El llamado TDAH sería un problema comportamental, el cual se puede y debe abordar en el contexto escolar y familiar, contando, naturalmente, con las ayudas que sean necesarias y que de hecho existen
Marino Pérez Álvarez
Domingo, 14 de abril 2019, 00:50
Ya no debiera sorprender hoy en día que el TDAH es un diagnóstico controvertido, si es realmente un trastorno del neurodesarrollo de origen genético, según la concepción estándar. De acuerdo con esta concepción, no nos engañemos, el niño diagnosticado así tendría un trastorno mental o incluso, como se dice a veces, una enfermedad del cerebro. Sin negar que este diagnóstico pueda referirse a un problema real, los críticos ponen en entredicho que su realidad haya de concebirse como una enfermedad cerebral o trastorno mental. En su lugar, entienden el problema como tal problema y no una anormalidad del niño. El llamado TDAH sería un problema comportamental, el cual se puede y debe abordar en el contexto escolar y familiar, contando, naturalmente, con las ayudas que sean necesarias y que de hecho existen. Estas ayudas se pueden proporcionar, como dice el psiquiatra infantil británico Sami Timimi, sin necesidad de un diagnóstico psiquiátrico.
La controversia no es entre psicólogos y médicos (psiquiatras, pediatras, médicos de atención primaria, neurólogos). Muchos médicos de las especialidades concernidas son críticos, como también hay psicólogos que lo sostienen. En el ámbito escolar también hay psicopedagogos, orientadores y profesores críticos, a menudo espectadores resignados, callados o acallados ante la tendencia diagnóstica. Entre las madres y padres existen igualmente críticas y hasta 'indignación' con la presión que reciben para el diagnóstico de sus hijos. Mientras que los padres defensores del diagnóstico suelen estar organizados, los otros padres no cuentan con el apoyo institucional. Para recibir este apoyo se ven abocados a buscar el diagnóstico. Es lamentable que las ayudas que necesitan las familias y los centros escolares se presten a costa del diagnóstico de trastorno mental.
No es que los niños no deban ser llevados a una exploración pediátrica, psiquiátrica, neuropsicológica o psicológica cuando parezca aconsejable. Si a resultas de la valoración clínica el niño recibe un diagnóstico, de acuerdo con el neurólogo estadounidense Richard Saul, el diagnóstico nunca debería ser TDAH. Si el niño tiene algo clínicamente relevante sería otra cosa. No sería la primera vez que un niño candidato al diagnóstico TDAH tenía en realidad un problema auditivo, de la vista, del sueño, emocional o neurológico. No deja de ser irónico que si el niño tiene un problema neurológico constatado, entonces no tiene propiamente TDAH, sino esa condición neurológica. Afortunadamente, una afectación neurológica es mucho menos frecuente que el diagnóstico de TDAH. El diagnóstico, dice el doctor Saul, lo reciben niños normales que se distraen o son inquietos o que tienen otro problema.
Se ha de reconocer que el diagnóstico se hace sobre reportes acerca de que el niño se distrae a menudo, no presta atención, se mueve mucho, no tiene espera y así. Por más que se apliquen cuestionarios, test psicológicos u otras pruebas, ninguna es decisoria. De hecho, estas mediciones carecen de sensibilidad y especificidad para diferenciar niños TDAH según los reportes señalados de niños no-TDAH. Quiere decir que el concepto es muy impreciso. Sin embargo, es gracias a su imprecisión por lo que tiene tanto éxito en conectar diferentes colectivos e intereses.
Por lo que respecta a mi posición crítica, me permito resaltar cuatro aspectos de los que hablaría en las jornadas vetadas. En primer lugar, tras revisar la literatura científica, muestro que es insostenible como trastorno mental. En segundo lugar, planteo cómo es entonces que hay tantos científicos y clínicos que lo sostienen a buena fe. A este respecto, adopto una perspectiva metacientífica, de filosofía de la ciencia. Analizo las propias prácticas científicas y clínicas conforme se investiga y diagnostica el TDAH. La conclusión es que estas prácticas tienden a ser autoconfirmatorias de las preconcepciones que se tienen, impidiendo ver el problema de otra manera que no sea esa. Los investigadores y clínicos se confirman a sí mismos no porque estén describiendo una realidad ahí dada, sino porque seleccionan y magnifican lo que encaja en su concepción, reduciendo a los niños a un puñado de síntomas.
En tercer lugar, ofrezco una concepción alternativa no patologizante. Se trata de una concepción en términos de estilo de personalidad y formas de vitalidad. En esta perspectiva, más que síntomas, los niños-TDAH se caracterizan por su vitalidad, energía, ritmo-rápido, curiosidad, creatividad y búsqueda de sensaciones, lo que no quita que estas cualidades (en general ventajosas) supongan también algún problema. Finalmente, refiero una variedad de ayudas para el abordaje del problema cuando sea el caso en el contexto familiar y escolar donde éste se da, no en el cerebro del niño. Al cerebro de los niños diagnosticados de TDAH no le pasa nada. Siquiera por justificarme, tengo que decir que los fundamentos y razonamientos de las conclusiones apuntadas están expuestas en un libro titulado 'Más Aristóteles y menos Concerta®: las cuatro causas del TDAH'. No es por hablar de mi libro, pero es mi testigo en esta ocasión.
Muchas madres y padres que reaccionan impulsivamente contra lo que suponen iba a decir difícilmente podrían estar en desacuerdo con algunos aspectos de mi posición. Por su parte, las autoridades sanitarias debieran estar abiertas a concepciones de este tipo, por cierto, más baratas. Al final, la posición que sustento viene a rescatar a los niños del 'fuego amigo' que, con las mejores intenciones, termina sin embargo por diagnosticarlos de un trastorno mental que en mi opinión no tienen. Los asistentes a las jornadas censuradas querían escuchar estas propuestas y, por supuesto, discutirlas y debatirlas.
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