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En 1959 los socialistas alemanes, allí se llaman socialdemócratas, celebraron un congreso en Bad Godesberg, un distrito de Bonn, en el que renunciaron a la vía revolucionaria de acceso al poder y antepusieron la democracia al socialismo. Veinte años después, y no sin un buen trauma, los socialistas, que es como se llaman los socialdemócratas en España, hicieron lo mismo. Después de haberlo comprendido, y olvidado varias veces, la parte más numerosa de la izquierda europea, llámense socialistas, socialdemócratas o laboristas, entendió que el gobierno se puede ganar en unas ocasiones y perder en otras, y es fastidiado cuando se pierde, pero tiene arreglo. Lo que tiene peor pronóstico es la pérdida de la democracia. Y no de cualquier democracia, sino de la que nace de la matriz republicana y liberal, es decir, de la democracia representativa, parlamentaria, con separación de poderes y Estado de derecho. Si una legislatura se carga la política de becas, es una desgracia que puede arreglar la siguiente, pero si se carga el parlamento y lo sustituye por la relación directa entre el pueblo y un líder carismático, es una tragedia de muy difícil arreglo.

Es verdad que hay otra izquierda, aunque no más a la izquierda, que está convencida de que hay fórmulas para conquistar el gobierno para siempre, porque los buenos, los justos y caritativos, deberían tener siempre el poder. Para esa izquierda la democracia parlamentaria es una compañera de viaje hasta que una crisis, grande y gorda, les permita rodear el Congreso y sustituirlo por otra cosa más segura (para ellos o ellas).

A diferencia de esa izquierda que al llegar a las instituciones promete la Constitución por imperativo legal, cuando los socialistas prometen la Constitución no lo hacen añadiendo ninguna coletilla, ni cruzando los dedos en la espalda. Lo que no quiere decir que no estén dispuestos a cambiarla, y de hecho la han cambiado, pero siempre por los procedimientos que la Constitución establece. Porque hace mucho tiempo los socialistas europeos comprendieron que desde un ministerio se puede mejorar la vida de la gente más eficazmente que desde las nubes, comprendieron que la vía de las reformas es mucho más rápida y eficaz que la vía de las revoluciones, y comprendieron que se puede perder el gobierno, pero nunca las reglas democráticas que les permiten acceder pacífica y legítimamente al mismo.

Unidas Podemos ha pasado en nada de tiempo de rodear el Congreso a instalarse en sus escaños, de la épica de las calles y las plazas a desear la prosa gris del Boletín Oficial del Estado, de apoyar el derecho de los ciudadanos de Cataluña a decidir su futuro y, de camino, el de todos los españoles, a olvidarse del asunto a cambio de unas cuantas carteras ministeriales. Una vicepresidencia bien vale una misa, piensan ahora. Quienes hemos sufrido su antipatía, nos alegramos de su conversión, pero todos los creeríamos más si hicieran un gesto, porque un acto valdría más que todas sus actuaciones.

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diariosur Más que una misa