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EL EXTRANJERO

La inopia real

Una reivindicación de la ignorancia que la lleva a no entender de asuntos fiscales. Algo que cada ciudadano podría alegar en su declaración de la renta

ANTONIO SOLER

Domingo, 6 de julio 2014, 12:48

Se echaron a los caballos las sufragistas con sus refajos, se ganaron el pan y no se sabe cuántas enfermedades las mujeres de la revolución industrial, trabajaron el campo y a la luz de una vela en casuchas de miseria aprendieron a leer y a escribir para que el mundo y la prepotencia machista no siguieran abusando de ellas. Se manifestaron, vociferaron, escribieron, cayeron ante los golpes de los policías y el veneno de las harpías que no dejaban de verlas como a unas rivales fuera del orden establecido, se rebelaron aquellas admirables mujeres y sembraron la tierra con el orgullo de su femineidad para que al final del ciclo, o por lo menos en esta cuesta -no se sabe si de subida o de bajada- de un ciclo, una de las mujeres más representativas de un estado occidental reivindique su condición de mujer florero, de persona sin entidad civil y se atrinchere detrás del detestable cliché.

Tantas miradas de reojo a aquellas mujeres, Victoria Kent, Clara Campoamor, María Zambrano, Mercedes Fórmica, que iban a la universidad, entraban en los ateneos como amazonas vestidas de medio luto, ganaban su acta de diputada o, desafiando la hipócrita decencia, se personaban en una cafetería en un acto de inmoralidad comparable al de una mujer afgana despojada del burka, tanto combate para acabar ante una infanta o hermana real que levanta su defensa al amparo de la ignorancia y la sumisión. Renace con ese gesto aquel machismo latente, corrosivo, que en los años de plomo ejercían muchas mujeres reivindicando con orgullo su ayuno intelectual, su apartamiento de las rudezas de los números. Entonces el conocimiento pertenecía al hombre de la casa y eso abarcaba desde la decisión del voto a los gastos del hogar. Una carrera de Ciencias Políticas y un máster en Nueva York que no dan para saber de dónde sale el inagotable remanente de una Visa Oro ni para tener un atisbo de curiosidad sobre el sostén familiar. Detalles de pobres.

El paraguas de los abogados de la infanta que ya no es infanta no cubre los hombros de un príncipe, o casi, convertido en sapo. Sapo se queda y se queda a la intemperie, porque en ningún momento los abogados de la señora Cristina pretenden cobijar a su marido de los dardos judiciales ni defienden su inocencia. La defensa se basa solo en esa condición de mujer voluntariatemente inconsciente contra la que tantas y tantas generaciones de mujeres se han rebelado. Una reivindicación de la ignorancia que la lleva a no entender de asuntos fiscales. Algo que cada ciudadano podría alegar en su declaración de la renta, una ignorancia que seguramente no eximiría a nadie de sus obligaciones civiles. No aspira uno a convertirse en una comadre deseosa de ver pasar la carreta revolucionaria ni a dar por culpable a quien debe estar amparada por la presunción de inocencia. Simplemente la carreta que uno quisiera ver pasar es la de la Justicia. Y la de la dignidad de la mujer. También es presuntamente inocente Urdangarin por mucho que los propios abogados de su señora no parezcan muy dispuestos a reconocerlo. Dan a entender que la ex infanta fue víctima de un exceso de confianza, de unos descuidos muy propios de una mujer que firma lo que el marido le pone por delante y apenas se cuestiona nada más. En fin, pretende uno no estar en la inopia como al parecer han estado otros. Aunque si nos vamos al sentido literal de la palabra, inopia, es sinónimo de pobreza, de precariedad. Y no parece que en este asunto nadie haya rozado la indigencia.

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