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Las caras de pacientes, familiares, enfermeros, médicos, celadores y conductores de ambulancias reflejaban, ayer, varias sensaciones: contrariedad y resignación, fundamentalmente, aunque entre los usuarios también hubo quien presentaba un semblante presidido por el enfado. La mayoría de las personas cuestionadas por este periódico en el entorno de los Hospitales Materno Infantil, Civil y Regional sobre el apagón y su incidencia en la sanidad pública respondieron encogiéndose de hombros y, con una sonrisa de circunstancias, aludieron a la teoría de la conspiración para explicar lo sucedido, aunque luego el sentido común se impuso.
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Hubo muchos sanitarios, médicos, personal de enfermería y celadores que declinaron hacer declaraciones, al menos a cara descubierta, pero que, confidencialmente, explicaron que el apagón llegó cuando intubaban a un paciente en una operación, en mitad de una intervención quirúrgica o cuando iban a someter a radioterapia a uno de los usuarios. En las consultas, los facultativos pudieron realizar toda la praxis exploratoria, lo que ve el médico en su examen y lo que le relata el paciente, pero consultar pruebas en el ordenador o realizar algunas de ellas fue complicado. Sobre todo los electrocardiogramas.
Entre los pacientes, algunos de ellos contaron sus respectivas historias, pero no quisieron constar en la información con nombres y apellidos. Eso ocurrió con una pareja de Yunquera. Él fue intervenido ayer de próstata y no podían volver a su pueblo, no encontraban taxis ni podían comunicarse con sus hijos. Muchos de los pacientes narraron una historia similar, no había taxistas disponibles, sólo se escuchaba el eco lejano pero continuo de las sirenas y, bajo un sol de justicia, varios de ellos, aún recuperándose de la intervención que les tocase en suerte, debieron esperar horas para que una ambulancia, por ejemplo, los acercase hasta sus municipios. Ese fue el caso de Eva Castro, enferma de cáncer, y su marido, hasta su casa de Vélez Málaga. Ni comprarle comida pudo él, al no funcionar las tarjetas en los bares del entorno. Pese a todo, la paciencia apagó los cabreos y el sentido común ganó al resto de sensaciones y sentimientos. Muchos usaron sus propias luces para no dejarse llevar por la atmósfera de fin de época que se vivió este lunes en Málaga con el apagón, lo que pudo verse, por ejemplo, en lo ordenado del tráfico pese a no funcionar los semáforos.
María Luisa Vergara Alonso debía hacerse a media mañana una radiografía, pero no ha podido ser. Tiene una rotura en el peroné, «que no el peroné roto», lo que la tiene postrada en una silla de ruedas. «Vivo en una tercera planta, como no funcionaba el ascensor, pues he tenido que bajar andando tres pisos», subraya, mientras que la mujer que la asiste, que prefiere no salir, añade: «Y yo llevando el carrito». «Por qué no hay suficientes generadores para todas las especialidades médicas», se queja.
«Hemos venido a pie, porque no hay taxi, desde calle Hilera esquina con Blanco Coris. Tenía una radiografía y no me la han podido hacer. Me han dicho que ya me darán una cita o que vaya al médico y pida otra cita», explica muy indignada, para precisar luego: «Estoy hasta la chapela de que las cosas, cuando haya una emergencia, no funcionen. Parece mentira que en un hospital no haya suficientes generadores, pero sólo los hay para la UCI y los quirófanos. Por qué no hay suficientes generadores para todas las especialidades médicas. ¿Es normal que no haya suficientes generadores para atender a los enfermos?». Y advierte de que si pasase algo más grave como un terremoto, mucha gente perdería la vida.
Uno de los principales inconvenientes que ha causado el apagón ha sido que muchos enfermos que han venido a tratarse a los hospitales de la capital desde los pueblos de diversas zonas de la provincia luego no podían volver. Ese ha sido el caso de Eva Castro, una paciente de cáncer quien se ha sometido hoy a inmunoterapia. «Estamos esperando una ambulancia desde la una y pico. Me han atendido en el Materno, pero allí no hay ambulancia para volver a Vélez Málaga, yo soy paciente oncológica de quimio e inmunoterapia. ¡Fíjate el plan!», dice, resignada. Al lado, su marido se queja de que ni siquiera han querido darles comida en un restaurante cercano porque no las tarjetas no funcionaban. «Les he dicho que mi mujer necesita comer bien, que acaba de salir del tratamiento. ¿Me está diciendo usted que no me puede dar ni un bocadillo?», reflexiona su marido, quien prefiere no salir, como sí ha decidido su mujer.
«Dependemos de la ambulancia para que nos lleve a Vélez Málaga y ahora nos hemos venido al Civil a ver si podemos lograr otra», dice Castro, mientras señala a una mujer cuyo marido se encuentra en una situación parecida. A las tres y veinte de la tarde, aún no habían resuelto su situación. Y el sol apretaba.
María Campos es una joven que vive en la capital y que hoy debía hacerse una ecografía del bebé que lleva en su vientre. «Nos han hecho la eco, lo único en lo que nos ha afectado es que no nos han podido dar una cita para una atención próxima, pero el bebé está perfecto», ha indicado. Al lado, su madre, Mati Mira, asegura que no han encontrado taxi. «Donde nos tenían que dar la cita estaban quitando el sistema para no gastar el generador, le tienen que dar fecha para un electrocardiograma», recalca María. Eso sí, no ha podido llamar a su marido, confiesa.
Las Padial son tres hermanas con problemas de funcionalidad, de movilidad. «Yo tengo polio, en mi casa ando, pero en la calle no puedo. Tengo dos ascensores, mi casa tiene elevador, pero está acondicionada cuando hay luz, para comer y para todo, pero sin luz, es complicado», recalca, para indicar que viven en un tercer piso. «Esperemos que esto se resuelva antes de esta noche», dice María Victoria Padial, que se desplaza en silla de ruedas.
Mari Carmen Padial, su hermana, está recién operada de las caderas y se mueve con la ayuda de dos muletas. «Hemos salido a las doce menos cuarto, nos hemos dado cuenta de que en el centro no había semáforos, hemos llamado a la policía pero no funcionaban los teléfonos», dice Mari Carmen, y su hermana añade: «Vivimos en un tercero, tengo ascensor pero como si no tuviera».
Ambas confiesan que han venido al Hospital Civil al servicio, no a una consulta o a someterse a una prueba. Viven en calle Sevilla. La tercera hermana también tiene dificultades de movilidad. «Ahora nos iremos a un parque a esperar que esto se resuelva para la noche», dice María Victoria.
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