradas consideraciones sobre el loable objetivo de la misiva, a saber, conversación, reconciliación o aclaración de determinados malentendidos, el viejo amigo lo tomó como un ataque personal. Obviando la molestia que me tomé por llegar a un acuerdo y el paso que hube dado, soslayando al mismo tiempo la mezquina soberbia que nos distanciaba. Todos mis plausibles propósitos cayeron en saco roto. Es más, desencadenaron una sucesión de malentendidos que empeoraron aún más la situación. También ocurre que el lector resalta mentalmente una oración negativa que enturbia el resto de la misiva, incluso el mensaje central, confundiendo las oraciones subordinadas con las principales, esto es, ideas secundarias con centrales.
Puede llegar a ser frustrante que un escritor no logre transmitir un determinado mensaje. Una buena lectura comprensiva nos permite leer entre líneas e interpretar correctamente el contenido. Pero volvamos a lo anterior: el estado de ánimo del lector es fundamental para dar en la diana. Ante esto, sería preferible optar por un instante neutro.
Varios siglos tardaron en descifrar las tristes tribulaciones de Alonso Quijano. No se trataba de un bochornoso loco al que había que apedrear. Aún perviven los misterios de La Mona Lisa así como los arcanos mensajes de la Santa Cena del mismo autor. Ante esta lamentable situación habría que optar por la comunicación oral, que se ha guardado en el baúl de los recuerdos; frente a frente, ante una humeante taza de café, sin prisas y sin enconos, mirándose a los ojos, sin más emoticonos que la expresión clara del rostro, sin más sonrisas que la límpida de nuestra cara serena y tranquila. Escuchando lo que se dice y lo que se omite. Los anhelos y las aprensiones. Atendiendo a la voz y a los gestos...y a los silencios. Esta sería la comunicación auténtica. Esto último tendría que ser el camino correcto, incluso, para esos líderes políticos remisos a la concordia y la paz. Pero prefieren la sonrisa ambigua, lisa y oscura de la Mona Lisa.
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