Jacarandas
ÁNGEL PÉREZ MORA
Miércoles, 22 de mayo 2019, 07:53
Recién llegado a la ciudad recuerdo sentir fastidio, como arquitecto, ante los gigantes de la Alameda: ¡no había quién pudiera ver las fachadas! Sin embargo, no pude dejar de asombrarme cuando, por otras derivas urbanas, me topé con ejemplares que ocupaban ellos solos toda una parcela. Los había que daban sombra a una comunidad completa y también que 'se habían crecido' hasta construir un lugar y darle nombre como 'El árbol de Reding'. En busca de solares escondidos no había más remedio que andar. Así, sin sospecharlo, empecé a experimentar 'in situ' auténticas lecciones de urbanística y paisaje. Para Jean-Luc Nancy no es correcto decir 'paisaje urbano', pues el paisaje es una totalidad y la ciudad nunca se nos presenta del todo a la vez. Por nuestra ciudad con frecuencia paseamos contra un doble fondo. La luz que pone el cielo redunda sobre la superficie del agua y nos inunda con azules cambiantes. Esto sucede un día y otro, quizá por eso Málaga descuida sus presentaciones, aburrida ante la diaria explosión de color que supone ver salir y ponerse el sol sobre el mar. Distante del agua y de amaneceres, la ciudad también se entona y a las variaciones de aquel fondo azul, ya sea turquesa o gris, suma otros colores impensables. Basta con asomarse a las mismas calles, donde la luz por sorpresa cambia de una tonalidad a otra, sin anuncio municipal.
Desde un país plantado a bandas como Holanda, todos los años se fletan kilométricas rayas de colores. Con ellas, los clásicos como Madrid y Barcelona alfombran las tristes medianas de sus avenidas. En nuestra ciudad, anónimos jardineros suplieron la ausencia de planificadores que reservaran algún remanso en tan apretado callejero. Aquí y allí, sobre muros de piedra se improvisan haces de rosas y amarillos que se descuelgan desde cualquier resalte en la tierra. Hay días que al caminar por algunas aceras podemos sentirnos bajo nubes luminosas. Tonos violetas se suspenden desde las copas de los árboles y construyen una urbanidad colorida y efímera. Toman la plaza de los Monos y muchas calles sin nombre. También la de la Merced y desde su techo, como si fuesen claraboyas, difuminan una luz azulada. Por delante de los Jardines de Puerta Oscura construyen una mirada velada desde el Parque hacia la montaña y, con su aparición, distancian la Alcazaba haciéndola aún más misteriosa. Puede haber cien calles más que, por estas fechas, visten de color sus aceras grises.
No sé quién las trajo de América a este Mediterráneo sobreedificado: ¡Bravo por el jardinero! Entre mayo y octubre, desde ángulos dispares, avistamos regalos inesperados. Son luces que descolocan y sorprenden a la propia primavera. Ponen color allí donde otros ponen hojas. En nuestras calles hay árboles que se entretienen antes de poner sombra, juegan con la luz del sol y empapan de colores insospechados nuestra mirada, son... Jacarandas.
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