Sangre, sudor y lágrimas
Tras la necesidad de una respuesta colectiva ante la pandemia se esconde un soterrado pulso político
ALBERTO SURIO
Domingo, 15 de marzo 2020, 00:27
Lo único que debemos temer es el miedo en sí mismo, el terror sin nombre, irracional e injustificado». Franklin D. Roosveelt pronunció este mensaje premonitorio en 1933 al tomar posesión de su cargo de presidente en el Capitolio. Lo hacía ante una sociedad norteamericana destrozada por la depresión de 1929. La frase adquiere aún su significado en determinados momentos históricos. Por ejemplo, en el actual, después de que el presidente Pedro Sánchez haya declarado el estado de alarma y la presidenta de la Comunidad de Madrid y el lehendakari vasco hayan comunicado la emergencia sanitaria para frenjar el avance del coronavirus. El paso brutal de un escenario gradualista a otro de medidas drásticas constituye toda una prueba de estrés. La sensación de alarma va a crecer en los próximos días. Nos sometemos a un test que repercute de lleno en nuestro entorno, en el que presumimos, con lógico orgullo, de contar con una sanidad pública de calidad.
Estamos, ciertamente, ante una coyuntura inédita. marcada por un riesgo desconocido e imprevisible. Es un desafío para las autoridades y las instituciones, que deben demostrar capacidad de respuesta y de liderazgo en estos instantes críticos. Sus decisiones tienen que basarse en las opiniones de los expertos en la materia. Nos deben informar sobre la gravedad de esta crisis de emergencia de salud pública y, a la vez, deben hacerlo con sentido de la responsabilidad, sabiendo que el peligro de psicosis social puede prender en cualquier momento, si no lo ha hecho ya.
Pero este factor tan desconocido que ha irrumpido y está trastocando toda nuestra vida cotidiana supone un examen extraordinario para la sociedad que, por ejemplo, no ha vivido la guerra; solo los más mayores sufrieron las privaciones y los sacrificios del pasado más dramático. Una sociedad abierta y 'blanda' como la europea de la que formamos parte, que parecía a salvo de las pandemias gracias a los avances científicos y tecnológicos, en las que el empuje de las redes genera realidades cada vez más virtuales, y en las que el consumo y el hedonismo forman parte de nuestro patrón vital.
La gravedad de la esta emergencia de salud pública rescata la necesidad de lo público
Pues el mazazo del coronavirus nos devuelve de bruces con la realidad más oscura y, a la vez, más misteriosa y primaria. Nos descubre, incluso, los límites de la acción humana, nos obliga a creer de nuevo en el papel del servicio público, a rescatar de nuevo la necesidad del civismo y la fraternidad, rehabilita valores como la valentía, el sacrificio y la disciplina para combatir el miedo que destruye las sociedades. Y a la vez va a mostrar las costuras del sistema, los límites de la conciliación familiar y la fuerza de la solidaridad entre diferentes generaciones. Todo un retrato.
En este contexto de mutación de las certezas, la política debe recuperar su función para tratar de resolver los problemas de la gente, intentando conciliar los intereses, en la medida de lo posible, y velando por el interés común de la mayoría social. El interés público frente a los egoismos individuales.
Esta crisis inesperada nos va a obligar a cuestionarnos a nosotros mismos en muchas cosas. Muchos debates se van a ver desplazados por la urgencia. Asistimos a un cambio de paradigma de alcance aún desconocido. La fuerza de los acontecimientos nos empuja a preguntarnos sobre el sentido de numerosas decisiones públicas y a reflexionar sobre la selección de prioridades en el corazón de Europa. El impacto económico puede ser devastador, los estragos serán durísimos y eso va a requerir un plan de choque para paliar la paralización de todo el aparato productivo. Este escenario puede inocular una especie de anticuerpo, una vacuna en la sociedad de cara al futuro. Va a ser, sin duda, un revulsivo.
El mito de la eficacia de las sociedades avanzadas se desvanece ante las jornadas en las que estamos viviendo. Pero nuestra sociedad y nuestro modelo público tiene mecanismos lo suficientemente sólidos y solventes para ganar esta guerra. No podemos tirar la toalla aunque sepamos que vienen meses de sangre, sudor y lágrimas. Esta batalla silenciosa se tiene que ganar a medio plazo y el ejercicio de responsabilidad debe ser colectivo.
Detrás de los llamamientos al necesario cierre de filas se esconde un tenso pulso político. Nadie querrá tomar decisiones difíciles e impopulares, pero estas van a venir. El Gobierno de coalición de izquierda presidido por Sánchez entra en un territorio minado, pero la oposición de derecha tampoco puede ignorar la gravedad del momento y los nacionalismos periféricos se sienten descolocados en este escenario de incertidumbre. En esta banda tan movediza la sociedad puede castigar a los gobiernos que reaccionen sin reflejos pero también a quienes se pasen de frenada para intentar ganar un puñado de votos. Todo está en el aire.
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