Bendito jalufo
Ignacio Lillo
Miércoles, 1 de febrero 2017, 08:30
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Ignacio Lillo
Miércoles, 1 de febrero 2017, 08:30
La anécdota ocurrió el sábado pasado en una pequeña tienda de ultramarinos, de esas que salvan la vida de los que vamos por ella siempre a mil por hora. El negocio está a pocos metros de las urgencias del Materno, y muy cerca de la esquina de Blas de Lezo donde -si no lo digo reviento- tendría su parada el metro, en el remoto caso de que el Ayuntamiento permita hacerlo, algo que no parece demasiado probable a estas alturas del cuento. Además de un servidor, frente al mostrador de la tiendecita estaban un señor de cierta edad y dos chicas jóvenes. A tenor del ambiente distendido en el pequeño local, lo más probable es que unos y otros tuvieran a algún familiar a punto de dar a luz, o con un retoño de signo acuario recién alumbrado.
Parece ser que los tres anteriores se conocían entre sí, al menos de vista en el barrio, y en un momento dado el hombre apuntó a una pieza de salchichón a la pimienta como su embutido favorito, tras lo que instó a las otras dos a que lo probaran. «Jalufo no, que es muy malo», fue la reacción de una de ellas. La palabra, que por alguna extraña razón no aparece en el diccionario de la RAE a pesar de que es de uso común en todas las regiones españolas fronterizas con Marruecos, hace referencia a la carne de cerdo y sus derivadas, que como seguro saben está prohibida en la dieta de los musulmanes.
«Es que está con un moro», aclaró la amiga entre risas, algo que no era en absoluto necesario, más bien fácil de suponer. Mientras, la primera hacía una mueca que venía a significar lo que verbalizó unos segundos más tarde: «Si por mí fuera me comía la pata de jamón a bocados». En ésas estábamos cuando intervino la tendera, que había seguido la conversación silenciosa tras el mostrador, mientras preparaba dos bocadillos de jamón serrano recién cortado con un poquito de aceite de oliva (y para beber, unas cervezas, como no podía ser de otra manera). Tomó la palabra, breve pero con un tono edificante, matriarcal. Y fue clara, cristalina: «Nunca dejes que nadie te diga qué puedes comer ni qué puedes pensar». La frase se quedó flotando en la tienda, donde cada uno fuimos recogiendo nuestros encargos y nos despedimos con media sonrisa, unos; pensativa, la aludida.
No tengo nada que añadir a la lección de la sabia señora, salvo que el bocata, de pan recién hecho y buenas lonchas de jalufo curado, me supo a gloria bendita.
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