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Federico Romero Hernández
JURISTA
Lunes, 28 de abril 2025, 02:00
No recuerdo, quizás porque viví los años llamados 'del hambre' -tiempos de guerra y postguerra, tiempos difíciles, de los que ahora se habla desde la ... barrera del bienestar y también del desconocimiento directo y de la crítica de salón- una época, como la actual en la que, el buen comer y beber, haya alcanzado las cotas de exaltación y popularidad que ahora tenemos. Las calles y plazas del centro de la ciudad, y de muchos de sus barrios son como una inmensa terraza cuyos apéndices llegan a todas las esquinas, con ruidos de voces y entrechocar de cristales y cubiertos; los artículos sobre el arte culinario parecen tratados filosóficos; las sofisticadas recetas hacen incursiones en la poesía; las catas de vinos, prolijas descripciones que fuerzan al paladar a descubrir escondidos rincones que hasta ese momento ignoraban, o la posibilidad de entrar en mágicos momentos de sublimes experiencias, con un cielo poblado de estrellas Michelin.
Tenemos un amigo, con el que siempre nos gusta bromear cuando comemos, diciendo que lo importante no es solo 'el simposium sino el convivium', es decir el convivir, el conversar. La palabra griega 'sympósion' significa 'banquete' aunque ahora, por extensión, sea también equivalente a conferencia o reunión de especialistas. 'El Banquete' de Platón recoge los diálogos de Sócrates con sus discípulos, donde se comía y bebía, pero sobre todo se conversaba sobre el amor, que no es solo 'eros', amor erótico, sino también un amor que no llega a ser consumado, que puede no ser correspondido o simplemente limitado a la contemplación o la amistad. De ahí la conocida frase de 'amor platónico'. Curiosamente, en esos 'Diálogos', tiene una gran importancia el análisis de la virtud, que se trata de desprestigiar personificándolo en un bobalicón, con lirio en la mano y ojos en blanco, olvidando así su etimología, que deriva de 'vir', varón con conducta valerosa y rectitud moral.
Pero volviendo al término 'banquete', enfatizando lo importante que es la conversación, aunque con el grato 'acompañamiento' del comer y beber, es bueno recordar que, a través de toda la historia de la humanidad, un banquete ha expresado el bienestar compartido. Aun sabiendo que al hablar del cielo o del infierno desconocemos su verdadera naturaleza, nos aproximamos algo cuando vamos descubriendo que, en lo primero, llamado 'banquete celestial', es importante esa unión con Dios, que no es un destino privado, sino una totalidad de personas que se sienten y aman en comunidad, en tanto que, en lo segundo, en el infierno, el desamor empecinado y la radical soledad conllevan al horror de la incapacidad definitiva para relacionarse. En la simbología del Antiguo Testamento, el primer hombre empieza comiendo un fruto prohibido, como metáfora del pecado original en el Génesis; pero luego las profecías de Isaías sobre el banquete celestial son descritas como un festín de manjares suculentos y vinos generosos (Is, 1. 25-6), llega al Nuevo Testamento, donde Jesús realiza su primer milagro en un banquete de bodas para convertir el agua en vino; se preocupa de dar de comer a una multitud sedienta de su palabra (Jn, 6; 4-15); utiliza parábolas como la de los invitados a un banquete (Luc, 1; 14-15); es criticado por comer y beber con pecadores y publicanos (Mateo 9; 14-17. Luc 5; 29-30) y, en definitiva, son expresión de momentos felices del hombre.
Ahora también, comida y bebida son catalizadores y facilitadores de charlas, también motivos o acaso pretextos, para la comunicación, por medio de la palabra, que nos distingue en el cosmos y nos asemeja al Verbo. 'Conversar una botella' es una frase muy atractiva que describe un beber pausado que saborea un buen vino y, a la par, un diálogo interesante y enriquecedor. Parece que el primero en utilizarla fue un escritor leonés, Antonio Pereira, admirable destilador de palabras, con ocasión de evocar esas ancestrales reuniones del Bierzo, llamadas 'filandones', en las que, mientras se comía y bebía, o se hacían labores manuales, se narraban historias alrededor del fuego invernal. Miguel Delibes, en su obra 'Europa. Parada y fonda', también se refiere a ese tipo de reuniones donde «se conversa una botella» y luego la literatura hispano-americana acogió con reverencia en sus escritos. Un ejemplo es quizás la más famosa novela del recientemente fallecido Mario Vargas Llosa: 'Conversación en la Catedral', con un diálogo de horas, botella por medio, entre el joven Zavalita y el zambo Ambrosio mataperros, preguntándose «cuándo se jodió Perú», en una pobre tasca de techos altos y despostillados.
Los banquetes y conversaciones frente a un buen vino han sido de siempre magníficos constructores de un cuerpo social armonioso y amable. Por eso, cuando paso por medio de terrazas de restaurantes y bares, siento que el aturdimiento de voces que impiden oír las palabras de los otros, nos priva de conversar una botella, bien descorchada con la salida de nosotros mismos, para ir al encuentro y la escucha respetuosa y atenta de los otros.
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