Elogio de la juventud
Los llaman la generación de cristal, pero lo cierto es que saben leer mejor el presente y se enfrentan a un contexto más complicado que el de sus padres. Merecen comprensión, no una nostalgia mal entendida
Nunca es bueno generalizar, pero muchos mayores suelen tener la mala costumbre de desconfiar de los jóvenes sólo por el hecho de que ven la ... vida con otros ojos, con otras ilusiones y hasta con otros principios y valores. Las prioridades y las expectativas vitales cambian en función del tiempo que a cada generación le toca vivir. Por eso me sorprende el discurso, compartido por bastante gente, sobre la falta de esfuerzo y compromiso de los chicos y chicas que se incorporan al mercado laboral o de lo diferentes que son los adolescentes de ahora a los de antes. Son críticas que tienen algo de nostalgia mal entendida, de paso del tiempo mal digerido. Visto con distancia, esto ya les pasó a nuestros abuelos con nuestros padres, a nuestros padres con nosotros… y ahora a nosotros con nuestros hijos. Son prejuicios que no debemos asumir como ciertos.
Y viene esto al caso porque, frente a tanta crítica, la juventud ha dado una extraordinaria lección de compromiso y solidaridad tras la tragedia de Valencia. Fueron ellos los primeros en movilizarse, los primeros en llegar, los primeros en ponerse manos a la obra y los que todavía siguen allí. Acudieron desde toda España y lo hicieron organizándose con un objetivo común: ayudar. ¿Que lo hicieron de forma diferente, a menudo anunciándolo en redes sociales a bombo y platillo? Pues claro, pero es que también la manera de comunicarse y de coordinarse ha cambiado. Siempre hay distintos caminos para llegar a un mismo destino y resulta soberbio creer que tu ruta es mejor, más rápida y eficaz que el resto. Las redes sociales, de hecho, han sido básicas para movilizar tanta ayuda.
Estamos en buenas manos. Lo creo de verdad. Como siempre ha ocurrido, las generaciones más jóvenes leen mejor el presente que los mayores, que haríamos bien en abrirnos a aprender de ellos en lugar de dar tantas lecciones. Pero, además, en este caso han sacado a relucir un espíritu de resistencia y adaptación que no se veía desde hace mucho tiempo. Serán, pese a todo, los primeros que vivirán peor que sus padres; les costará muchísimo más independizarse, acceder a una vivienda y desarrollar su proyecto de vida. Aquellos que protagonizaron la Transición y los que disfrutamos de ella hemos vivido en cierto modo en una etapa de crecimiento económico y abundancia de la que, quizás, no hemos sido conscientes. Y por ello cuesta asumir lo diferente que es el mundo de hoy para los jóvenes, que lo tienen más complicado y, además, deben escuchar críticas sobre su supuesto carácter de cristal, su despreocupación y su hedonismo.
Los retos ahora son enormes. Y no sólo por la dificultad del acceso a la vivienda y la precariedad de contratos y salarios, sin duda piedras angulares de los problemas a los que los más jóvenes han de enfrentarse, sino también por los constantes cambios y el clima de permanente incertidumbre que sufren el mercado de trabajo, la economía y el Estado del Bienestar en un país con una deuda galopante, una importante presión fiscal y muchas dudas sobre el sistema de pensiones. Y, frente a ese panorama pesimista, muchos se rebelan. Hacen bien. Porque si algo sabía un joven de los años 80 es que con toda probabilidad viviría mejor que sus padres. Hoy eso es una aspiración mucho más complicada. Pese a que su horizonte no es nada claro, la mayoría de jóvenes trata de superar estas adversidades, pero lo hacen conscientes de que no quieren hipotecar su vida. Y es digno de elogio el valor que otorgan a sus inquietudes y aficiones, a sus amigos, a su familia y a su tiempo de ocio y descanso. Eso no significa, en absoluto, menor capacidad de trabajo y dedicación, sino más pragmatismo. Son colectivamente más inteligentes que sus padres. Y eso que se tienen que enfrentarse a un mundo digital sin libro de instrucciones, capaz de desafiar la salud mental del más fuerte.
Es urgente que las administraciones tomen medidas para ayudar a las generaciones más jóvenes a derribar todos esos obstáculos de los que, además, no son responsables. Pero también nosotros, ciudadanos de a pie, debemos echarles una mano que comienza con la comprensión. Porque hoy no estoy tan seguro de que podamos decir que les dejamos un mundo mejor que el que recibimos.
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