Solas y borrachas
Con la apresurada Ley de Libertad Sexual aprobada esta semana por el Consejo de Ministros para no perder el tren del 8 de marzo -ni ... una medida sin su atrezzo- ha ocurrido lo previsible: casi todas las miradas han ignorado el contenido del texto para fijarse en las formas de promocionarlo y en Irene Montero, diana fácil por su condición de pareja de Pablo Iglesias y de mujer joven con un cargo. Para muchos nunca dejará de ser la chica de Podemos, una cajera de supermercado o la novia de. Ya ha ocurrido con otras políticas, en otros partidos: la maquinaria patriarcal no termina de digerir que perfiles como el suyo, con difícil encaje en el concepto tradicional de señora, accedan al poder.
La ministra de Igualdad defendió el derecho de las mujeres a llegar a casa «solas y borrachas», en referencia a una de las proclamas más repetidas de las manifestaciones feministas. La corrección política no tardó en encender sus hogueras aferrándose a la excusa del lenguaje utilizado, pero muchas de las críticas dejan al descubierto las costuras de su propia hipocresía: una de las principales desigualdades que aún colean entre hombres y mujeres radica en que, por lo general, ellas no se sienten seguras cuando tienen que regresar de noche. Y tienen motivos.
La nueva ley equipara a España con otros países como Reino Unido, Suecia, Bélgica y Alemania, que ya definen legalmente la violación como falta de consentimiento. Aunque haya quienes pretendan reducir esta reforma al chascarrillo, insinuando que será necesario rellenar un formulario antes de mantener una relación sexual, lo cierto es que basta aplicar la lógica y el respeto, que no son incompatibles con la pasión pero sí con la estrechez de miras. A Montero se le pueden reprochar muchas cosas, como el sacrificio del rigor en beneficio del oportunismo, pero los dedos acusadores salidos de las cavernas no encontrarán aquí un aliado.
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