Borrar
En el Cementerio Inglés hay unas biografías definitivas con un inevitable toque melancólico.
El verano eterno de los ingleses

El verano eterno de los ingleses

Txema Martín

Viernes, 30 de octubre 2015, 12:44

No se me ocurre nada mejor ni más divertido que pasar el día de los difuntos dando una vuelta por un cementerio. Concretamente por el Cementerio Inglés. Cuando se va por gusto, una visita a la necrópolis puede deparar algunas alegrías. No sé si llegas a reconciliarte con la muerte, pero por lo menos pasas un buen rato. Ayer había una pequeña aglomeración de británicos en la puerta del Cementerio Inglés. Habían ido allí a visitar a sus muertos. Hay cosas peores que morir fuera de casa: morir de vacaciones. Fallecer como un turista, con una autopsia a medio camino entre el Síndrome de Stendhal y el golpe de calor. La lipotimia como tentativa de homicidio. Al rato me entero de que hace poco se publicó un libro que se llama El Cementerio de los Ingleses pero que en inglés responde al nombre de The English eternal summer. Lo ha escrito el periodista Rafael Torres, que ya se ha ganado un poco de mi respeto. Su libro cuenta las vidas de todos y cada uno de los habitantes de este camposanto, un cementerio precioso que está para entrar a vivir. Si se ha visitado o se le conoce, se recordará que yacen allí los restos de personas ilustres como Gerald Brenan, el escritor británico que fue a dar con sus huesos en Churriana, y una de sus viudas, la también escritora Gamel Woolsey. O el poeta Jorge Guillén, que terminó allí «porque le dio la gana». También está lo poco que queda de un escritor finlandés que cultivó temas de espionaje y la literatura pulp llamado Aarne Haapakoski, que firmaba muchos de sus libros como Outsider. Hay varios ahogados, personas a las que fusilaron cerca del mar y también hay gente desconocida, pero no me atrevería a llamarla corriente. Una niña murió con un mes y su epitafio dice «lo que duran las violetas». Allí y en el libro hay unas biografías definitivas con un inevitable toque melancólico. Es la ley de una vida en la que se empieza abriendo el periódico por la sección de los pasatiempos y se termina haciéndolo por la página de las esquelas, eso en el mejor de los casos.

El Cementerio Inglés es de 1831, el primero en España que no fue erigido para la cristiandad. Antes a los protestantes los enterraban en la playa. De repente me urge pasar unos días con ese libro en el cementerio, pensando en unos difuntos que no conozco, leyendo las vidas de cada uno de esos muertos. En ocasiones especiales, este cementerio de San Jorge, bajo la iniciativa de su Fundación, ha abierto sus puertas para organizar actividades nocturnas que han quedado realmente bien. Claro que, para visitarlo un día cualquiera, no lo ponen demasiado fácil, quizás para evitar la visita de los que son muy macabros. Puede visitarse de martes a domingo, de 10 a 14, y la entrada general sale por tres euros. Es mejor así, que cueste un poco. No haría tanta gracia ir a un cementerio como el que va a un parque cualquiera o a un zoo, ni que le quitemos el silencio a los difuntos. Hay cosas, como ésta, que es mejor que se queden casi como están. Con un poco de ruina, con eso que nos encanta y que está en la decadencia.

Sleepy Hollow cultural

Celebramos Halloween como si fuera nuestro pero se siguen vendiendo huesos de santos y han preparado algo de miedo. También hay mucho terror en el periódico, más todavía en la realidad. Parece que el Instituto Municipal del Libro finalmente resucita sin haber muerto, sale de un extinción anunciada como un cadáver que nunca lo fue. Entre todas las opiniones, hay incluso quien ha pedido que sobreviva sin dirección al frente, en una fórmula inédita. La ciudad de las instituciones sin cabeza. La programación del primer mes será fantasmagórica. Los ciclos son como un ente. Parece mentira que a estas alturas haya que reivindicar la inteligencia, pero parece peor aún que haya gente que crea que una orquesta sobrevive sin director o que los problemas se entierran solos. Lo ideal sería que la cultura permaneciera inmune a los culebrones y a la política de salón, pero ya sabemos que no es así. Pienso en los muertos pero no sé qué pensarán ellos de todo esto.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur El verano eterno de los ingleses