La otra noche soñé con el Málaga. Debió ser nada más saberse que la salvación estaba asegurada. La cuestión es que en menos de cuatro ... horas en brazos de Morfeo me quité de encima más de setenta años, que quedan en el recuerdo y que la nostalgia recupera, y situó en un primer plano.
Me he vuelto a ver con pantalones cortos y hasta bombachos, fiel a la cita de cada domingo a las siete de la tarde frente a una ventana de Anuncios Diana en la que, un panel con los partidos de la jornada eran el foco de atención para una muchedumbre que no tenía otra manera de frenar su impaciente esperanza de que ganara su equipo favorito. Los instantes de colocar el resultado en cada parido eran acogidos con aplausos o repulsas, según el color de los cientos del expectantes aficionados que abarrotaban los aledaños del antiguo Café Madrid. Algún tiempo después se dio un paso adelante en ese tipo de información con unas octavillas repletas de anuncios entre los que se hallaban los distintos emparejamientos de la jornada, con sus resultados impresos en el último momento en una imprenta cercana (la gente enloquecía por coger uno de esos papeles).
Los días de partido en La Rosaleda lo teníamos fácil porque allí, en el fondo norte, instalaron un gran armazón metálico con un tablero y tantas ventanas como partidos había, lógicamente apoyadas en distintas marcas comerciales que, antes como ahora, son las que mandan. Era ese rudimentario e inolvidable Marcador Dardo que, a su manera, nos acercaba a los goles de cada domingo; porque, eso sí, todos los encuentros eran en domingo a las cuatro de la tarde. Hasta que llegó la luz. Para ir a La Rosaleda había que enfilar el vetusto Paseo de Martiricos, en cuyo fondo empezaba a emerger el recién nacido estadio, en cuyo lateral asomado al río ondeaban al viento las banderas de los clubes de Primera. Son recuerdos y anécdotas que emergen en la memoria de quien los vivió y, seguramente, desconoce la gran mayoría de malagueños. Sin orden ni concierto, seguiremos.
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